Hicieron mal la guerra,
mal el amor,
mal el país que nos forjó malhechos.
José Emilio Pacheco. Próceres
Es la noche del grito. Un cura de 57 años se para al frente de un altar católico para arengar a los habitantes de la Nueva España y los nombra mexicanos. Por primera vez tenían un nombre propio, ya no fueron vasallos de la Corona Española; los llamaron mexicanos y ellos a su vez, se reconocieron en ese nombre.
La noche del grito es la noche de México. Es la única noche que existe; es la noche cuando todas y todos gritamos ¡Viva México! confundidos con quienes se agolpan fuera de las pulquerías, en los antros frente a pantallas de televisión, en las plazas de los dos mil municipios del territorio, sobre los hombros de madres y padres en el zócalo de la capital, en las playas ante platos de ceviches. En cualquier lugar, la noche de México alcanza a las multitudes.
Yo también soy multitud. Ahí estoy, a la hora de siempre esperando que la abanderada salga al balcón para vitorear a los héroes y a las heroínas. Suena el repicar de campanas. El cura dulce y viejo arenga a feligreses a despertar de la esclavitud para entrar en un espacio de libertad donde podamos decir ¡Nuestra Patria! Los años se amontonan uno tras otro para ver los rostros de los indios que van en pos del cura rebelde e iluminado. No sabemos cuál fue la arenga, no sabemos si dijo ¡Mexicanos, viva México! o ¡Viva Fernando Séptimo! o ¡Mueran los gachupines! Lo que sí sabemos es que lo dijo gritando por la sencilla razón de que no existía tecnología para amplificar la voz.
Por eso celebramos un grito, el grito.
Vemos los relampagueantes caballos pasar por las laderas de un pequeño pueblo en pos de la construcción de un país.
La abanderada sale al balcón para repetir la arenga de los siglos. Ya retumban las palabras mexicanas y mexicanos. Ya están ahí nombradas las mujeres de la patria. La abanderada se reconoce en otras mujeres. las nombra con sus apellidos de solteras: Josefa Ortiz Téllez-Girón, Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra, Manuela Medina. Nombra a las mujeres indígenas, a las mujeres migrantes.
El cura pasa con su sueño a cuestas. Tal vez un sueño de español criollo para despojarse del gobierno de españoles nacidos en España. Tal vez la búsqueda de justicia para los pueblos de indios habitantes originarios de estas tierras amestizadas.
El griterío fue sofocado por los repiques de campanas, por la voz clara y determinante de la abanderada, por las luces celebratorias que acompañan la ceremonia. Un cura fue derrotado después del levantamiento, en tanto que las cervezas siguen circulando en los bares; las bandas musicales se aprestan a seguir con los corridos, las cumbias, los corridos tumbados. Las pantallas muestran videos de mexicanos en cualquier lugar del mundo siendo muy mexicanos ataviados con los colores de la bandera verde, blanco y rojo.
Gritamos entre sombreros de petate, a la hora de siempre; entre rebozos de utilería; entre sarapes para turistas. Gritamos por los campesinos explotados, por las mujeres desaparecidas. Gritamos en este país que se debate entre la aspiración a la ley y los abusos de poderosos de quinientos años.
Hace falta otro grito, la nueva insurrección.
La larga noche nos devuelve al silencio de siempre. Siguen pasando los relampagueantes caballos con sus indios a cuestas y su cura quimérico. Sus mujeres entre las tropas derriban cerros porque miran de frente e iluminan.
Y, sí, ¡Viva México!
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 20 de septiembre de 2025.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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