martes, 17 de diciembre de 2024

Adiós a Lucinda Arias

Una Gota de Rocío se bastó a sí misma 

y satisfizo a una Hoja

 y sintió “cuán vasto es un destino”.

 

Emily Dikinson

 

¿Qué hace una cuando las amigas se mueren? ¿Recogemos los pedazos de recuerdos en los que estuvimos juntas para zurcirlos al cuerpo que nos queda? Nos miramos las que todavía estamos sobre la tierra, para cerciorarnos de que algo ha enmudecido dentro de nosotras porque ya no tendremos esa voz, esa figura que nos acompañó en los tiempos de la juventud. Envejecimos hasta decantar los instantes donde transcurrió la vida.

 

A Lucinda Arias la conocí en la Preparatoria 1 de la Universidad Autónoma de Nayarit, cuando cursamos el bachillerato de 1969 a 1971. Después, seguimos la carrera de Derecho, de 1971 a 1976. Durante todo ese lapso compartimos el tiempo de la escuela que también fue el tiempo de hacernos adultas. Lucinda muy pronto, entró a trabajar al Instituto Nacional Indigenista (INI), donde se convirtió en la abogada de esa institución con una posición de defensa de los pueblos indios.

 

La veo subiendo a las comunidades para explicarles lo que significaba que el territorio era de ellos; que merecían otro reconocimiento por parte del Estado; que tenían derechos.

 

Ha sido la persona más experta en la normatividad de los pueblos indígenas. A ella se le deben juicios memorables de defensa de los derechos indígenas ya que desarrolló una sensibilidad de lado de los pueblos de la montaña, los que recorría de un extremo a otro de la sierra. Lucinda posibilitaba defensas reales a partir de la visión de las comunidades y en más de una ocasión, tuvo enfrentamientos con las autoridades por la defensa de mujeres violentadas, de comunidades afectadas por las obras que pretendidamente se les querían instalar en su territorio con el argumento de que las propias comunidades serían las beneficiarias, pero que, en realidad, se trataba de modernas invasiones al territorio con la finalidad de saquear las riquezas.

 

Era consejera de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos para el Estado de Nayarit donde se distinguía por el apoyo a los casos de los pueblos originarios. Impulsó diversas normatividades con la finalidad de que los pueblos originarios tuvieran acceso a justicia, como la Ley General de Derechos Lingüísticos, la cual pretende que el gobierno de a conocer todos los programas y acciones a los grupos étnicos en sus propias lenguas. Lo mismo ocurría con la participación de los habitantes de comunidades en los juicios, ya que por falta de intérpretes se encuentran casos de personas que se encuentran encarcelados sin que tengan expediente. El caso extremo, nos contaba Lucinda, eran los de quienes purgan condenas injustas derivadas de la incomunicabilidad ocasionada por la falta de intérpretes.

 

En una ocasión la acompañamos en un caso paradójico de la injusticia en que son atrapados los indígenas. Resulta que un joven tenía sentencia definitiva porque, con motivo de una fiesta tradicional, dos jóvenes fueron a buscar venado a la montaña. Después de varios días, uno de ellos regresó con un venado para la ceremonia, pero el otro no regresó. En el pueblo empezaron a decir que, seguramente, lo había matado y dejado entre los cerros. A partir de este rumor la policía lo apresó. Cuando el Agente del Ministerio Público le preguntó “¿Dicen en el pueblo que mataste a fulano de tal, es cierto?”, el joven contestó “Sí”. La confesión fue considerada definitiva, por lo cual lo sentenciaron a prisión. Así, sin tener cuerpo del delito.

 

Unos dos años después, el otro joven lo visitó en la cárcel, puesto que eran primos. Explicó que después de cazar el venado se fue al norte a buscar trabajo, por lo que no se dio cuenta de la acusación de que fue objeto su compañero. Lucinda Arias expuso cómo se había culpado al joven debido a una deficiente comunicabilidad: cuando le preguntaron “Dicen en el pueblo que mataste a fulano de tal” y contestó que sí, estaba afirmando que efectivamente, en el pueblo decían que había matado a fulano de tal. El caso no podía ser abierto puesto que había sentencia firme, por lo que se realizó el trámite para conseguir el indulto.

 

La carencia de intérpretes y de abogados con perspectiva de los pueblos indígenas, la hizo desarrollar diplomados para capacitar a las propias personas indígenas en su defensa. También, desplegó una obra de sensibilización hacia la sociedad mestiza hacia las comunidades indígenas.  

 

También acompañaba a grupos de indígenas a realizar gestiones a la Ciudad de México cuando se requería. Lucinda Arias se convirtió en la cara jurídica del Instituto Nacional Indigenista (aunque este mudara de nombre en los distintos sexenios, como ocurrió cuando se le cambió el nombre a Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas o CDI). Los titulares del INI cambiaban de acuerdo a los gobernadores de Nayarit o a disposiciones del gobierno federal, pero Lucinda permanecía como parte de la estructura básica que le daba sentido a esa dependencia. Conservaba la memoria de la institución.

