Para mis amigas Flor Gamboa, Aidé Grijalva
y otras hechiceras parecidas
Casi todas mis amigas y colegas de
mi generación somos deudoras de la píldora anticonceptiva de la década de los
setenta, que casi en etapa experimental, asumimos como estrategia para regular
nuestros cuerpos, negociar nuevas relaciones de parejas y posicionarnos en el
mundo. En el lugar que ocupaba la maternidad tradicional, disciplinadora, intentamos
construir otras maternidades: algunas decidieron no tenerla y se convirtieron
en madres colectivas de sobrinas y sobrinos mientras siguieron una carrera
académica, artística, de vinculación a comunidades o vagancia. Algunas no
fuimos tan valientes para renunciar a la maternidad como Simone de Beauvoir.
Desafiamos el mundo con nuestros
haceres, sin casarnos formalmente o deshaciendo muy rápido las uniones. Desoímos
las voces de las madres pero recuperamos las de las abuelas. Ellas, instaladas
en otro tiempo, vieron surgir nuestra generación de mujeres en ámbitos
inusitados: sobre todo y ante todo, la relativización de la única pareja para
siempre, por decisión propia y no por fatalidad.
Entramos a la maternidad y ello nos
hacía participar del flujo de la vida, nos depositaba en un espacio resguardado
por las mujeres como lugar de los afectos, donde la hija instalaba una
extrañeza sobre nosotras mismas. Debimos entonces, repensar los mandatos,
enseñarlas a mirar el ámbar de la luna, caminar por las calles que nos tocaron,
entonar las canciones para amanecer en el mar y recién despiertas, establecer contraseñas
para reconocernos.
¿Qué madres fuimos y qué madres
somos? Sin duda, excelentes, no me cabe la menor duda. Quitamos telarañas de
las prohibiciones del cuerpo, tejimos otros discursos sobre el transcurrir de
la vida como mujeres, expulsamos las cárceles metálicas de la culpa, amasamos
personas con deseos propios. Revalorizamos lo femenino como manera de estar en
el mundo y nos dimos, entre todas, las miradas, los abrazos, las teorías, las
poesías para habitar el mundo desde lo femenino jubiloso. Esto lo hicimos con
nuestras amigas cercanas o lejanas, que escribían sus propias experiencias,
teorizaban, o las de aquí, con quienes conversamos la cotidianidad.
Claro, las hijas se fueron a sus
propios paraísos. Florecen lejos de nosotras con una nueva manera de estar. A
veces no las reconocemos porque han adquirido gestos de otros u otras. Traen
nuevas voces y olores. Otras miradas se han almacenado en sus ojos y a veces
vislumbramos paisajes de oro, algún lugar vacío, flores cortadas de prisa, cielos
en brasas y bordes que estiran, cambian y permanecen. Sonríen con una sonrisa
que trae nueva frescura, como la que surge a través de tallos enredados y de
hojas. Sus melodías cruzan las grietas de nuestro rostro y se posan en otro
lugar de la memoria.
Un día traen sus propias criaturas y entonces basta un balbuceo de los pequeños seres para entrar, de nuevo, a la locura.
Un día traen sus propias criaturas y entonces basta un balbuceo de los pequeños seres para entrar, de nuevo, a la locura.
Nosotras ya no estamos en eso que
miran nuestras hijas, pero lo que importa es que miran, abren sus propios paraísos.
Socióloga, investigadora
de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, mayo 10 de 2018, Tepic,
Nayarit.
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