miércoles, 31 de julio de 2019

Hacia una genealogía alternativa de derechos humanos

Señor, quiero preguntarte si lo que he vivido
significa algo.
Señor, aún no tengo visa, ni pasaporte
Señor, llévame contigo al cielo,
soy un migrante,
 no me cobres cuota.

 Ernesto y Vicente
migrantes centroamericanos

No, ellos no tienen derechos. Los derechos pertenecen a otra parte de la humanidad cuyo recorrido lo conocemos: desde el derecho romano hasta la Declaración de los Derechos Humanos, pero a ellos no los cobija. La noción de migrantes remite a colectividades sometidas a la segregación y racialización, son la parte de la sociedad que no es “como nosotros”, son cuerpos vagando por el mundo, ya sea a las puertas de Estados Unidos o a las puertas de Europa.

Son los mismos: despojados de patria, de ciudadanía, de territorio; despojados de las condiciones mínimas de construir una familia, de abrazar a sus hijos, de sembrar una parcela. Amenazados por el desasosiego, violadas las mujeres, teniendo hambre en sus cuerpos y en sus corazones, atrapados en la violencia extrema, arrasados sus territorios, hoy se ven enfrentados al terror racial del mundo que sí tiene Derechos; se ven obligados a dejar el lugar donde nacieron para aventurarse en lo que no se conoce, atraídos por la necesidad, que no espejismo, de vivir una vida, como sea.

Hoy, la zona devastada del mundo viaja a la zona hollywoodense del mundo. Están dispuestos a vivir como sea posible porque donde vivían ya estaban muertos.

Protagonizan una genealogía alternativa de derechos humanos porque viven en las zonas grises de una sociedad que se piensa a sí misma cumbre de lo humano racional, celebra la democracia y la libertad, alaba a dioses que le dan la razón, pero en sus entrañas, es una sociedad esclavista.

Ellos tocan los muros como si fueran las puertas del cielo. Convertidos en extranjeros de sí mismos, ni siquiera buscan protagonizar otra historia, actúan como zumbidos en las entrevistas que periodistas realizan a su paso por los desiertos, por las montañas, en su cruce de ríos. Escuchamos las voces de las niñas caminando, de los viejos cargando su nada y ahí dejan las marcas, las huellas, pronto sepultadas por quienes les siguen.

No es la suya la marcha de la indignación, sin narrativas que los agrupen, sin banderas que los identifiquen, sin declaración de agenda, cada quien piensa que su caminar es un salvarse individual en una experiencia fragmentaria en sí misma.

¿A quién interpelan los migrantes? No a los Estados, no a los altares, no a los mercados. Su voz cae en el vacío porque han sido convertidos en los nuevos salvajes, en los bárbaros, en los destructores.

La suya es un mero acto de imaginación moral en tanto se desarrolla la conciencia colectiva que conduce a deshacerse de las categorías de sujetos inferiores, desechables, sobrantes de la sociedad contemporánea. El gesto histórico consistirá en construir una colectividad nueva formada a partir de la posibilidad de que la vida sea posible, de trabajar, de construir solidaridades y tener obligaciones. No piden más, sólo ser seres humanos en otra genealogía de la construcción de derechos.

Publicado en Nayarit Opina, el 30 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com


martes, 23 de julio de 2019

¿Pueden los hombres ser paritarios?

La igualdad es el alma de la libertad;
de hecho, no hay libertad sin ella

 Frances Wright

La respuesta a esta pregunta se puede contestar desde distintos lugares. Desde luego, supongo que los varones tendrán su propia respuesta sobre la pregunta, por lo que yo parto de que soy una mujer preguntándome si los hombres pueden ser paritarios.

La complejidad de la respuesta pasa por la posición de privilegio que tienen los varones, porque preguntarse por las desigualdades de género es tomar conciencia del lugar de lujo que han tenido. Por ello, no se trata solo de que los hombres reconozcan las prácticas machistas cotidianas, sino que sean capaces de cuestionar las posiciones de poder, romper con las complicidades y construir otros lugares desde los cuales vivir las masculinidades paritarias. Esos procesos son difíciles porque en primer lugar se requiere renunciar a los privilegios que históricamente han tenido; en segundo, reconocerse como opresores en diversas prácticas; en tercero, asumirse como beneficiario de la opresión estructural de las mujeres; en cuarto, es necesaria tener la disponibilidad para la construcción de espacios de varones donde se reflexione sobre esas prácticas y quinto, abrirse a la escucha de las demandas de las mujeres en relación a las prácticas de la masculinidad.

Para los varones, crear espacios de reflexión colectiva donde politicen e historicen su vida cotidiana es, por hoy, algo impensado. Sin embargo, iniciar un proceso de reflexión sobre la forma de ser hombres, por los mismos hombres, requiere no sólo politizar las acciones cotidianas sino desindividualizarlas, despsicologizarlas, dejar de ver el tema como algo meramente individual, lo que le ocurre a cada hombre, para considerarlo un acontecimiento colectivo, lo que les ocurre a los varones como conjunto. De alguna manera, se trata de proceder como hicieron las mujeres con la proclama “lo personal es político”, no porque fuera obvio que lo personal fuese político, sino porque la reflexión de las mujeres permitió darle contenido a la frase a través del reconocimiento de la opresión, subordinación, falta de poder, en la vida cotidiana. Para ello, las mujeres se organizaron de múltiples maneras a fin de darle palabras, teoría, rostro a la dominación masculina.

Eso mismo deben hacer los hombres: Preguntarse por la forma de ser varones, reconocerse en colectivo y socializar. Sin embargo, los límites históricos para la paridad están dados en el sentido de que muy pocos están dispuestos a renuncian a los privilegios de manera voluntaria ya que esos privilegios se perciben como naturales, históricos, parte de las características de ser hombre, de su personalidad, de sus derechos, de sus méritos. La renuncia a ello no pasa solo por un proceso de toma de conciencia, de confesión o de proceso terapéutico, sino que pasa por un proceso de transformación de las colectividades y de las estructuras sociales y culturales.

Este proceso no puede realizarse en soledad sino que tiene que ser acompañado por otros hombres.  Es deseable crear espacios de pertenencia entre varones.

Además, los varones deben tomarse en cuenta que existe un actor colectivo que está protagonizando una revolución civilizatoria que incide en ello. Se trata de la revolución de las mujeres. Si los varones tienen límites históricos para aplazar esos cambios, muy probablemente el actor mujeres será capaz de empujar esos límites al cambio. De ahí la importancia de construir colectivos de varones donde se abran a la palabra de las mujeres como parte de la escucha, de la interpelación a sus masculinidades, aceptarlo como propio y actuar en consecuencia.


Pues no, los hombres no pueden ser paritarios si no cambian sus masculinidades, si no trabajan para ello, como lo hicimos las mujeres.

Publicado en Nayarit Opina, el 23 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com

Empujemos los límites de la paridad

Es cierto que durante los últimos años la participación de las mujeres en los cargos de política han aumentado, pero también lo es que se han hecho visibles nuevos límites a la paridad. La feminización de la educación y de la fuerza laboral demuestra que las mujeres alcanzan competencias y calificaciones necesarias para acceder a nuevos cargos de la política, sin embargo, ello no se traduce necesariamente en mayores puestos de poder. En la educación, para el ciclo escolar 2018-2019, la matrícula de licenciatura femenina es del 53% (SEP), en tanto que en el mercado laboral el porcentaje de mujeres que trabaja es del 40% (Inmujeres).

Las mujeres han obtenido las calificaciones, capacidades, habilidades  y aptitudes para entrar al mundo de la política, sin embargo, pocas veces se considera que la política, sus prácticas e instituciones siguen perpetuando relaciones desiguales entre mujeres y hombres. En las diferentes instituciones de la política: partidos, organizaciones, niveles de gobierno, , sector privado, se advierte una pirámide de poder la cual consiste en que en la medida que se asciende, las mujeres ocupan porcentualmente menos cargos directivos, con una definitiva baja presencia de las mujeres en altos cargos de gerencia y de política.

Debemos empujar la paridad desde dos lugares, al menos. El primero se refiere a la cultura política caracterizada por una estructura jerárquica regida por reglas y prototipos masculinos, cuyas condiciones de organización y prácticas se rigen por la discriminación, el sexismo, familismo y menores oportunidades para las mujeres. Es precisamente, esta cultura del intercambio de poder entre varones, lo que ha desencadenado las acciones de la paridad para destrabar la segregación vertical en que se encuentran atrapadas las mujeres.

El segundo se refiere a las condiciones en que participan las propias mujeres puesto que la socialización en el “amor romántico”, la maternidad y conyugalidad como meta de vida, entendida como vida para el cuidado de otros, da por resultado una serie de condiciones y condicionamientos, que propician no asumir un proyecto propio donde el poder se encuentre en el horizonte de vida. Las mujeres son socializadas como carentes de poder, incapaz de ejercerlo, dependientes, subordinadas, emocionales, sin un fin por sí mismas.

Ambas circunstancias propician verdaderos laberintos en los que se debaten las mujeres cuando desean participar en política. Se ha hablado de “techos de cristal” para referirse al conjunto de obstáculos a los que se enfrentan las mujeres, obstáculos que no se ven, pero están y operan contra las mujeres. También deberíamos hablar de “techos de dinero”, cuando las mujeres se quieren registrar para las candidaturas y necesitan dinero para hacer efectivo tanto el registro como los diferentes gastos que se originan para hacer reales las candidaturas; “techos de normatividades”, cuando las normas específicamente excluyen a las mujeres y otros techos. También se hace referencia a “suelos pegajosos” en el sentido de que las mujeres tienen que optar por atender la familia y la casa,  lo que conduce a un proceso de autoexclusión de los asuntos de la política.

Debemos empujar la paridad para acceder realmente a posiciones tanto en la política cotidiana en las organizaciones, ayuntamientos, y también en los altos lugares de la jerarquía. Para ello, no sólo deben cambiar las mujeres, sino que sobre todo, deben ponerse en marcha una serie de políticas y acciones que permitan modificar el conjunto de valores, creencias, comportamientos, símbolos que tienden a valorar de manera diferente el papel de las mujeres y los hombres en la sociedad, sobre todo a transformar las identidades de mujeres y hombres.

Además, no se puede empujar la paridad si las relaciones de mujeres y hombres siguen intocadas. Es ahí, en la forma de relacionarnos, en la forma de entendernos donde debe haber un cambio definitivo. Por eso, las estructuras condicionantes como el amor romántico, la maternidad y conyugalidad deben desaparecer como actualmente las conocemos para dar paso a otra manera de relacionarnos que no tenga en el centro crear y reproducir la vida. Hasta hoy, las relaciones entre mujeres y hombres han estado vinculadas a la reproducción biológica y por ende, a la reproducción social. Es tiempo de que se desligue de ello. Sobre todo que la identidad de las mujeres no siga siendo definida por la esfera reproductiva, no como hasta ahora.  

Publicado en Nayarit Opina, el 16 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com


martes, 2 de julio de 2019

Paraíso de leche

Para mi madre, desde luego

En días como este desearía de nuevo retener en mi cuerpo el paraíso de leche que hicieron las madres para mí. Eran días de lluvia cuando la leche sabía a calabaza tierna, canela y miel. No lo sabíamos pero en esa infancia vivíamos más que en un edén. 

Después del paso de las ambiciones, las calles afuera, los océanos recorridos, quiero retornar a esa íntima rutina de la puerta cerrando con aldaba cuando las hermanas nos dan las buenas noches en la complicidad de los susurros. Alguna niña llora, pero la leche dulce vuelve a impregnar nuestros cuerpos porque es posible el sueño, todavía.  

En la leche, la dicha es un destino. Nada sabíamos de lo instantáneo de la fatalidad ni de los senderos de las pasiones. Bastaba un sorbo de la cordura blanca para desafiar los límites de lo desconocido. Ahí nos arrullábamos en la llovizna.

El olor de leche hervida no solo es el aroma de la infancia, es también el regreso de la escuela, las tablas de multiplicar, los versos de ¿qué miras por la ventana/miro el sol que ya se va y me dice “hasta mañana”. Flotábamos en ese tiempo en que columpio, ortografía, balones, cuentos, eran los compases y dictados para amasar el pan de la tarde.

En el juego de brillos de la leche formamos órbitas celestes, volamos papalotes y atrapamos peces en algún río. Al volver de las tormentas tropicales, de las olas saladas de San Blas, de los ojos inmensos de los cocodrilos, estaba el linaje blanco para recordarnos las huellas de todas las mujeres que han vivido los exilios dentro de los dormitorios y se han asilado en las cocinas.

Pronunciamos con propiedad sus nombres porque ellas no tuvieron tiempo para  recoger los manantiales que salían de sus cuerpos. Se evaporaron entre el trajinar de las espigas que crecían para irse a otra parte.

¿Qué corre hoy por mi cuerpo? Los latidos continúan y mira, madre, la suavidad blanca que nos diste susurra, incandesce los huesos como órden que vale en este mundo.

Publicado en Nayarit Opina, el 2 de julio de 2019
Socióloga, investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com