jueves, 20 de abril de 2023

Don Pablo González Casanova

A todos les piden que se organicen 

en torno a una esperanza.

Y que logren por la paz, lo que ellos tal vez

no puedan lograr por la guerra

 

Pablo González Casanova.

Causas de la rebelión en Chiapas, 1995


Cuando, en 1994, los zapatistas llamaron a una concentración de la sociedad civil en las montañas del sureste mexicano, era aventurado pensar en participar. Apenas el primero de enero de ese año, los rebeldes zapatistas habían tomado San Cristóbal de las Casas dando muestra de una organización guerrillera que le declaró la guerra al Estado mexicano. Se corrían muchos rumores sobre las consecuencias de asistir al llamado desde la montaña, debido al aislamiento, el peligro que se corría en esa reunión por la falta de auxilio en caso de algún accidente, la incertidumbre de quienes integraban el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, etc. Los zapatistas habían puesto como condición que no hubiera ninguna comunicación con el exterior: ni los periodistas extranjeros ni los locales tendrían la posibilidad de comunicar nada, debido a lo aislado de la montaña.

 

Tampoco sabíamos la reacción del Estado mexicano, pero la memoria de la represión de 68 y 71 estaba presente en la mayoría de quienes valorábamos la posibilidad de asistir a la montaña, además del aplastamiento que se hizo de las guerrillas rurales y urbanas en las décadas 60`s y 80`s: las guerrillas campesinas de Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y la guerrilla urbana de la Liga 23 de Septiembre.

 

Entonces vi en el periódico que Don Pablo había asegurado que iría a la montaña. No me quedó ninguna duda de que no correríamos ningún peligro o, más bien, que lo correríamos una gran parte de la población mexicana que, por ese entonces, empezábamos a identificarnos como sociedad civil. Don Pablo había sido mi maestro en la Maestría de Ciencia Política en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en el periodo 1976-1978 y después hice algunas ayudantías con él en torno al movimiento obrero de América Latina en la UNAM. Nos decía que el poder tenía dos estrategias para desarticular la oposición: la cooptación y la represión. Si no daba resultado la primera, se utilizaba la segunda, invariablemente.

 

Sus clases eran sobrias. Cada idea era sopesada dentro de reflexiones que venían de una larga tradición. Nos decía que el pensamiento de la izquierda en América Latina provenía de los curas rebeldes que huyeron de la inquisición y el cristianismo de Carlos V y Felipe II. Esos curas que desde el púlpito decían que los indios tenían alma y con ello, exigían respeto a la dignidad humana de quienes habitaban esta parte del mundo.

 

Ahí empezaba la historia de la izquierda para él. La historia de la emancipación de nuestros pueblos, del respeto a la dignidad, lo cual no podía explicarse fuera de las ideas de explotación, opresión y discriminación; desprecio y humillación a los indígenas.

 

Don Pablo nos enseñó a pensar. Su modo reflexivo de organizar las ideas junto con el atrevimiento a pensar de una manera auténtica lo conducía por rutas novedosas. Sabía dialogar con otros pensadores de América Latina como don Sergio Bagú, sociólogo argentino, a quien le organizó un homenaje, como legado por sus aportes a la historia de América Latina; con René Zavaleta, boliviano, autor de El poder dual en América Latina; con Aníbal Quijano, quien nos enseñó a pensarnos con la categoría de colonialidad y eurocentrismo.  Pensador de la emancipación, supo encontrar en su camino los movimientos sociales y éstos, encontraron en Don Pablo al teórico capaz de dar coherencia y sentido a las prácticas libertarias.

 

 Lejos de las modas académicas su pensamiento era original, pausado y mirando a los ojos de los pobladores urbanos, de los indígenas, de las mujeres. Tenía la reflexión precisa, quizá, porque la escucha atenta y el silencio antecedían a su palabra. Recuerdo los seminarios, donde, durante tres días cada quien exponía sus ideas sobre las realidades locales que nos tocaba investigar y él, como un pequeño ruiseñor tomaba notas en una libreta minúscula que guardaba en la bolsa delantera del saco. Letras como hormigas. Nos escuchaba a quienes acudíamos invitados de los estados de la república con nuestras historias de caciques locales, falta de democracia, insuficiencia de cultura política, anécdotas de la politiquería regional, etc. y él, pacientemente hilaba las ideas el cuarto día para devolvernos nuestras palabras en un nivel de reflexión donde las categorías simples no tenían cabida ni tampoco las disyuntivas maniqueas. Menos aún, las descalificaciones a los otros o las complacencias.

