Abstemios de Vicente Fernández, no lean este texto.
Cuando tenía quince años solíamos grabar un corazón atravesado por una flecha, con la inicial del nombre del muchacho que nos gustaba, y nuestra propia inicial, en hojas de los árboles que sombreaban el patio de la Secundaria Federal. Era un juego entre las amigas en los escarceos de los primeros enamoramientos.
Quizá por eso nos hacía sentido escuchar grabé en la penca de un maguey tu nombre, /unido al mío, entrelazado, / ya que, aunque la hoja o la penca son efímeras, la intención de grabar los nombres expresa el deseo de recordar para siempre a una persona, que precisamente, ya no recordamos. Nuestros siempres sueles ser efímeros, por eso los tatuajes en la piel, de los nombres de las personas amadas, provocan arrepentimientos.
¿Qué tienen las letras, las palabras, que atrapan el instante para pensarlo para siempre? Con la vida amenazada por el olvido y por el tiempo, la impresión de letras permite construir una ilusión de continuidad. Los seres humanos han escrito en diversos soportes desde tiempos remotos. Los escritos más antiguos que se conocen datan de 3000 años a. C. en Mesopotamia y Egipto. Diversas escrituras han quedado en silencio durante siglos, como el lenguaje maya o el egipcio, reducidos a trazos por una sociedad que no comprende los lenguajes pasados o que, incluso, los considera balbuceos o proto-escritura. En el año 196 antes de nuestra era, el rey Ptolomeo V ordenó grabar un decreto sacerdotal en tres tipos de escritura: en jeroglíficos egipcios, en demótica y en griego antiguo en una piedra de casi 800 kilogramos. Se llama la Piedra Rosetta porque fue encontrada en el lugar del mismo nombre en el delta del Río Nilo. Su descubrimiento se realizó en 1799 por un soldado francés cuando Napoleón soñó con conquistar Egipto. No lo logró porque el desierto venció a las tropas, pero salió a la luz la Piedra Roseta con la cual, después de siglos de silencio, los monumentos egipcios y los papiros, pudieron ser traducidos y recuperaron su voz.
La Piedra Rosetta se encuentra en el Museo Británico de Londres ya que los ingleses derrotaron a los franceses y como buenos ganadores, les arrebataron el principal hallazgo. Hoy es la pieza central del Museo, la que más atrae la atención de paseantes y sigue dando lugar a interpretaciones.
Hoy se escribe sobre el propio cuerpo para tatuar nombres, paisajes o símbolos de lo que cada quien quiere conservar para siempre. El cuerpo se ha convertido en un texto, en una Piedra Rosseta o en la penca. Como en el caso de los pergaminos, hechos con pieles de becerro, cabras, ovejas o corderos, grabar el nombre en la piel encierra un proceso doloroso del cual pocas veces estamos conscientes. La escritura ha tenido que inventar nuevos soportes porque las pieles de animales no darían abasto al ritmo de la escritura contemporánea. Si tan solo se calcula que una piel de becerro dará medio metro cuadrado, un libro de cincuenta páginas requeriría sacrificar al menos a cinco animales.
Escribir ha sido parte de la huella humana, es la prolongación de la memoria, es la voz de quienes nos han antecedido. Quien escribía, eran los sabios convocados por los emperadores; los intelectuales reconocidos por el poder; los escritores encerrados en sus premiaciones. Quien lee presta su voz a quien escribe, le redondea la página, le otorga sentido. Cada época ha generado sus propios lectores con gestos determinados, en ceremonias de lo que significa leer. Mi abuelo, solo leía en voz alta. Para esa generación era impensable la lectura en silencio. Leer era una actividad colectiva que se realizaba cuando caía la tarde, mientras los demás integrantes de la familia, lo escuchaban.
Quizá por eso, grabé en la penca de un maguey tu nombre, popularizada por Vicente Fernández, nos convierte a todas y todos en escribas; en escribas de los sentimientos, escritoras de lo efímero.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 14 de diciembre de 2021.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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