 

Para ella, los habitantes de los pueblos indígenas eran personas con nombre, apellido e historia. Lejos de la soberbia mestiza de considerar a las comunidades indígenas desde un lugar de lo superior, ella les devolvía el rostro y la dignidad.

 

Lucinda era vecina del barrio del Santuario de la Virgen de Guadalupe en las calles de Ures y Bravo en Tepic, Nayarit. No era una vecina más, sino que formaba parte de la comunidad que hacía posible la festividad de la Virgen los 12s de diciembre de cada año. Desde la etapa cuando estudiábamos en la Escuela de Derecho de la Universidad Autónoma de Nayarit, se encargaba del carro alegórico del 11 de diciembre para la peregrinación principal de las festividades guadalupanas; del adorno y vestuario de personajes que irían en el carro alegórico y, en general, de la logística de esa peregrinación. Era, en síntesis, una persona de comunidad.

 

Se involucró en la atención al asilo de ancianos Juan de Zelayeta, que da cobijo a ancianos y ancianas que se encuentran en condición de calle y con riesgo de salud. Su entrega para que el asilo tuviera las provisiones necesarias la hizo desarrollar comunidad con las religiosas encargadas del lugar y, por ello, mismo, contribuir a la sobrevivencia de ese proyecto, porque son pocas las personas que atienden a estos viejos y viejas, lejos de los reflectores que les pueden proporcionar notoriedad.

 

Yo la recuerdo como una persona comprometida con lo que hacía, dispuesta a trabajar para los demás. Amiga siempre, solidaria desde abajo, dispuesta a cruzar la montaña para ir a las comunidades. Atenta a los casos de injusticia y, sobre todo, sonriente ante lo que traía la vida.

 

Lucinda era esta persona, generosa en la sombra, donde sus acciones eran vistas por la comunidad que la rodeaba. Hoy lamentamos su deceso porque, aunque ella hacía cosas comunes como apoyar a las mujeres indígenas, conversar con una anciana, pintar a un ángel para la peregrinación, realmente poblaba el mundo de cautelosa melodía.  

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 18 de diciembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

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viernes, 13 de diciembre de 2024

Los cuentos del Abuelo Nayar


Guadalajara, Jalisco

San Juan de las cuatro esquinas,

 donde correteó la loba

a toditas las catrinas.

 

Para Chema y su familia, 

en particular a su madre, 

una contadora de historias

 

¿Cuántos cuentos, guarda la montaña? Sin duda, cada generación hace un recuento de las historias que se van contando, de tal manera de que se puede imaginar un río de narraciones que fluyen a través del tiempo para hacerse presentes en cada época con nuevos personajes.

 

En esta ocasión José María Jiménez Carrillo nos entrega este volumen de Cuentos del Abuelo Nayar. En ellos atisbamos a escenarios y situaciones diversas, desde la montaña, las marismas hasta las cantinas. Allí ocurre el diario transcurrir de la vida, ahí vemos a los personajes en sus maneras de sobrevivir, en las rencillas que les arranca la vida o que le sirven para pasar el tiempo.

 

Porque los cuentos nos relacionan con el mundo. A través de los personajes pensamos, sentimos y aprendemos de los contextos en los que la vida transcurre. Por ejemplo, yo no sé si fueron reales las cantinas llamas Cielo e Infierno en un poblado de la costa, porque, como se imaginarán, poco sé de cantinas y tampoco sé mucho de los pueblos costeros. Sin embargo, la cantina le sirve al autor para recrear un suceso donde la niebla es el personaje principal. La niebla que empaña la visión de quienes regresan al pueblo y en ese extravío alguien pierde la vida.

 

Regresamos también a otras épocas donde la vida en la escuela estaba lejos de tabletas y videos educaciones. Eran los tiempos donde se jugaba el tropo. Leemos: “A la hora del recreo, en la primaria se compraba una paleta y recargado en la pared de la escuela, se ponía a ver el juego del trompo que jugaban algunos alumnos de sexto año de primaria” Por sí solo, el inicio del cuento nos deja la expectación de lo que ocurrirá.  Queremos saber más de lo que pasaba en ese recreo. Efectivamente, se narra el detalle del juego del trompo, cuya descripción hubiera maravillado a Sor Juana Inés de la Cruz, quien narra cómo, cuando le prohibieron tener libros y estudiar, ella se basaba en lo cotidiano para seguir creando conocimiento. Dice, por ejemplo, que tiraba harina a las niñas que jugaban el juego del trompo para analizar los círculos que dejaban al dar vueltas. En el relato que nos ocupa tenemos una verdadera lección de los tipos de trompo que existían y de las suertes más apreciadas entre los jugadores.

 

Cuando leemos los relatos del Abuelo Nayar nos transportamos a los diversos lugares donde se ambientan las narraciones, ya sean los pueblos costeros o los ranchos de la serranía. Intentamos ajustar la información que se nos va dando para nosotros inventar otros finales, porque así es, vamos interpretando la información a partir de esquemas que ya tenemos. Por ello, leer estos cuentos nos permite recrear diversas situaciones y también asomarnos a finales inesperados, a otras formas de resolver las situaciones, a otras sensaciones y maneras de resolver los conflictos cotidianos.

 

En los cuentos del Abuelo Nayar también intentamos entender las motivaciones de los personajes. Sabemos, por ejemplo, que Don Canuto tiene un hijo llamado Canuto, que este va a vender huevos al mercado Juan Escutia de Tepic, pero que las rencillas se resuelven con ira. En otros cuentos, también la ira, la violencia atraviesan las relaciones entre los personajes.

 

Las personas son atrapadas por su época y su contexto. Se hace lo que se ha hecho durante años y poco a poco empieza a cambiar. Sin duda, también, la sensibilidad de la

sociedad cambia en las diversas épocas, por eso, lo que era normal en un momento dado, ya no es aceptado en otra.

 

Los cuentos que nos presenta José María Jiménez tienen la virtud de recoger el habla de las personas de la costa y de la sierra en una época precisa. Supongo que será a mediados y fines del siglo XX. Quizá algunos de estos tipos de habla siguen usándose, en aquellas tierras o ahora se entrelacen con las palabras y modismos de la televisión, de las redes sociales, del internet. Leemos palabras como “varejones”, “tiliches”, “enmuinado”, “tirria”, “sopetón” y otras.

 

Los cuentos del Abuelo Nayar nos transportan a escenarios donde quisiéramos estar o no quisiéramos: al interior de las cantinas, a los paseos en panga, a los ríos, a la vida cotidiana llevando a la nieta. Vemos la angustia de los personajes que se pierden entre la neblina y no les queda más que el cielo para orientarse. Por eso, como dicen los personajes del cuento “El arado”, le digo a José María, “Tírale a la luna” para llegar al puerto que quieres. Sigue adelante con las narraciones, para seguir contando historias, que, al fin y al cabo, los seres humanos somos eso: animales que confabulamos, que narramos para explicarnos quiénes somos.

 

Intervención en la presentación del libro el 11 de diciembre de 2024 en la Universidad Autónoma de Nayarit.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de diciembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

 

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lunes, 2 de diciembre de 2024

Lagunilla-Niño Perdido, un libro de Miguel González Lomelí


Siento un poderoso impulso 

de seguir a mi padre y alcanzarlo

 y empiezo a caminar.

 Luego, no sé por dónde se fue

y a mis seis años, no puedo orientarme

 

Miguel González Lomelí. Con el sol en los ojos

 

Siempre es un gusto leer a Miguel porque nos sorprende con su manera de articular los hechos vividos para ser contados de manera literaria. Seguramente todos los ambientes que se describen en los cuentos que conforman este volumen tienen parte de situaciones que experimentó durante su estancia en la gran ciudad. La diferencia estriba en que no se trata de crónicas de su vida en México, Distrito Federal, cuando era Distrito Federal, sino que utiliza esas circunstancias para devolvernos una realidad literaria.

 

Toda la literatura es una manera de ficcionalizar la realidad, aunque la realidad, en sí misma, sea ficción. La no ficción, donde podríamos catalogar este conjunto de cuentos, es un género basado en hechos, situaciones o personas reales que se transmutan para volverse literarios. El narrador se convierte en testigo, un testigo privilegiado porque presenta personajes y situaciones en sus particularidades, en sus sensaciones.

 

Quienes saben de literatura dicen que en las narraciones lo que cuenta son los detalles. Por eso entramos a la vecindad donde viven Damiana y Felipe en el callejón de la calle Meave para ser testigos de la tragedia de la pobreza. Nos asomamos al hotel Alameda donde admiramos a Marilyn Monroe y sentimos la emoción de los marchistas al entrar a las calles del conjunto Tlatelolco.

 

Todo eso siempre estuvo ahí, lo que cambia es la mirada del escritor. El desafío no es narrar la calle o la habitación, sino traducir esos detalles a algo estético en la literatura como ocurre en los cuentos que se agrupan en este libro.

 

Las narraciones tratan de acontecimientos que realmente han tenido lugar, pero ese acontecimiento puede ser parte de un recuerdo, de algo que ocurrió de alguna manera, a los que a través de la escritura se le da otro significado. De esta manera, la ficcionalidad es un producto del lenguaje literario que se basa en lo que ocurrió para convertirse en otra narrativa.

 

En estos cuentos se reconstruyen las pequeñas historias, escena por escena saltando de una a otra sin que en ningún momento se trate de una crónica. Algunos cuentos tienen finales divertidos; otros, cuentan situaciones de pobreza y desesperación; otros más se detienen en la solidaridad de empleados de la delegación, ante el desastre del sismo. Ahí vemos crecer la solidaridad de un burócrata gris para con las víctimas del sismo ante la incertidumbre de encontrar un rastro de la hija perdida. En la literatura, este burócrata gris, se convierte en un héroe.

 

Este cuento nos introduce al ambiente después del sismo. Es una manera, elegante, de referirse al sismo en sus consecuencias.

 

Sobresale la imaginación de los personajes. Un joven se encuentra a una mujer que pasea perros en la Alameda e inmediatamente imagina lo que pudo haber sido su vida: corista de un teatro de revista; descendiente de un hacendado venido a menos por la Revolución o prostituta en un bar de París.

 

También debe señalarse la capacidad del autor para reproducir diálogos realistas puesto que las palabras de quienes hablan, con sus entonaciones, modismos y redundancias se muestran en habitantes de la Merced o de vecindades; en estudiantes o en empleados de gobierno. A través de la lectura podemos imaginar los gestos, comportamientos, hábitos de las personas detrás de los diálogos.

 

No hay mirada compasiva para quienes viven en la pobreza ni tampoco para quienes toman decisiones que afectan su vida. La distancia con que se cuentan las historias es la suficiente para que el lector genere empatía con los personajes o, por el contrario, forme su propio criterio.

 

Existe una constante en los personajes masculinos que se enamoran. Siempre lo hacen de mujeres bellas y, por lo tanto, lejanas, aún las mujeres cercanas, las comunes y corrientes tienen cabida en la literatura trastocadas en seres bellos.

 

En el cuento “La tercera María”, narra: … Llegó a la entrada simultáneamente a una mujer de apariencia por demás interesante: llevaba el pelo suelto como a media espalda, sin ningún elemento que lo sujetara y le caía de manera muy natural, con un leve ensortijado que ondulaba suavemente sobre sus hombros. Iba arropada con una especie de capa negra y cuando se fijó en su rostro, se dio cuenta de una luz muy especial en sus ojos y una apenas insinuada sonrisa en sus labios.

 

En “Marilyn en la Alameda”, describe: …aquella cabellera, ligeramente ondulada parecía derramar plata a su paso como si esta pudiera renovarse constantemente ¡y su sonrisa, su sonrisa! En su sonrisa naufragaban todas las miradas, todos los deseos, todos los sueños.

 

El narrador es la primera persona o es un narrador omnisciente que puede adentrarse a los pensamientos del personaje. En el cuento “Con el sol en los ojos”, encontramos prosa poética en lo siguiente: A lo lejos se pierde mi padre, se desvanece su figura, debo alcanzarlo si no, qué voy a hacer, a dónde voy a ir, me voy a perder, ayúdenme, almas blancas de la niebla.

 

Los cuentos de este volumen tienen como trasfondo la ciudad de México o más bien, la ciudad de México es el personaje principal. Aquí están sus calles, sus oficinas, sus bares, sus esquinas, sus parques. No es la ciudad de México del pasado, de la nostalgia, sino la de quienes caminan, disfrutan, batallan. En Lagunilla-Niño Perdido, el autor encierra un periodo de esta ciudad a modo de mensaje para el futuro: en esta urbe caminaron, soñaron, lucharon estos personajes que ahora son sustituidos por quienes con otras narrativas individuales construyen la vida colectiva en la ciudad que les toca.

 

Debemos agradecer a Miguel su oficio de escribir. Porque en su escritura, y en esta en particular, podemos preguntarnos a través de los personajes que construye ¿cuántas personas se pueden conocer en una vida? ¿cuántas ilusiones y desilusiones se pueden sentir? ¿cuántas vidas se pueden atisbar?

 

Miguel es una persona que escribe a partir de su tiempo, de sus circunstancias y con ello nos devuelve nuestra época para que quede ahí, en el sustrato de una generación que se reconoce en los títulos de las películas o en los nombres de las calles que ya no se usan.

 

 Es cierto, la literatura no va a resolver lo urgente, pero nos acompaña en la vida, puede generar respuestas a largo plazo más duraderas y resistentes. Por eso, muchas gracias.

 

Intervención en la presentación del libro Lagunilla-Niño Perdido de Miguel González Lomelí, el 29 de noviembre en el Museo de Los Cinco Pueblos en Tepic, Nayarit.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de diciembre  de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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martes, 26 de noviembre de 2024

La Revolución Feminista es la Revolución total

Soy mujer 

Y un entrañable calor me abriga

cuando el mundo me golpea.

Es el calor de las otras mujeres,

de aquellas que hicieron de la vida

este rincón sensible, luchador,

 de piel suave y tierno corazón guerrero.

 

Alejandra Pizarnik

 

La única revolución es la feminista. Todas las demás revoluciones han dejado intacto el dominio fundante de todos los dominios: el de lo masculino sobre lo femenino.

 

La emancipación de los esclavos dio a éstos independencia frente a los amos, pero dejó intacta la estructura familiar patriarcal en la que se reproducía la esclavitud de las mujeres. Los esposos, hombres libertos, fueron los amos de las mujeres.

 

La liberación de los siervos del dominio de los feudos, dio a los primeros emancipación, pero redujo a las mujeres a la vida familista donde el siervo, convertido en señor de su casa, redujo a las mujeres a servidumbre.

 

La revolución liberal convirtió a los hombres en sujetos de derechos, pero las mujeres fueron domesticadas a la vida amorosa, carentes de derechos.

 

La revolución obrera convirtió a los hombres en dueños de su fuerza de trabajo, más las mujeres fueron evangelizadas como trabajadoras gratuitas.

 

La revolución campesina dio a los agraristas el dominio de la tierra; a las mujeres no les dio propiedad sobre su cuerpo ni sobre su tiempo.

 

Las mujeres esclavas, siervas, doméstica, cautivas, recluidas, expropiadas, no harán otra revolución, harán la Revolución. La revolución de las mujeres:

 

La revolución de las mujeres significa el fin del dominio de la ley masculina que avasalla a las mujeres y a los cuerpos feminizados.

 

No solo aspira a cambiar los protagonistas de lo público; sino también lo que se entiende por público.

 

Destruye la equivalencia entre poder político-poder económico-poder religioso y control sexual sobre el colectivo de mujeres.  

 

La revolución feminista rompe la estructura del amor en su falso discurso romántico para mostrar su esencia de poder.

 

No solo quiere alterar las condiciones de producción, como decía Carlos Marx; sino también las de reproducción, que no vio Marx.

 

No quiere intercambiar el poder de los hombres por el poder de las mujeres; sino romper la dicotomía de hombres-mujeres para dar lugar a criaturas humanas.

 

Queremos eliminar la supremacía masculina con su secuela de colonialismo, guerra, desigualdad, saqueo, miseria.

 

Terminemos con el autoritarismo sexual violador.

 

En la revolución de las mujeres seremos las dueñas de nuestro útero, nuestros deseos, nuestra matriz, nuestros procesos vitales.

 

Rompamos la cadena de explotación y opresión del patriarcado/capitalismo porque el orden patriarcal descansa sobre la explotación del cuerpo de las mujeres, de su tiempo, de la extracción de sus emociones para beneficio del capital.

 

Trastoquemos la familia tradicional de amo y esclava; señor y sierva; burgués y obrera en un núcleo de crianza humana de la nueva sociedad no patriarcal, no capitalista, no en el orden colonial.

 

Eliminemos el mandato de la sexualidad vinculada a la reproducción.

 

Adueñémonos de nuestro cuerpo; de la reproducción humana. Cambiemos los simbolismos del alumbramiento y la educación.

 

Cambiemos el orden cultural que nos convierte en oprimidas y dependientes.

 

Porque no somos naturaleza, decidamos la reproducción.

 

Porque somos cultura, construyámonos en otra libertad. Libres del patriarcado y sus genocidios; libres del capitalismo y sus saqueos; libres del orden colonial y su racismo.

 

Solo en la revolución feminista surgirá lo nuevo humano.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 28 de noviembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx



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martes, 19 de noviembre de 2024

Tanta ceniza en el silencio

Llevé lo que la ola, para romper lleva

 -sal, espuma y estruendo-,

 y toqué con mis manos una criatura viva,

el silencio

 

Rosario Castellanos

 

Las hojas sostienen un leve hilo de agua de la llovizna de la madrugada. Mientras amanece, febriles hombres pintan los batientes de la plaza del pueblo en la víspera de la celebración. En tanto, las mujeres de los tianguis arman sus arañas de la nada a la nada en la mitad del tiempo.

 

El agua sigue pequeños cauces en este pueblo de calles de piedra y de ceniza. Es Jala en la ladera del volcán Ceboruco. El agua aún no termina de absorberse en estos confines olvidados de callejones y senderos que bajan de la montaña. Con la escoba, una señora ensaya un conjuro frente a su casa: prepara la entrada a las personas que espera, ahuyenta a quienes se fueron. Puede ser que tú solo veas que barre la calle, pero en su corazón, amasa palabras secretas para evitar el infortunio.

 

En el mercado, una joven prepara alimentos: gorditas de nata, tamales calientes, atole de masa. No porque alguien se detiene y a señas pide que le sirvan, se acabaron las palabras. Es necesario que alguien diga buenos días para que las palabras digan lo que dicen y algo más. Entonces, el vaso rebosa del tormentoso champurrado caliente que conoce el camino del alma.

 

Los pájaros empiezan a cantar porque las madrugadas, en este lado del volcán, se conocen por los mirlos; el frío, por la ausencia de la hija; el atardecer, por los recuerdos; el llano, por las altivas espigas de maíz.

 

Frente al templo, una muchacha se toma una selfi. Son los tiempos, son los tiempos. La abuela se persignaba en ese mismo lugar al pasar. Hoy, es un escenario que valida la presencia efímera, el lugar marcado en el mapa para decir “aquí estuve”. La cantera, indiferente, sostiene al reloj y sus horas; ancla el tiempo, al tiempo.

 

Dentro, han sacado a Cristo Rey: una escultura de Jesús sentado en un trono enmarcado en un techo dorado. Lo han colocado en el sitio de honor frente al altar porque el novenario ya empezó. Los cuetes despiertan los cielos para anunciar la celebración. El Cristo fue traído de Barcelona por Mariano Ruiz, Jefe Político de Tepic en 1904 para regalarlo a las creencias de este pueblo.

 

A su lado, la Virgen de la Asunción con los brazos abiertos, recuerda los elotes tiernos de las cosechas buenas; agradece las peregrinaciones que hicieron los hijos. Madre de la lluvia en otras cosmogonía, les regaló las lluvias a tiempo, para que recogieran los frutos del paraíso.

 

Los Santos Médicos, Cosme y Damián, en su perenne curación al mártir Sebastián, cobijan a santeras y curanderos de almas y de cuerpos de quienes llegan para abrir sus ventanas a la sanación, para aliviar el desamor, la mala fortuna, la medianoche encontrada al cruzar el río. Son las brujas y los brujos de la montaña magnética.

 

Algo tienen las iglesias que nos llaman al regreso. Sabemos de la aglomeración de las metrópolis, del ruido de los aviones despegando, de la frescura de los valles cuando verdean. Volvemos a un templo como este, quizá porque nunca nos fuimos del todo de la pequeña tierra donde nacimos. Este ambiente de recogimiento con sus santos sangrantes y vírgenes suplicantes, nos devuelven a ese lugar de la infancia donde el alma se reconoce un tanto confundida entre la espiritualidad y el goce.

 

Tal vez las cúpulas altas, el olor a flores, la soledad de esta hora de la mañana, se metan en nosotras como el dolor de una mujer que no conocemos; de un muchacho desaparecido, de una joven arrojada a un precipicio y esté presente aquí en esta paz para perturbarnos.

 

Tocan las campanas anunciando la primera celebración del día. Una niña descalza atraviesa el atrio como si pisara alfombras en el piso de cantera. Más vale atravesar este patio para volver a las calles de ceniza.

 

¿A qué vengo a este pueblo? Amanece al fondo del camino donde el sol muestra al arrogante volcán.

 

Es de silencio la madrugada; pende inmóvil en la ceniza de las calles mientras la niebla, desinteresada, se evapora.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 21 de noviembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

sábado, 16 de noviembre de 2024

Senderos de vida. Libro de memorias de Américo Saldívar

 El desarrollo del individuo es, ante todo

-pero en modo alguno exclusivamente-

función de su libertad fáctica

o de sus posibilidades de libertad.

 

Agnes Heller

 

La memoria individual está lejos de pertenecer a la persona que la narra. Por el contrario, cuando leemos el libro Senderos de Vida. Memorias de solidaridad, represión y lucha de Américo Saldívar, estamos accediendo a la memoria de una generación que creció y se forjó en la izquierda mexicana y, podría decir, latinoamericana, en la década de los sesenta.

 

Américo narra su versión de cómo vivió su vida, lo que recuerda desde su pequeño Montemorelos, Nuevo León, su propio Itaca hasta la época contemporánea. El ejercicio va más allá de simplemente narrar el pasado, puesto que es un viaje introspectivo a partir de un proceso creativo que deja huella; se convierte en un legado familiar y social porque guarda un registro y, sobre todo, inspira a otras personas a escribir también sus memorias.

 

El libro que tenemos aquí es cautivador. Aunque yo no hubiera conocido previamente a Américo, aunque no hubiera sido profesor del Doctorado de Economía en la UNAM, donde estudié; aunque no hubiese sido parte de un grupo de latinoamericanos que formaban la planta docente del Posgrado; aunque no hubiese sido mi director de tesis de doctorado, de todos modos, hubiese leído este libro con la avidez de quien se asoma a una historia que atraviesa barreras, porque la travesía del mundo rural signado por el esfuerzo familiar, la convicción de que la educación es la puerta para acceder a otras explicaciones, la laicidad como ética, la vida en la URSS, la militancia en la izquierda, las represiones vividas, la creación de ideas para pensar el mundo, realizado en la academia, etc. son los trazos de un espíritu que hace uso de su libertad.

 


Entre el profesorado con quien me tocó convivir en el Posgrado de la UNAM, puedo mencionar a: mexicanos: Bolívar Echevarría, Américo Saldívar, Leonel Corona, María Eugenia Romero, Sergio de la Peña, Ángel de la Vega; los chilenos Orlando Caputo, Daniel Varela, Los brasileños Herbert De Souza, Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Ruy Mauro Marini, la argentina Rosita Kuminsky y otros más como Fausto Burgueño, José Luis Ceceña, etc.

 

A través de los relatos de las memorias de Américo Saldívar nos damos cuenta que pertenece a la generación de luchadores sociales que tuvieron el socialismo como horizonte y la democratización de las sociedades autoritarias latinoamericanas como meta. Es cierto, en América Latina, el avance del socialismo fue duramente reprimido tanto en Cuba como en Chile, pero la generación de activistas por el socialismo logró nada más y nada menos que la apertura de las dictaduras latinoamericanas.

 

En México, el dominio del PRI, si bien se legitimaba en las urnas, se convirtió en el dominio de un partido único que cancelaba cualquier manifestación de oposición, cualquier disidencia. Esta generación de luchadores, logró que se abriera; primero en las urnas y posteriormente, en la administración, una serie de andamiajes sociales e institucionales que permitió la apertura.

