lunes, 29 de enero de 2024

La vida silenciada de Ana Cecilia Luisa Dailliez

La emoción que emanaba de aquella tristeza

resultó sin embargo una involuntaria

y efectiva forma de seducción

que estimularía aún más el aprensivo,

fantasioso, necesitado y solitario

espíritu de Nervo

 

Hernán González. La historia que no contó Amado Nervo

 

El 7 de enero de 1912 muere en Madrid Ana Cecilia Luisa Dailliez Largillier, con apenas 30 años de edad; había nacido el 18 de abril de 1881.

 

¿Qué sabemos de Ana Cecilia Luisa Dailliez Largillier? Muy poco, realmente. Algunas fuentes señalan que nació en la ciudad de París el 18 de abril de 1881. Sus padres fueron Francois Celestin Dailliez y Elisa Adelina Victorine Largillier; que cuando Amado Nervo la conoció, tenía una niña de 11 meses y vivía con su hermana. El hecho de tener una hija sin padre se consideraba conducta tachable por la moral de la época.

 

Esa condición de madre soltera a fines del siglo XIX fue el pretexto para que Amado Nervo la tuviera recluida y, prácticamente, viviera encarcelada.

 

La conoció el 31 de agosto de 1901 en el Barrio Latino, por una casualidad, pues AN estaba en espera de una muchacha que no llegó. En cambio, conoció a Ana Cecilia Luisa Dailliez.

 

AN estaba en París como corresponsal del periódico El Imparcial de París.

 

AN no la presentó a sus amigos escritores ni colegas puesto que tenía pretensiones de entrar al Servicio Diplomático mexicano. Se dice que la ocultaba en su departamento de Madrid de tal manera que sus colegas Pío Baroja, Valle Inclán y otros escritores no la conocieron. Alí Chumacero dice que “ni el portero del edificio donde vivían, sabía de su existencia”.

 

¿No leía periódicos Ana Cecilia donde se pudiera enterar de los adelantos de las mujeres? ¿carecía de noticias de los avances que estaban obteniendo las mujeres tanto en París como en España donde vivió con AN? Puede ser que el aislamiento en que la tenía AN llegaba hasta esos niveles de impedirle conocer lo que ocurría en su época.

 

Margarita Elisa, la hija de Ana Cecilia, recuerda que su madre le contó, que cuando vivió en México en 1904, AN le dijo que tenía que estar escondida porque venía a México en carácter de concubina, madre de una hija que no era de él. Eso, por el ambiente moral del porfiriato y los chismes en los periódicos y revistas culturales (Hernán González, Cuarto Poder, 1919).

 

A AN le convenía invisibilizar a Ana Cecilia por razones políticas, profesionales, diplomáticas y de apariencia. Él se había autoconstruido un retrato literario de poeta como místico, meditabundo, solitario, lo cual le convenía para el público al que se dirigía: las mujeres, fundamentalmente.

 

Puede ser que, a Ana Cecilia, ese pacto también le fuese útil porque le proporcionaba un lugar donde estar con su hija, una seguridad. Se trataba de una relación de dependencia absoluta.

 

No podemos dejar de preguntarnos qué pasa en la mente de estas mujeres que se convierten en mujeres presas, en mujeres cautivas en aras de tener un lugar seguro para vivir. Es cierto que la moral de la época estigmatiza a las mujeres que tienen hijos sin padre, pero en esa época, como en la actual, han existido mujeres transgresoras.

 

El cautiverio de Ana Cecilia consistió en ser privada de libertad, de autonomía, de identidad, de independencia, de la capacidad de decidir. Recluida en aras de un pecado moral, vio cerradas todas las opciones posibles de vivir una vida escogida por ella.

 

Desde luego que existe otra interpretación. Esta se refiere al amor romántico y a la entrega de las mujeres como amor sacrificial. Esta es, generalmente, la interpretación que se ha dado a la relación de Ana Cecilia con AN: la mujer que se entrega en cuerpo y alma al hombre, la que renuncia a su propio proyecto de vida para vivir el proyecto de él. De alguna manera, la mujer que siempre se encuentra disponible para los deseos de él; la que puede ser tomada por el hombre dónde y cuando éste lo decida.

 

Sin duda, se trata del imaginario de la dominación masculina perfecta puesto que la mujer es encerrada ¿por su propio bien?  para que solo esté disponible para el varón que la requiere.

Como sabemos, después de la muerte de Ana Cecilia, AN compone versos sobre la amada muerta, publicados después en La Amada Inmóvil. Los versos van recorriendo caminos destinados al público femenino de toda América Latina quien se conduele del dolor del poeta, que declara estar enamorado de una muerta.

Muy poco le duró el luto por Ana Cecilia, porque empezó a abrumar a Margarita con reclamos de amor. Un acoso verbal permanente que quedó en algunos poemas de El libro El Estanque de los Lotos; ahí se da cuenta del acoso de AN a Margarita. Dice: 

¿Cómo decir: “te quiero”, sin añadir “papá?

