Cuando tú vuelvas, si es que vuelves,
no te vayas enseguida.
Yo quiero acabarme contigo,
quiero morirme en tus brazos.
Gabriela Mistral. Carta a Doris Dana (fragmento).
En el mes de junio se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBT+, por lo que recordé la visita que realicé al Museo de San Francisco en Santiago de Chile donde se exhibe la Medalla del Premio Nobel y el pergamino original que le fue otorgado en 1945 a Gabriela Mistral. Ello significó el primer Premio Nobel para un autor latinoamericano y para la primera escritora de habla hispana. Después ese premio se lo darían a Miguel Ángel Asturias (1967), Pablo Neruda (1971), Octavio Paz (1990) y Mario Vargas Llosa (2010). La medalla y el pergamino se encuentran bajo custodia de los franciscanos.
Los objetos que forman la colección fueron donados por Doris Dana con quien Gabriela Mistral vivió en relación amorosa durante los últimos diez años de vida. Para esa época, el amor entre mujeres era oculto como se menciona en el siguiente fragmento del poema “El amor que calla”:
Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!
La poesía del amor no heterosexual empezó de manera velada. Se trataba de amores callados signados por el pecado y la culpa. Ello se puede apreciar en el poema Andrógino de Amado Nervo (1870-1919), escrito en 1896, un fragmento dice:
Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.
Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.
Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo…
El homoerotismo es un crimen pecaminoso que debe mantenerse en secreto. AN habla de él en pasado y en tono reprobatorio “Y eras síntesis rara de un siglo loco/ y floración malsana de un viejo mundo”. AN también escribió sobre el amor lésbico en el poema Las sirenas:
En las ondas del verde caimanero,
estiradas de luz en áureas venas,
un grupo bullicioso de sirenas
juega y canta su canto lisonjero.
Es la luna de nácar un venero,
y al bañar ese nácar las serenas
extensiones del golfo, de iris plena,
finge hervores de perlas cada estero.
Dos sirenas del coro se retiran:
se quieren y se atraen; tornan, giran,
se besan en los labios escarlata,
sumérgense abrazadas en las olas,
y resurgen unidas sus dos colas
como una lira trémula de plata”.
El siglo XIX todavía ve los amores no heterosexuales como denigrantes, culposos. Para el siglo XX, la poesía expresa los amores homoeróticos de manera metafórica como en Nocturno amor de Xavier Villaurrutia para quien es un secreto:
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo solo con la persona elegida.
Tiene que transcurrir el siglo XX para que el lenguaje poético se convierta en un lenguaje corporal en todos los sentidos. Tienen que llegar los y las poetas para poetizar las partes ocultadas del cuerpo por los velos en que se encontraba en la poesía normalizada. Para el siglo XXI se encuentran poesías dichas de pie y de frente ante la sociedad que trata de ocultar los placeres del cuerpo. Artemisa Téllez (CDMX 1979) dice en el poema Caperucita:
Niña que hacia mí vienes
en busca de consejos
-viejos-
no vengas a mi casa sola
que por las noches aún las abuelas
podemos enlobecernos…
(Paulina Rojas y Odette Alonso, coordinadoras, Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2021).
En el poema Eternidad carnal (1983) Elías Nandino dice:
Vámonos quedando así
como los perros, pegados,
hasta que venga la muerte a separarnos.
O que nos sepulten juntos
ensartados como estamos.
¡Qué más da que difuntos
sigamos cohabitando bajo tierra
mortalmente enamorados.
La poesía tiene, entonces, la función de denunciar la falsa moralidad que finge no disfrutar con el cuerpo, con el sexo. Por ello, las poesías homoeróticas, lésbicas y feministas nombran lo que no era nombrado. Dice César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa 1981),
Cuando me gusta un hombre a primera vista
Es porque se parece a alguien de mi familia…
Me les quedo viendo
como si con eso desatara la fantasía.
Y cuando me miran con su desprecio
me gustan más
porque así me miraba mi padre.
(César Cañedo. Sigo escondiéndome detrás de mis ojos, Conaculta, Premio de Poesía Aguascalientes 2019)
Lo que atraviesa a la poesía del orgullo, en la actualidad, es nombrar el deseo sin culpa; nombrar el deseo homoerótico, lésbico y de cualquier manifestación sexual; asumir la corporalidad de manera distinta, más allá de la simbolización de la poesía “permitida” para instalarse en un nuevo espacio poético de enunciación.
Por cierto, en el convento de San Francisco, se exhibían manuscritos de Gabriela Mistral, la “correcta”, la que se enseña en los libros de texto, pero ningún poema de amor lésbico, como si esa parte de ella tuviera, todavía, que ser ocultada.
Publicado en Meridiano de Nayarit, Tepic, Nayarit, 13 de junio de 2023.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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