 

El costo fue alto, como se narra en las memorias: varias generaciones marcadas por la lucha clandestina, la exclusión, la descalificación por ser comunistas, hasta sufrir la pena más alta: el encarcelamiento.

 

Quiero decir que las memorias de Américo son un conjunto de recuerdos seleccionados. Ninguna memoria puede ser total: nadie puede recordar todo porque ya lo dijo Jorge Luis Borges en Funes, el memorioso, donde narra la historia de Irineo Funes quien recuerda absolutamente todo, pero ello le provoca una alteración de la realidad, una incapacidad para realizar generalizaciones y abstracciones; en síntesis, una incapacidad para vivir la cotidianidad. Así, entonces, las memorias son siempre una memoria selectiva. Aquí asistimos a la que Américo Saldívar escogió para encontrarse con su pasado y de esta manera, hacernos partícipes de diversos periodos de vida donde se pueden encontrar las claves del presente.

 

El autor narra su vida, pero la narra teniendo como telón de fondo el contexto de la sociedad mexicana, los movimientos sociales y políticos mundiales. Por eso, las memorias se convierten en historia. Aquí están los seres individuales que transforman las sociedades y los contextos sociales que moldean a los seres individuales. No hay lo individual sin lo social ni entenderíamos los cambios sociales, la vida en comunidad, sin las acciones de individuos concretos.

 

En cuanto el punto de vista, quiero decir que las memorias están escritas desde un punto de vista de lo que ocurrió como ocurrió, sin asumir la pobretud de la pobreza, tampoco la victimización de la represión ni la heroicidad de la cárcel. Por eso digo que el punto de vista, el enfoque está dado desde lo que le tocó vivir, sopesándolo como parte de los acontecimientos de la vida. Las diversas vicisitudes vividas con entusiasmo, con pasión, con el ánimo de seguir adelante.

 

Nos encontramos ante un texto celebratorio, vemos a una persona capaz de gozar los acontecimientos de la vida, ya sea en La Cotorra en Villa de Ocampo, Nuevo León, en la URSS, en Puebla o en México. En los diversos contextos en que vivió Américo es capaz de encontrar motivos para vivir con alegría; motivos para vivir la vida que le tocó y que seleccionó.

 

Esta capacidad de salir del infortunio, de encontrar disfrute en circunstancias difíciles, es una de las lecciones más importante de las memorias. Otra, lo es la capacidad de hacer comunidad, la solidaridad hacia los amigos, esa capacidad humana de construir comunidad como el único medio de sobrevivir en distintas condiciones.

 

En particular, disfruté la parte de la vida en la Unión Soviética, quizá porque me recordó mi propia estancia en la República Democrática Alemana, la Alemania Socialista, veinte años después de la estancia en la URSS de Américo.

 

En síntesis, aquí vemos a la generación de la ilusión. La que fue al socialismo realmente existente para formarse en una nueva ética de cooperación, de colaboración, de no explotar a nadie, de crear condiciones para construir una nueva vida. Testigo del esfuerzo de la URSS por cambiar las condiciones de trabajo de millones de personas, pero también de las contradicciones estando sitiados por el capitalismo.

 

Esta generación es también la que nos ha heredado las mejores ideas con que aún pensamos el presente. Su vida se convierte en un ejemplo de congruencia porque el corazón comunista no desaparece se transforma en nostalgia, en nuevos compromisos, en acciones, en esperanza, en entusiasmo.

 

Es una presencia de actos idos, es un pasado expuesto ante el alma donde están los afectos, las emociones, los exámenes de conciencia. Pero también el desconcierto, las incertidumbres, los dolores, las nuevas decisiones.

 

Resalto una frase que se encuentra en la página 87:

 

El tiempo se me escurría de las manos y yo no alcanzaba a leer todo. Les decía a mis compañeros que me gustaría pasar unos ocho meses en la cárcel completamente aislado para dedicarme de tiempo completo a la lectura. Cuidado con los deseos (p. 87).

 

Así que cuidado con los deseos.

 

Quisiera terminar agradeciendo a Américo por escribir estas Memorias, por permitirnos asomarnos a estas etapas de su vida.

 

Intervención en la presentación del libro de Américo Saldívar el 14 de noviembre en el Centro de Arte Contemporáneo Emilia Ortiz de Tepic, Nayarit.

 

Publicado en Meridiano de Nayarit, Tepic, Nayarit, 16 de noviembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

lunes, 11 de noviembre de 2024

Cuando dices sí, ¿a qué dices sí?

La sexualidad es al feminismo

lo que al trabajo al marxismo:

 lo más propio de cada uno,

pero también, lo más robado

 

Catharine A. MacKinnon

 

¿Quién no ha dicho sí en una relación amorosa en la cúspide del enamoramiento, con el cuerpo pleno de deseo? Las mujeres hemos sido socializadas para decir sí, para expresar consentimiento de que el otro realice su deseo sobre nuestro cuerpo y nosotras, a su vez, lo leemos como reciprocidad del nuestro.

 

¿Cómo se construye este consentimiento? ¿Hasta dónde abarca, cuáles son sus límites? El consentimiento, es cierto, es una apertura al otro, pero no puede ser un cheque en blanco para que el otro realice sobre mí todo lo que se le ocurra realizar y de esa manera, aniquile la presencia de la pareja. Aquí estoy yo, que soy un cuerpo, una presencia, una persona.

 

El sí dado en el registro civil, en la iglesia o en las relaciones íntimas nos introduce en una nueva dimensión del conocimiento de mí misma y de mi cuerpo. Quiero distinguir el sí de las mujeres a partir de la década de los setenta cuando inicia la liberación sexual, respecto de las restricciones de la sexualidad de las mujeres de las épocas anteriores. Ese movimiento creativo y generador de nuevas sociedades, que si bien, destruyó atavismos también abrió el camino para el goce sin tener en cuenta que las mujeres son personas; sin partir de los deseos de la pareja. Como si la liberación sexual se instalara en la ética de Sade: el goce a toda costa y del imperativo categórico de Kant aplicada al deseo: el deber de gozar, como lo explica Clotilde Leguil, en Ceder no es consentir (2023).

 

Leemos, por ejemplo, los testimonios de mujeres estudiantes de universidades que dijeron sí a sus novios. Ellas sienten que ese consentimiento fue traicionado porque las fotos íntimas fueron socializadas, porque fueron buleadas en las redes, ridiculizadas en espacios de amistad, etc. Se genera una relación ambigua sobre el asunto porque reconocen que tales relaciones amorosas estuvieron atravesadas por el consentimiento. Un consentimiento que, sobre todo, implicaba confianza y, por lo tanto, un lugar seguro para realizar el deseo de ambos, para dejarse llevar por el goce.

 

El lugar seguro no lo fue. Es cierto, iniciaron la relación sexual desde el consentimiento a una relación amorosa y sexual, la cual se transformó en un forzamiento para otras cosas. Las mujeres se sienten mal por las consecuencias de su consentimiento; van generando un malestar, pero no sienten que fueron obligadas porque en un principio dieron su consentimiento (a diferencia de las relaciones sexuales entre personas adultas con infantes, donde lo que ocurre son violaciones). 


Entonces, ¿cómo explicar que dije sí a lo que me perturbó, me produjo malestar?

 

Para desenredar este asunto de que dije sí, pero las consecuencias de ese sí no las había previsto, se tiene que partir de que el consentimiento en las relaciones amorosas, está lejos de ser dado desde la racionalidad -esa dimensión del cálculo y la deducción que nos dicen, es la cima de lo humano-. Por el contrario, se trata de experiencias de la emoción donde participa el cuerpo con sus deseos, sus fluidos, sus angustias, sus anhelos.

 

Cuando dije sí, lo dije a una expectativa de relación, a un imaginario, pero no sabía a dónde me llevaría ese consentimiento, porque no sabemos de antemano a dónde nos conduce la relación amorosa-sexual. Por eso encontramos a mujeres extraviadas en sus relaciones donde el deseo de sí ha sido anulado por el cumplimiento del deseo del otro. Pasamos, entonces, de la experiencia del consenso a la experiencia del forzamiento dentro del mismo marco de haber dicho sí.

 

Debe tomarse en cuenta que las mujeres no han sido educadas para reconocer y expresar su deseo. Es el deseo del varón el que prima sobre el de las mujeres. Además, desde la Ilustración, nos han enseñado que el consentimiento es la base de la relación legítimas entre iguales, pero ¿realmente estamos en la misma posición los hombres que las mujeres respecto a la realización del deseo? Porque las mujeres estamos en una situación de dominación patriarcal y desigualdad estructural, lo que vuelve imposible que el consentimiento de las mujeres sea semejante al del varón.

 

Casi se puede decir que el consentimiento de las mujeres es el consentimiento de las esclavas, de las subordinadas. Por ello, “hágase en mí según su voluntad”, sería la vocalización de las mujeres, que cuando dicen sí; dicen sí al deseo total del otro, al aniquilamiento de su propio deseo.

 

 Muchas mujeres no se atreven a recorrer el camino de la aclaración, habitan en la ambigüedad de que otorgaron el consentimiento y por ello, deben asumir las consecuencias. Es como si un yo más grande que sus emociones les dictara esta nueva actitud. Entonces, ellas mismas justifican las agresiones que sufren en la intimidad porque piensan que de esa manera están haciendo lo correcto. Como si el patriarcado que llevamos dentro tomara las riendas de nosotras mismas.

 

Han vencido las relaciones abusivas; ha vencido la violencia sexual. La estrategia consistió en la ilusión de la libertad de las mujeres para decir sí. Por ello, como dicen las teóricas del feminismo radical, Kate Miller, (Política sexual, 1970) y Catalina MacKinnon, (Hacia una teoría feminista del Estado, 1989): no hay libertad posible sin igualdad.

 

Termino con estos breves versos:


Hay en los ojos lágrimas, hay en el cuerpo, desazón.

La vergüenza se vuelve vómito de sangre

y el dolor y la culpa, existen.

¿Cómo llegué aquí?

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de noviembre de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx