domingo, 19 de mayo de 2024

¿A dónde irá el voto masculino?

Ser hombre es, de entrada,

hallarse en una posición que implica poder.

 

Pierre Bourdieu

 

No existe un voto femenino como tal, si existiera, hubiera ganado Rosario Ibarra de Piedra cuando contendió por la Presidencia de la República en 1982 y en 1988; Cecilia Soto y Marcela Lombardo en 1994; Patricia Mercado en 2006 y Josefina Vázquez Mota en 2012. Tenemos que preguntarnos ¿tampoco existe un voto masculino?

 

La pregunta tiene sentido porque en la elección presidencial de 2024, quienes contienden por la Presidencia de la República son dos mujeres y un hombre. Desde luego que este es un planteamiento simple, donde solamente se está haciendo alusión al sexo de quienes son candidatxs, sin embargo, tenemos que cuestionarnos si los hombres votarán por lo que significa el mando masculino o si en ese voto puede pesar más el partido que postula o quien contiende.

 

Cultural e históricamente, el sufragio ha sido un sufragio masculino. Los hombres se dieron a sí mismos el voto en diversas sociedades, -en México en 1917; en 1953, reconocieron el de las mujeres-, porque eran los líderes naturales de la sociedad. Ello ocurrió debido a que son educados dentro de la supremacía masculina frente a las mujeres. En esta supremacía, las mujeres son consideradas inferiores por naturaleza, incapaces de mandar, de gobernar, por lo que son las gobernadas, las sujetadas al poder; por ello, el voto masculino reconocía, a cualquier hombre, la capacidad de mandar.

 

En México, la dirección masculina del país ocurrió desde Guadalupe Victoria, presidente de México en 1824 hasta Andrés Manuel López Obrador en 2024. Los doscientos años de vida independiente de México han sido liderados por el mando masculino.

 

El principio de igualdad se ha enfangado en sociedades androcéntricas donde la masculinidad hegemónica se vincula con la democracia tradicional que otorga el mando a los varones. Sociedades formalmente iguales, pero donde el androcentrismo constituye la norma social, dificulta ver la socialización de hombres en la supremacía de género y en la cultura del dominio. Tampoco se percibe la socialización de las mujeres en la inferioridad, la desigualdad y la cultura de la obediencia; lo que se reproduce en sus conductas públicas y privadas dando origen al orden material y simbólico del orden vigente con los hombres a la cabeza.

 

Tanto mujeres, como hombres, somos educados para otorgar a los varones los puestos de poder y, sobre todo, el primer puesto de poder.

 

La exclusión sociopolítica de las mujeres del poder se encuentra en la fundamentación del orden democrático moderno porque la razón instrumental, asignada a los hombres, los habilita para dirigir; en detrimento de la razón emocional, asignada a las mujeres, habilitadas para obedecer.

 

El hecho de que la supremacía masculina haya desempeñado un papel central en la conducción de las sociedades no significa que tenga que seguir haciéndolo en el futuro. Ello cambiará cuando los costos de la conducción masculina sean mayores que los beneficios, como se observa en la actualidad en términos de la guerra interna permanente, el deterioro de los ecosistemas, el agotamiento de los recursos naturales, la descalificación de movimientos en busca de justicia y desaparecidos y otros más.  

 

La jerarquía sexual se ha considerado derivado de la naturaleza, lo que ha empantanado la igualdad de los sexos. Derribar esta jerarquía depende, ahora, de la inteligencia y la voluntad. Por esto estaremos atentas a observar cómo se comporta el voto masculino, si se otorgará al único varón contendiente o en su caso, se otorgará a alguna de las candidatas.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 14 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

miércoles, 8 de mayo de 2024

Maternidad: la subjetividad entre pañales

Cada vez soy más igual a ti, madre,

 más huesos que horizonte,

más días animales que lluvia.

 

Me lo dijo mi hermana.

 

Y esperé la bandada de pájaros

que pasa en primavera.

 

Lourdes Pacheco

 

Es claro que las maternidades tradicionales están vaciadas de sentido, pero ¿cómo acceden las jóvenes a un nuevo significado de la maternidad? Conocemos estudiantes de posgrado y jóvenes investigadoras que han vencido diversos obstáculos para terminar los estudios de doctorado; disfrutan los derechos y libertades obtenidos por las generaciones de mujeres precedentes; entre ellas, la independencia individual, la autonomía, la forma de asumir la sexualidad; sin embargo, cuando se enfrentan a la decisión de maternar o dejar de hacerlo, los argumentos para tomar la decisión son limitados.

 

La maternidad había sido uno de los ejes de significación de las mujeres que hoy está en crisis. En la época de nuestras madres, la maternidad era un lugar bien delimitado y confortable, desde el cual se podía estar en el mundo.

 

Es cierto, la revolución de las mujeres ha desmontado diversos mandatos asignados a las mujeres, sin embargo, en el tema de la maternidad poco se ha avanzado, las decisiones siguen siendo individuales. Actualmente, la práctica de la maternidad sigue implicando una dedicación absoluta, lo que significa desgaste y la necesidad de posponer proyectos de realización personal. La maternidad compite con los proyectos de vida de las jóvenes quienes maternan en una permanente tensión.

 

Quizá porque la maternidad se convierte en el engranaje de la continuación del orden de género y desde este punto de vista, sigue intocado, es que nos causa esta desazón. Somos feministas, tengo un proyecto de vida propio, pero no quiero renunciar a mi deseo de maternar. ¿Qué me pierdo si renuncio a ello?

 

Entonces se embarazan en el supuesto de que realizarán una maternidad diferente a la maternidad sacrificial tradicional. Las mujeres que se atreven a intentar esta otra maternidad, construyen redes, alianzas con otras mujeres; hacen uso de servicios de guardería, lo cual viven con agotamiento y, en ocasiones con extrañeza y culpa. ¿Es esto lo que pensé que sería la maternidad?

 

¿Por qué las mujeres siguen teniendo hijos?  Una respuesta puede ser porque lo desean y este deseo se va configurando en cada época histórica a partir de diversos elementos. No se tienen hijos para garantizar la sobrevivencia de la especie, sino que la respuesta va más por el sentido del soporte emocional de lo que significa tener un hijo o hija. Anteriormente, los hijos tenían una función económica y, en sociedades como la mexicana, se convertían en el soporte para la vejez de los padres/madres, su seguro social.

 

La maternidad es como la roca que fragua los cimientos del orden de género, porque ni las libertades feministas, las críticas al patriarcado, los avances tecnológicos, las políticas, han logrado descolocar la maternidad de ese lugar fundante del orden de género porque la maternidad sigue siendo uno de los ejes de la identidad femenina.

 

Las jóvenes que hoy están en las aulas, ven transformada su subjetividad con la práctica de la maternidad. Enfrentarse a las vicisitudes del embarazo, en el sentido de cuidar de sí para hacer posible la vida que se está formando; el tránsito del parto, aprender a cuidar una cría humana en estado casi fetal, cambiar los pañales, sentir la transformación del cuerpo al lactar y otros, revoluciona la subjetividad de las jóvenes.

 

Quizá puedan explicitar los motivos que las llevó a ser madres, pero la experiencia de la maternidad se convierte en prácticas de vida que las lleva a preguntarse acerca de esa experiencia, del transcurrir como mujeres en tanto madres y de cuestionar las condiciones y posibilidades de la maternidad. Lo novedoso de ello es que se trata de voces colectivas; de mujeres madres que se reúnen para generar espacios de solidaridad que, en estos encuentros, generan comunidades de mujeres-madres y, pueden otorgar otros significados a las maternidades contemporáneas en colectividad, espejeándose unas con otras.

 

Al final de una conferencia que impartí sobre el avance de las mujeres en la educación, una estudiante me dijo “yo quería seguir estudiando maestría y doctorado, pero tuve una hija y eso me cambió la vida. Me salí de la escuela un año para dedicarme a mi hija. No podía volver a la escuela porque mi vida transcurría entre pañales. Pensé que ya no podía hacer otra cosa. Cuando, por fin retomé mis estudios, tenía otros intereses: buscaba a otras estudiantes que hubieran tenido hijos. Era como una urgencia de hablar entre nosotras”.

 

Bienvenidas los caudales de voces de todas las madres que somos.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 9 de mayo de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx