lunes, 8 de abril de 2024

En Novillero, el día del eclipse

Fotografía de Ismael Partida


El astro, 

mordido ya por la sombra invasora,

semejaba un barco de fuego

flotando en un revuelto

océano de nubes.

 

Amado Nervo, agosto de 1905

 

Unos temblorosos pájaros volaban al norte, pero no avanzaban. El viento de esta mañana era tan fuerte que los mantenía en el mismo lugar e, incluso, los empujaba hacia atrás. Era extraño ver esas aves marinas suspendidas en el espacio.

 

Era la playa Novillero en el Pacífico norte de Nayarit, con sus vientos de mar abierto, con su frescor de fin de primavera quien daba testimonio de quienes veníamos a anclar el recuerdo del eclipse en nuestros corazones.

 

En el camino, algunos árboles de mangos portaban una prenda roja, conjuro contra la “eclisada” que pudiera provocar la pérdida de la cosecha.

 

Arriba, en el cielo, sobre el mar, la sombra de la luna iniciaba las mordidas al sol. quienes llegamos a esta orilla del océano, presenciamos la ruta del disco negro sobre un sol, aparentemente, inmóvil. Unos minutos bastaron para que la luna suplantara al sol con su sombra. Vimos el atardecer en la media mañana, la pálida luz daba paso a la corona del sol como su nueva cara.

 

Quienes habían llegado de los ranchos cercanos o de lugares más remotos, volteaban al cielo portando diversas protecciones. Otros más, veían el continuum de luz a través de artefactos de cartón elaborados por ellos mismos. Había quien instaló telescopios en diversos puntos para aprovechar el cielo despejado.

 

Otros más utilizaron los hoteles de Tecuala y Acaponeta para dormir la noche del siete de abril para, muy temprano, continuar a Mazatlán. Nosotras decidimos quedarnos aquí en esta playa de más de 80 kilómetros de extensión, donde al mar no le importan nuestras miradas ni nuestras pisadas. Por la playa, mojando los pies descalzos, esta cercanía con el universo se asentaba más en el alma.

 

En la plena obscuridad del minuto y medio que nos tocó en esta parte del mar Pacífico, los niños descubrieron las estrellas; fue la algarabía. También lo fue ver la corona solar, esa atmósfera exterior del sol que se extiende a su alrededor y nos hace ver la ilusión de una luna rodeada de luminosidad.

 

Señoras en sillas de ruedas, bebés en carriolas, jóvenes en casas de campaña, familias completas; todas entonaban una canción sin palabras para celebrar lo maravilloso desplegado ante nuestros ojos. Un rayo se escapó de la sombra para volver a relucir en la vuelta de las olas; para, con su luminosidad, darnos abrigo a los seres de la tierra, del cielo y de los océanos.

 

Nos abrazamos abuelas con nietas, con hijas, con hermanas, con sobrinas porque no se sabe de emociones frías cuando toda la luminosidad del universo nos sorprende. Soportamos la parte de la noche/luna para ser parte del amanecer, para llenar la obscuridad con el deleite de la luz.

 

Es cierto, al sol se le conoce por los rayos; al mar por las aventuras y a los seres humanos por los recuerdos.

 

Aquí, extendimos nuestros ojos para recoger el Universo en este recuerdo del 8 de abril de 2024.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 10 de abril de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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