Desde luego que las complicidades masculinas no se hace esperar. Para algunos escritores, AN ve en Margarita, el retrato de Ana Cecilia, por lo que se trata de un “amor ingenuo”. El tiene 45 años, cuando Margarita tiene 15.

AN se trajo a Margarita a México donde la dejó con sus hermanas solteras. La casa con su sobrino Luis Padilla Nervo, con quien tiene cuatro hijos. Muere en México en 1974.

Finalmente, Ana Cecilia Luisa Dailliez, una mujer francesa de finales del siglo XIX, vivió en aislamiento por los intereses de AN. Muy pocos supieron de su existencia mientras vivió y después en la muerte, su nombre fue borrado para conocerla como la “Amada Inmóvil”. Siempre desde el hombre, nunca desde Ana Cecilia.

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 30 de enero de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

lunes, 15 de enero de 2024

El espejo de Penélope

Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí

buscando en mi extensión su verdadero ser…

En mi, ella ahogó a una muchacha y en mí, una vieja

se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible

 

Sylvia Plath. Espejo (fragmento)

 

Durante los veranos nos enviaban a la casa de los abuelos en la ciudad de México. En la recámara principal había un tocador-espejo ante el cual se sentaba la tía mayor a ponerse rulos antes de dormir, aromatizar su cuerpo con agua de rosas, y, sobre todo, dedicar un tiempo al cuidado de la cara a través de las cremas de la época. Los cosméticos se compraban en la Farmacia París, en lo que hoy se denomina Centro Histórico, por la calle República de Salvador, entre 5 de Febrero e Isabel la Católica.

 

Para mí, niña que era, ese ritual me hablaba del mundo de las adultas, similar a las historias en que se envolvían los días de esas tías que morían de amor o que fabulaban en torno al amante perdido.

 

Junto con el rito de estar sentada frente al espejo, las historias se sucedían, por lo que las tardes-noches eran esperadas para saber las narraciones de otras tías abuelas que no habíamos conocido, pero que sus historias nos hablaban de heroicidades, de amores transgresores, de secretos dichos a medias o de obediencias que terminaban por enmudecerlas.

 

Otras mujeres de la casa asomaban también al tocador: primas de paso por la ciudad, parientas que llegaban a estudiar o simplemente, las que iban a visitar la Villa de Guadalupe, Xochimilco, Bellas Artes.

 

El espejo abarcaba toda la parte central del tocador. El diseño estaba elaborado para que las mujeres se sentaran frente a él en un banco cómodo y pasaran ahí una buena parte de sus días. Abajo, a los costados, unos pequeños cajones guardaban los cosméticos que se utilizaban.

 

¿Por qué el espejo es tan importante para las mujeres? Telémaco, el hijo de Odiseo y Penélope ordena a su madre subir al piso de las mujeres a arreglarse ante la contienda final entre los pretendientes. Odiseo está ahí, disfrazado de vagabundo.

 

“Conque, báñate, viste tu cuerpo con ropa limpia, sube al piso de arriba con tus esclavas y promete a todos los dioses realizar hecatombes perfectas, por si Zeus quiere llevar a cabo obras de represalia”.

 

Penélope, habitante del piso superior del palacio, acata la orden. Ante el espejo de metal bruñido, se compuso el cabello ayudado por sus esclavas, formó los rizos lustrosos, untó su cuerpo con aceite de ambrosía y rosas y su fragancia habrá alcanzado el palacio hasta despertar la lujuria de los pretendientes.

 

El espejo, es el símbolo de Afrodita, diosa del amor, quien es representada sosteniendo un espejo en una de sus manos; es, por lo tanto, un utensilio femenino que muestra la belleza de las mujeres.

 

Las mujeres encuentran su belleza en el espejo, en tanto que los hombres encuentran su belleza en la lucha y en el uso de las palabras.

 

Para Aristóteles, si las mujeres se ven al espejo durante la menstruación, verán una nube sangrienta; como se ve, se trata de una mirada masculina sobre lo que son las mujeres y lo que deben y no deben hacer. Por cierto, para este filósofo, una de las pruebas de la “inferioridad” de las mujeres era que ¡no podían contemplar su propio sexo!

 

Durante la Edad Media se prohibió el uso de los espejos porque propiciaba que las mujeres, al usar maquillaje, “alteraran” el rostro de Dios. Recordemos, que, de acuerdo a la Biblia, los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que los maquillajes alteraban el rostro divino que las mujeres portaban. ¡Una batalla inútil contra los espejos!

 

En cuanto al tocador-espejo de la casa e México, fue trasladado a Tepic cuando la familia decidió reunirse en la ciudad donde vivo. El tocador fue abandonado en un cuarto de azotea porque en las casas modernas el lugar lo ocupaban las cómodas-tocador donde las mujeres tienen que arreglarse de pie, sin esa ceremonia de la conversación. En su lugar, la televisión ocupa el espacio de las palabras que nos traían las narraciones de otras generaciones. La tía conservaba el tocador-espejo más como un recuerdo que como un mueble que fuese a utilizar, símbolo material de otra época.

 

Por eso, cuando diseñé mi propia casa, me traje el tocador. Durante años yo también me sentaba en ese banco, mientras mis hijas balbuceaban a mi alrededor. Un día tuve que deshacerme de él porque, aunque el espejo estaba formado por una delgada capa de plata, poco a poco, las sombras lo empezaron a cubrir, como si el proceso de envejecimiento borrara, en cada mancha, los rostros de las mujeres que se habían mirado en él; de sus amores, de sus historias, sus tono, sus palabras.

 

Como en el espejo de Penélope donde agonizó su espera de mujer fiel.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 16 de enero de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

martes, 9 de enero de 2024

Hacía frío, una mariposa voló sobre el reflejo

De dónde llegan las fechas y a dónde van?

Viajan un año entero y

con la precisión de una saeta

se clavan en el día señalado,

 nos muestran un pasado,

 un presente en el espacio,

nos deslumbran y se apagan

 

Elena Garro. Los recuerdos del porvenir

 

Amanecimos en San Andrés Cohamiata, Jalisco (Tateikie en idioma wixarika), donde la temperatura había bajado a 4º centígrados; las niñas y niños de la pequeña localidad tapaban sus brazos con paliacates; también las personas adultas. Quienes íbamos de la ciudad nos sentíamos inmorales al portar chamarras, botas, gorros para el frío.

 

Asistíamos a la ceremonia de “Cambio de Varas”, un ritual donde el gobierno tradicional wixaritari es renovado. La transmisión de las varas representa el cambio de las autoridades en una celebración que se lleva a cabo el primero de enero de cada año porque los funcionarios wixaritari son también funcionarios del sol en su recorrido anual.

 

Sí, vivimos tiempos difíciles, en la montaña y en las costas donde el frío sorprende a la población más desprotegida; para algunas es más difícil que para otros. ¿Por qué digo para algunas? porque, generalmente, las carencias se acentúan para las mujeres. Apenas estábamos saliendo de una pandemia sanitaria global cuando surge la guerra de Ucrania, se acentúa el poder del narcotráfico en el mundo, se profundiza la crisis climática y se movilizan millones de personas que huyen de la pobreza y la violencia; por mencionar algunas dimensiones del mundo contemporáneo.

 

Al mismo tiempo, si volteamos al cielo, el vuelo de las mariposas monarca adorna los cielos del norte del continente americano con millones de ejemplares que viajan con el destello del sol de invierno desde Canadá hasta Michoacán, en el centro de México. Cerca de 20 millones de ballenas grises y seis mil jorobadas migran a las costas del Pacífico Mexicano donde se aparean y cuidan la primera etapa de sus crías.

 

Ahí, la vida respira. En los ballenatos que lentos ingresan al agua; en las aladas que mueren en el vuelo, pero que otras continúan y terminan el camino. Nunca llegan las que salen, llegan sus sucesoras.

 

Procesos de vida y de muerte, de destrucción y de renacer de la vida. Así inicia este año 2024 donde la simultaneidad de la vida-muerte tiene paralelo con las promesas de la inteligencia artificial o con las incertidumbres que se avizoran. Si bien, durante el siglo XX un grupo de físicos y Marie Curie, cambiaron la forma como entendemos el mundo, el universo, la materia; descubrieron la radiación y mostraron las posibilidades del mundo subatómico, el siglo XXI llega con su mezcla de ciencia excéntrica como si no fuera de este mundo o más bien, destinada a cambiar la razón del mundo.

 

Todavía está fuera de nuestra imaginación cómo caminará el siglo; qué sentido común tendremos que desarrollar para adaptarnos a las nuevas condiciones tecnológicas, a las nuevas miserias mundiales. Qué sentimientos serán necesarios para quienes habiten este largo siglo ¿indiferencia? ¿ceguera? ¿tendremos que desarrollar callosidades en el corazón para no ver hacia a los seres humanos convertidos en excedente, en sobras, por quienes acaparan el lujo, la riqueza insultante mundial.

 

¿Qué nos queda? Los lazos construidos en pequeñas comunidades, aquellos que forman parte de nuestros afectos inmediatos, son los que nos permiten sobrevivir. Qué difícil es pensar en una solidaridad mundial que moviera voluntades masivas a fin de cambiar el rumbo de la vida en el planeta. Cada vez son las pequeñas comunidades, nuestras familias, nuestras amigas aun cuando estén en plataforma, quienes nos hacen tener un sentido de pertenencia. A pesar de la ilusión de la interconexión a través de las redes, son los lazos afectivos los que nos generan el sentimiento de pertenecer a una comunidad.

 

Hacía frío en la montaña. Varias niñas iban descalzas en la ceremonia del ritual. Alguien dirá “están acostumbrados” como justificación moral. A mí me parece deshonesta, indigna, esta miseria que es vendida como “folcklor” para el turismo.   

 

Llovió un poco en la madrugada, lluvia fría en esa montaña alta. Pequeños charcos se interponían entre las piedras. Una mariposa voló sobre el reflejo del agua para desaparecer en las montañas de la lejanía. Nadie nos dio noticia si llegó a alguna parte.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 9 de enero de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx