lunes, 10 de abril de 2023

El teatro popular religioso de las Judeas

El mito cuenta una historia sagrada; 

relata un acontecimiento

que ha tenido lugar en el tiempo primordial,

el tiempo fabuloso de los comienzos.

 

Mircea Eliade. El mito del eterno retorno


¿Qué no hay teatro en Nayarit? Algún funcionario de cultura dijo esto en alguna ocasión e inmediatamente le referimos el teatro popular religioso que año con año se escenifica en los distintos pueblos donde se lleva a cabo la representación dramatizada de la Semana Santa. Esas Judeas donde el drama de la pasión y muerte de Jesucristo de la religión católica se entrelaza con las fiestas propiciadoras de la siembra del mundo prehispánico.

 

Hemos caminado la montaña para ver la representación de la Judea nayeri o cora en Jesús María, Presidio de los Reyes, Corapan, San Pedro Ixcatán, Santa Teresa; hemos viajado en lancha a Huaynamota y subido a San Andrés Cohamiata, para vivir la Judea wixaritari o huichol. Vimos las judeas mestizas de Puga, San Pedro Lagunillas y ahora, después de la pandemia vamos a la representación en la quietud de Jala.

 

Una y otra vez, las Judeas vuelven a repetir el ritual del Cristo sacrificado, porque como dice el escritor Mircea Eliade, el ritual debe ser representado para que los efectos que generó el sacrificio se sigan produciendo: la salvación.

 

Subíamos a las avionetas muy temprano, antes de que el áspero viento del mediodía cediera a la tentación de estrellarnos contra las erguidas montañas de la Sierra Madre Occidental. La avioneta nos dejaba sobre la superficie de la localidad y en ese breve trayecto de una hora llegábamos a otra época donde la memoria vacila en su cronología del mundo occidental. No solo porque se trataba de localidades encerradas en sí mismas, sino porque las personas eran otras; otro el paisaje y los cantos; otra el agua y el sueño.

 

En el teatro popular religioso de la montaña está todo el pueblo: los muchachos con su locura de judíos corriendo en sus cinco vueltas ceremoniales; los señores entonando los minuets dentro del templo; las muchachas preparando la comida ceremonial; las señoras atentas a la conservación del leve equilibrio entre quienes bailan empeyotados y quienes realizan plegarias. Niñas y niños detrás de todos como parte del festejo y los perros, ahí en el paisaje, imprescindibles. Porque es un festejo de la vida, de la próxima siembra, de la comunidad que se rehace en la reiteración del ritual.

 

¿Quiénes son los actores y quiénes los espectadores? En el teatro religioso popular esas barreras se difuminan porque no hay representación sin pueblo participante. Las únicas observadoras somos nosotras, las personas que no somos de la localidad y que, por lo tanto, mantenemos la distancia entre lo que está siendo representado en tanto una manifestación que me es ajena.

 

El teatro popular religioso tiene su propio público participativo. En la judea de Jala, por ejemplo, las personas adultas guardan memoria del año en que fueron Cristo, Judío Errante o el Cautivo; cuando les tocó ser la Verónica o Claudia, la esposa de Poncio Pilatos; cuando fueron parte de los “Viacrucis vivientes” de la procesión nocturna del viernes santo.  Vienen los migrantes de donde estén para cumplir con la promesa de participar en la judea; de cumplir con el Cristo, en el caso de Huaynamota.

 

Por eso, en las judeas populares, son actores/espectadores. Aunque turistas y académicos no vayan a las representaciones, estas sobreviven porque tienen como origen y destinatario a los pobladores de la localidad. Ahora viajan las representaciones audiovisuales a través de los videos que son subidos a redes sociales para que puedan ser disfrutados por quien está en Chicago o Tijuana, Madrid o Seúl.

 

En el teatro popular religioso participan las personas, pero también, el pueblo como escenario. En Puga, la escenografía es el Molino de Azúcar en cuyo frente se crucifica al Cristo, quizá como metáfora de la crucifixión de los obreros. En San Pedro Lagunillas, es la laguna el fondo sobre la que se escenifica la pasión; mientras que en Jala, el imponente volcán Ceboruco se convierte en el telón sobre el que se levantan las tres cruces del final.

 

Hoy se llamaría teatro interactivo porque participan todos los sentidos: ahí está la música: el pitero, los violines, acompañando cada secuencia de la Judea, como si fuera el aire el que canta a sí mismo; ahí está la inundación de aromas de flores e incienso, que nos traslada al placer espiritual; ahí está el cordero, despellejado detrás de la puerta de la Catedral de Jesús María, para quien quiera verlo junto con los cristos sangrantes; ahí están las luces en forma de cirios, de lámparas de neón, de cohetes, como protagonistas principales de la alegría del ojo. Porque las judeas son juegos de obscuridades e iluminaciones; de cerrojos y conciencias suspendidas; de ayunos y fiesta de los sabores en la fruta, las capirotadas, la miel con plátano del ritual: todo unido por la vigorosa fuerza del dios/semilla de la resurrección/germinación. El sol ignora el tiempo que dura ese intervalo semanal y viejo como es, abarca la circunferencia del mundo.

 

El teatro popular religioso no es de la Iglesia; no lo presiden los jerarcas religiosos, quizá por ello, en ocasiones ha sido prohibido o mal visto. Tampoco es del funcionariado de la cultura, porque éstos, llaman teatro a la profesionalización de las caracterizaciones. Tampoco es de los Ayuntamientos porque no los administran, los sobrepasan. Es una interpretación asumida por el pueblo organizado para repetir, circular, reiterar, lo que ocurrió en ese tiempo mítico cuando la enseñanza fundamental fue la necesidad de morir para volver a nacer. La Semana Santa, en los pueblos agrícolas, marca el inicio de la época de siembra: la semilla que muere como tal para surgir en una nueva vida.

 




Son obreros de la molienda de caña; muchachas trabajadoras de la hoja de maíz; jóvenes cortadores de tabaco; trabajadores de la construcción; dependientas de Oxxo; jornaleros agrícolas; estudiantes. Ellos y ellas son el rostro de los Cristos, las Magdalenas, los judíos, las Verónicas y después, vuelven a sus pasos de vendedores ambulantes, de migrantes, de peones. No tendrán becas de cultura; nadie les extenderá constancias. Volverán el siguiente año en la reiteración de los ciclos que se cumplen sin principio ni final: la única representación donde se encierra la vida.

 

Ellos y ellas, en sus anonimatos, en su simple pasar, sostienen el rito de la comunidad y la esperanza para ti, para mí: para quienes vendrán en el futuro.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 7 de abril de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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