 

Su pensamiento fue de ruptura. Quiso unir el pensamiento y las luchas sociales por la dignidad humana. Al amparo de su cobijo, escribí uno de mis primeros libros Nayarit, sociedad economía, política y cultura (1990) publicado por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, (CEIICH) que Don Pablo fundó en la UNAM.  Ahí dirigió la primera Biblioteca de las Entidades Federativas, escrita desde académicos de mismas entidades y no por equipos centrales. Gracias a su generosidad, a su capacidad de gestionar recursos, de asistirnos con equipos especializados, pudimos publicar una obra de cada Estado de la república.

 

A los y las jóvenes que asistíamos a sus seminarios nos veía desde el futuro que podíamos ser.

 

Sí, nos cayó un aguacero en la montaña. Estuvimos incomunicados, sin comida ni agua. Salimos empapados, enlodados, pero también llevábamos con nosotros las miradas históricas de los indígenas, convertidos en subversivos zapatistas con sus rifles de palo, apelando por otra dimensión de la democracia, una que los incluyera. Traíamos con nosotras las pisadas históricas de quienes habitaban la montaña; las manos de las mujeres mayas que nos habían curado las torceduras. Éramos la muchedumbre urbana atrapada y estupefacta dentro de una tormenta tropical de agua, rayos y viento. Salimos de ahí revestidos de hojas verdes, lavados por la lluvia como si se tratara de un nuevo nacimiento. Salimos sin bolsas de dormir ni casas de campaña, pero portábamos las palabras de don Pablo: “Nuestra lucha ya no es solo por la libertad y la democracia, es por la vida”.

 

Gracias, Don Pablo.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de abril de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

domingo, 16 de abril de 2023

La clase política de las mujeres o la subversión de las indóciles

Estoy labrando como con cien abejas

un pequeño panal con mis palabras

 

Rosario Castellanos


La clase política de las mujeres actúa cuando se violentan los derechos obtenidos por las mujeres o se quieren disminuir; cuando los administradores de los partidos políticos pretenden restringir lo ya alcanzado; cuando los pactos patriarcales vuelven a considerar, a las mujeres, objeto del poder.

 

La clase política de las mujeres está conformada por mujeres de diversos ámbitos del poder público: diputadas, magistradas, consejeras, senadoras, diplomáticas, funcionarias de primero y segundo nivel de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial tanto del gobierno federal como de las entidades federativas. A la clase política de las mujeres también pertenecen las mujeres de los partidos políticos que pugnan por el avance político de las mujeres dentro y fuera de esos institutos. Además de gobernadoras, presidentas municipales, regidoras, alcaldesas, junto con académicas, comunicadoras, empresarias, artistas, activistas.

 

El andar en torno al adelanto de las mujeres ocurrió a través del reconocimiento de las mujeres que empezaron a visibilizarse en el poder público, en la academia y el activismo, lo que conformó un movimiento íntimamente entrelazado donde la expertis de quienes estaban en el poder, las reflexiones de las académicas y las prácticas del activismo, fueron tres pilares cimentados entre sí. Entendieron que la perversión del poder distingue y premia el protagonismo individual como una estrategia para la división entre las mujeres, pero ellas, talentosas y exitosas, se han aliado para dar lugar al protagonismo del colectivo de mujeres.

 

Desde distintos lugares, portando historias diversas, se alían para avanzar; para construir, colectivamente, la agenda común. Aliadas más allá de las diferencias individuales; aliadas más allá del pensar homogéneo; aliadas más allá del amiguismo

 

La escucha atenta de las experiencias de las mujeres en el poder, las reflexiones desde la práctica, los avances de las acciones colectivas, los posicionamientos de las mujeres ante la usurpación de funciones; la denuncia de obstáculos al acceso, al ejercicio y a la permanencia de cargos; se han convertido en parte de las acciones cotidiana que la clase política de las mujeres realiza para permanecer e ir adelante en el ejercicio de derechos políticos. Para hacer frente a reformas que intentan disminuir los derechos de ellas y de otros grupos excluidos del poder.

 

Sí, se trata de una clase política (ver Gaetano Mosca, La clase política, 1939, FCE) cuya definición no proviene del lugar en el modo de producción (donde solo se reconoce a capitalistas y obreros), sino de su lugar en la responsabilidad política. Pudiera enunciar las diversas profesiones y ocupaciones que ejercen las mujeres de la clase política, sin embargo, lo más importante es reconocer que se trata de un colectivo que se encuentra estructurado en torno al avance de las mujeres.

 

Sus integrantes, lo mismo participan en reuniones internaciones en torno al cumplimiento de compromisos convencionales del Estado mexicano, como en el seguimiento de las reformas a la legislación en cada coyuntura, a la interpretación de las normas, al cumplimiento de mandatos de igualdad. Son vigilantes para hacer efectiva la paridad en todo.

 

No solo son sujetas titulares de derechos: son actoras colectivas que exigen su cumplimiento.

 

Dentro, las mujeres en el poder con poder; fuera, las mujeres organizadas de la sociedad civil.

 

La clase política de las mujeres trasciende los partidos políticos. Ya no son las dóciles diputadas que debían su lugar al coordinador parlamentario, quien esperaba que le agradecieran ese lugar. Son actoras por derecho propio.

 

Sin duda, la expertis desarrollada por las mujeres integrantes de la clase política de las mujeres se convierte en un capital para sus integrantes: conocerse y reconocerse. Ese capital se expande a todas las mujeres de México. Porque ellas están en la discusión de las sentencias con perspectiva de género; en las negociaciones de los presupuestos; en las mesas de discusión para actualizar legislaciones con base en los Tratados Internaciones que pugnan por la igualdad sustantiva. Ellas están, también, en la calle realizando intervenciones urbanas contra los feminicidios; en los foros y mesas de discusión sobre las diversas aristas del momento actual de las mujeres. Comunican, informan, publican estudios, circulan ideas, realizan la revolución digital, comparten conocimientos y experiencias.

 

Hoy somos la clase política de las mujeres que nos reconocemos en la genealogía de Elvia Carrillo Puerto, Amalia Caballero de Castillo Ledón, Hermila Galindo, Aurora Jiménez y otras.

 

Hacer retroceder la reforma que intentaba limitar al Tribunal Electoral de la Federación en sus funciones, es un triunfo de la clase política de las mujeres. ¡somos las aliadas!

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 15 de abril de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

lunes, 10 de abril de 2023

El teatro popular religioso de las Judeas

El mito cuenta una historia sagrada; 

relata un acontecimiento

que ha tenido lugar en el tiempo primordial,

el tiempo fabuloso de los comienzos.

 

Mircea Eliade. El mito del eterno retorno


¿Qué no hay teatro en Nayarit? Algún funcionario de cultura dijo esto en alguna ocasión e inmediatamente le referimos el teatro popular religioso que año con año se escenifica en los distintos pueblos donde se lleva a cabo la representación dramatizada de la Semana Santa. Esas Judeas donde el drama de la pasión y muerte de Jesucristo de la religión católica se entrelaza con las fiestas propiciadoras de la siembra del mundo prehispánico.

 

Hemos caminado la montaña para ver la representación de la Judea nayeri o cora en Jesús María, Presidio de los Reyes, Corapan, San Pedro Ixcatán, Santa Teresa; hemos viajado en lancha a Huaynamota y subido a San Andrés Cohamiata, para vivir la Judea wixaritari o huichol. Vimos las judeas mestizas de Puga, San Pedro Lagunillas y ahora, después de la pandemia vamos a la representación en la quietud de Jala.

 

Una y otra vez, las Judeas vuelven a repetir el ritual del Cristo sacrificado, porque como dice el escritor Mircea Eliade, el ritual debe ser representado para que los efectos que generó el sacrificio se sigan produciendo: la salvación.

 

Subíamos a las avionetas muy temprano, antes de que el áspero viento del mediodía cediera a la tentación de estrellarnos contra las erguidas montañas de la Sierra Madre Occidental. La avioneta nos dejaba sobre la superficie de la localidad y en ese breve trayecto de una hora llegábamos a otra época donde la memoria vacila en su cronología del mundo occidental. No solo porque se trataba de localidades encerradas en sí mismas, sino porque las personas eran otras; otro el paisaje y los cantos; otra el agua y el sueño.

 

En el teatro popular religioso de la montaña está todo el pueblo: los muchachos con su locura de judíos corriendo en sus cinco vueltas ceremoniales; los señores entonando los minuets dentro del templo; las muchachas preparando la comida ceremonial; las señoras atentas a la conservación del leve equilibrio entre quienes bailan empeyotados y quienes realizan plegarias. Niñas y niños detrás de todos como parte del festejo y los perros, ahí en el paisaje, imprescindibles. Porque es un festejo de la vida, de la próxima siembra, de la comunidad que se rehace en la reiteración del ritual.

 

¿Quiénes son los actores y quiénes los espectadores? En el teatro religioso popular esas barreras se difuminan porque no hay representación sin pueblo participante. Las únicas observadoras somos nosotras, las personas que no somos de la localidad y que, por lo tanto, mantenemos la distancia entre lo que está siendo representado en tanto una manifestación que me es ajena.

 

El teatro popular religioso tiene su propio público participativo. En la judea de Jala, por ejemplo, las personas adultas guardan memoria del año en que fueron Cristo, Judío Errante o el Cautivo; cuando les tocó ser la Verónica o Claudia, la esposa de Poncio Pilatos; cuando fueron parte de los “Viacrucis vivientes” de la procesión nocturna del viernes santo.  Vienen los migrantes de donde estén para cumplir con la promesa de participar en la judea; de cumplir con el Cristo, en el caso de Huaynamota.

 

Por eso, en las judeas populares, son actores/espectadores. Aunque turistas y académicos no vayan a las representaciones, estas sobreviven porque tienen como origen y destinatario a los pobladores de la localidad. Ahora viajan las representaciones audiovisuales a través de los videos que son subidos a redes sociales para que puedan ser disfrutados por quien está en Chicago o Tijuana, Madrid o Seúl.

 

En el teatro popular religioso participan las personas, pero también, el pueblo como escenario. En Puga, la escenografía es el Molino de Azúcar en cuyo frente se crucifica al Cristo, quizá como metáfora de la crucifixión de los obreros. En San Pedro Lagunillas, es la laguna el fondo sobre la que se escenifica la pasión; mientras que en Jala, el imponente volcán Ceboruco se convierte en el telón sobre el que se levantan las tres cruces del final.

 

Hoy se llamaría teatro interactivo porque participan todos los sentidos: ahí está la música: el pitero, los violines, acompañando cada secuencia de la Judea, como si fuera el aire el que canta a sí mismo; ahí está la inundación de aromas de flores e incienso, que nos traslada al placer espiritual; ahí está el cordero, despellejado detrás de la puerta de la Catedral de Jesús María, para quien quiera verlo junto con los cristos sangrantes; ahí están las luces en forma de cirios, de lámparas de neón, de cohetes, como protagonistas principales de la alegría del ojo. Porque las judeas son juegos de obscuridades e iluminaciones; de cerrojos y conciencias suspendidas; de ayunos y fiesta de los sabores en la fruta, las capirotadas, la miel con plátano del ritual: todo unido por la vigorosa fuerza del dios/semilla de la resurrección/germinación. El sol ignora el tiempo que dura ese intervalo semanal y viejo como es, abarca la circunferencia del mundo.

 

El teatro popular religioso no es de la Iglesia; no lo presiden los jerarcas religiosos, quizá por ello, en ocasiones ha sido prohibido o mal visto. Tampoco es del funcionariado de la cultura, porque éstos, llaman teatro a la profesionalización de las caracterizaciones. Tampoco es de los Ayuntamientos porque no los administran, los sobrepasan. Es una interpretación asumida por el pueblo organizado para repetir, circular, reiterar, lo que ocurrió en ese tiempo mítico cuando la enseñanza fundamental fue la necesidad de morir para volver a nacer. La Semana Santa, en los pueblos agrícolas, marca el inicio de la época de siembra: la semilla que muere como tal para surgir en una nueva vida.

 




Son obreros de la molienda de caña; muchachas trabajadoras de la hoja de maíz; jóvenes cortadores de tabaco; trabajadores de la construcción; dependientas de Oxxo; jornaleros agrícolas; estudiantes. Ellos y ellas son el rostro de los Cristos, las Magdalenas, los judíos, las Verónicas y después, vuelven a sus pasos de vendedores ambulantes, de migrantes, de peones. No tendrán becas de cultura; nadie les extenderá constancias. Volverán el siguiente año en la reiteración de los ciclos que se cumplen sin principio ni final: la única representación donde se encierra la vida.

 

Ellos y ellas, en sus anonimatos, en su simple pasar, sostienen el rito de la comunidad y la esperanza para ti, para mí: para quienes vendrán en el futuro.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de abril de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

jueves, 6 de abril de 2023

Rosa Navarro, primera escritora nayarita

Dar a la mujer una acertada instrucción educativa 

y será capaz de conducir al mundo

por el camino de la felicidad.

 

Rosa Navarro

 

Se sabe que Rosa Navarro nació el 30 de marzo de 1850 en Compostela, cuando esta región formaba parte del Séptimo Cantón de Jalisco (1824-1867). Apenas habían transcurrido tres años de la invasión norteamericana a Veracruz en 1847. Para ese tiempo, se calcula que el Partido de Compostela tenía alrededor de 9 mil habitantes, en tanto que la cabecera del Cantón, Tepic, tenía 15 mil y apenas se estaban estableciendo las diligencias entre Tepic y Guadalajara (Raymundo Ramos, La conformación del espacio urbano en Tepic, capitl del Séptimo Cantón de Jalisco, Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, UAN, 2016).

 

Al morir su madre, Mariana Flores, y debido a la persecución contra su padre, el liberal Albino Navarro, se confinó en la Hacienda de San Felipe de Híjar, huyendo de los conservadores, donde dura seis años, después de los cuales se traslada a vivir a Guadalajara. Como se utilizaba en esa época, las primeras letras y operaciones, fueron enseñadas por Don Albino a la hija mayor, Paula, quien, al morir el padre se las enseña a Rosa. Ambas quedan al cuidado de sus tíos quienes internan a Rosa en el Liceo de Niñas de Guadalajara, donde obtiene el título de Preceptora de Primer Orden, el 3 de enero de 1867.

 

Con apenas 17 años se convierte en Directora de la Escuela Municipal de Mascota, Jalisco, donde ocupa tal cargo de 1867 a 1873. Posteriormente, se convierte en Directora de la “Escuela Oficial Superior número 2 para niñas” en Guadalajara. En ese cargo se distingue por su compromiso con la educación de las niñas, puesto que amplió sus conocimientos de inglés y francés a fin de que las estudiantes accedieran a estos idiomas.

 

El arribo de las mujeres a los espacios públicos ocurrió a través de la incorporación a la docencia, una actividad desde la cual participó en organizaciones de profesores, pero que le permitió integrarse a organizaciones de señoras para alentar el estudio, el trabajo y el progreso dentro de las ideas del positivismo imperante en el último tercio del siglo XIX. Las mujeres que laboraran en la educación se organizaron para impulsar el avance social de las mujeres y sobre todo, terminar con las condiciones de ignorancia en que vivían.

 

En 1873 se fundó el periódico  Las hijas del Anáhuac, como un periódico de señoras, por alumnas y maestras de la Escuela de Artes y Oficios de la Ciudad de México. La directora era Laureana Wright. El editorial menciona que se funda para “hacer la competencia a las dedicadas a la mujer” dirigidas por hombres. El editorial dice: “Ya no es mal visto que la mujer escriba y exprese sus sentimientos por medio de la pluma (…) ¿Por qué si el hombre puede manifestar públicamente las galas de su inteligencia, la mujer ha de estar privada de hacerlo, habiendo, como hay, mujeres cuyos talentos igualan a los de los hombres?” (Las hijas del Anáhuac).

 

El periódico cambió el nombre a Violetas del Anáhuac, el 22 de enero de 1888. Rosa Navarro se convierte en una de las colaboradoras desde Guadalajara, donde publica sistemáticamente. Los textos de Rosa Navarro son poesía, prosa y narrativa. Se refieren  al progreso técnico, como la poesía A una locomotora (13 de mayo 1888);  a reseñas de actividades de importancia social Al Sr. Ignacio Pujol (3 junio 1888), donde narra la llegada del ferrocarril a Guadalajara;  la narrativa Fiesta conmovedora (17 de junio 1888) referido a la ampliación del Hospicio de Guadalajara;  poesías amorosas Romances dedicados a la Srita. Ma. del Alba; textos patrióticos Juárez (8 abril 1888), así como escritos sobre pedagogía Observaciones pedagógicas (24 febrero 1888; 3 marzo 1889), entre otras.

 

Se encuentra publicado un texto Rectificación firmado en Guadalajara, como Rosa (15 abril 1988) y el Diario de una mujer del gran mundo, firmado como R.N. (26 de agosto de 1988). Este último es un cuento escrito en primera persona.

 

Fundó la logia masónica de mujeres denominada “Xóchitl”, en Guadalajara, considerada la primera de provincia, para impulsar la ilustración de las mujeres en la ciencia, el arte y el progreso, junto con su hermana Paula.

 

La característica de la escritura de Rosa Navarro estriba en el impulso a la educación de las mujeres. En el artículo La ilustración de la mujer, discute los argumentos que quienes quieren evitar su educación:

 

“Mucho se ha hablado sobre la necesidad de instruir á la mujer. Unos han pintado con vivísimos colores esta necesidad; otros han tratado de probar que la mujer ilustrada es perjudicial en la sociedad e incapaz de llenar sus deberes como esposa y madre: esto, aun personas de conocida ilustración lo afirman hasta el punto de hacer vacilar á algunos en la solución del problema: ¿debe ó no instruirse á la mujer en las ciencias? En pleno siglo XIX es extraño que personas de buen criterio opinen que á la mujer sólo se le enseñen las primeras letras para que lea en su libro de oír misa y rece sus novenas, y después de ésto á surcir la ropa y preparar el alimento; es decir, que sólo se la eduque para beata y para ama de casa” (La ilustración de la mujer).

 

Impulsó la educación superior destinada a las mujeres, para lo cual fundamentó la creación de la Escuela de Farmacia con el argumento de que dicha escuela “proporcionará al sexo débil una nueva arma defensiva contra la temida miseria”.

 

Publica el poemario “Mis flores. Colección de composiciones de la Srita. Profesora Rosa Navarro”. Laureana Wright de Kleinhans, incluye a Rosa y Paula Navarro en su libro Mujeres notables mexicanas, Ciudad de México: publicado en 1910 por la Secretaría de Educación Pública y Bellas Artes.

 

Cuando diseñaba un experimento eléctrico, cayó de las escaleras de su casa, por lo que adquirió una incapacidad que la hizo retirarse del magisterio en 1892. El Gobierno de Jalisco reconoció su aporte a la modernización de la educación, por lo que le otorgaron la jubilación. Se considera que murió en 1940.

 

Rosa Navarro, junto con otras mujeres del siglo XIX, transformaron el imaginario colectivo de ellas mismas, interpelaron los simbolismos de su época y, sobre todo, cambiaron sus propias realidades. Sin ellas, las mujeres que somos ahora, no se podría explicar. Sus palabras, a más de cien años, continúan siendo vigentes:

 

“Aun hay quien asegure que ‘la mujer pedagoga, literata ó matemática es un ser que se revela contra su sexo’: y por lo tanto inhábil para gobernar el hogar doméstico. Se puede probar con hechos lo contrario. Hemos tenido ocasión de observar que muchas jóvenes, con la misma seguridad que escriben una novela moral, asisten á un enfermo; que con igual facilidad resuelven un problema de Álgebra, que confeccionan la ropa y aprenden el arte culinario” (La ilustración de la mujer). 

 

Rosa Navarro puede ser considerada la primera escritora nacida en territorio de lo que hoy es Nayarit. El rescate de su obra, pensamiento y legado sigue siendo una tarea pendiente, junto con los reconocimientos necesarios a su trayectoria, así como la publicación de su obra reunida.

 

Gracias a Rosa Navarro por fundar la genealogía de las mujeres escritoras en Nayarit; mujer comprometida con el avance de su época. Gracias por atreverse a pensar y a ser diferente: masona en un país de católicos; letrada en una sociedad que negaba el pensamiento, la ciencia y las letras a las mujeres; polemizadora ante argumentos misóginos; soltera, pese al férreo mandato de la conyugalidad, que le daría un lugar en la sociedad. Dueña de su vida, al optar por no tener hijos en una época que consideraba la maternidad como el destino natural de las mujeres; destino santificado por la religión, la moralidad y las buenas costumbres.

 

Gracias por imaginar que el horizonte de las mujeres está más allá de lo que vivimos. De mujeres como Rosa Navarro, somos herederas.

 

Publicado en Meridiano de Nayarit, abril 3 de 2023

Socióloga. Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

La primera versión de este texto fue presentada el 30 de marzo en Compostela Nayarit, por lo que agradezco al CECAN y a la Presidenta Municipal de Compostela, la invitación a celebrar el 173 aniversario del nacimiento de Rosa Navarro.