martes, 22 de diciembre de 2020

Árbol de navidad

 

Memorizar es incubar el cuerpo, 

dictar en clave mustia 

lo que espontáneo hubiera sido 

como si el alma está,

 como si el miedo, como si este lenguaje 

que se pone en la lengua

 fuera cierto.

 

Carmen Villoro. Parlamento

 

Morriz Weitz colocó un Tannenbaum o árbol de navidad cerca de la ventana del departamento en Berlín desde el primero de diciembre. Le colgó dulces, chocolates y unas esferas que él mismo confeccionó con papel de estaño reciclado de envolturas. Eso hacía que el Tannenbaum brillara con la luz de invierno que apenas entraba al departamento y que, al encender cerca algunas velas, se viera su reflejo. Su nieto, de apenas cuatro años, llegaba cada día, para desenvolver la golosina de ese día y, prácticamente, sacudir el árbol. Weitz, por las mañanas, colgaba un caramelo más grande, hasta que el día 24, colocaba el regalo principal.

 

Era la navidad de 1980. Berlín oriental no tenía el esplendor del Berlín capitalista ya que la economía estatal de postguerra limitaba los consumos. La Universidad Humboldt alquilaba una habitación a Herr Weitz, donde viví el tiempo que duraron mis estudios en esa universidad, lo que me permitió asistir a las festividades familiares de navidad. El árbol verde tiene una connotación diferente en medio de las nevadas permanentes y la temperatura bajo cero. Yo veía los ojos de Herr Weitz chispear al colocar el papel brillante en el árbol contra todas las blancuras de la nieve, contra todas las puertas de la obscuridad del largo invierno del hemisferio norte. Todavía me parece ver a ese relojero alemán, que había sido reclutado contra su voluntad por las tropas nazis, llegar a casa y sacudirse la nieve de las botas con un gesto de gratitud al sentir la calidez del hogar. 

 

Me preguntó si en México, también teníamos la costumbre del árbol de navidad. Recordé el nacimiento tradicional que mi madre y mis hermanas arreglábamos en casa. ¿Cómo explicarle, además del portal de Belén con el niño, el burro y el buey a la torteadora que acompañaba a los pastores? ¿Qué decirle de las ranas, que felices cantaban en el lago de cristal con que simulábamos el arroyo y las cascadas? ¿Qué diría de Bartolo, ese niño campesino que prefiere jugar a seguir caminando? ¿Y los magueyes poblando el paisaje de la ruta de los pastores? 

 

Recordaba, entonces, el árbol de navidad de mi infancia. Íbamos con mi padre a la casa de la abuela a cortar una rama de guayaba. La forrábamos de algodón para que quedara blanca o la pintábamos con cal; no sabíamos que eso simulaba la blancura de la nieve porque la nieve, aún no la presentíamos en nuestra infancia sin refrigeradores ni televisión. Después, la llenábamos de los adornos que se guardaban en huacales durante todo el año. Las tardes violáceas de diciembre en Tepic me parecían lejanas en esos territorios donde el sol apenas se insinuaba tras los cielos apretados de gris. 

 

Herr Weitz, su hijo, nuera y nieto, me miraban desde un lugar del silencio donde unas tradiciones cedían la memoria a otras. El vino caliente, deleite artesanal de cada tarde y el stollen, -pan relleno de frutos secos-, rumoraban unas fiestas donde retumbaban caballos desbocados en medio de ventiscas, caminos encontrados por la solidez heroica ante la adversidad; mujeres que se reconocen en los senderos de la tierra, las noches del frío, la borrasca. Diferentes a mis palabras sonando a boticas pueblerinas, paisajes decembrinos de soles escandalosos, tamales de pollo sin arrepentimiento.

 

El Tannenbaum en Berlín o la rama de guayaba, nos daban la certeza de que la primavera volvería. El ciclo volvería a empezar, simbolizado en esta rama que permanecía verde, aunque allá afuera, la nieve borrara los caminos, la tormenta cortara la electricidad, el viento cancelara las salidas. Nos teníamos con nuestras tradiciones en el corazón, con la memoria viva de lo que correspondía a cada quien y a su tribu. 

 

Hoy, el árbol de navidad puede erigirse como ese símbolo de lo que permanece como testimonio de lo que fue y aliento de lo que vendrá. La epidemia es esta gran tormenta de la que debemos guarecernos y respirar como lo hacen los animales desde sus pieles tensas; tan solo con el pudor de estar aquí, guarecidas ante la adversidad, sabiéndonos habitantes de este instantáneo parpadeo. Sabedoras de que la tarde, con sus colores bermejos, extiende la luz más allá de lo que vemos. 

 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 21 de diciembre de 2020.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

lunes, 21 de diciembre de 2020

Cien años de Clarice Lispector

  

Pero si a través de todo corre la esperanza,

 entonces las cosas se alcanzan. 

Sin embargo, la esperanza no es para mañana. 

La esperanza es este instante.

 

Clarice Lispector. Qué nombre darle a la esperanza


“Después volveré al mar, siempre vuelvo. Pero he hablado de perfume. Me ha acordado del jazmín. El jazmín es nocturno. Y me mata lentamente. Lucho contra él, desisto porque siento que el perfume es más fuerte que yo, y me muero. Cuando despierto, soy una iniciada”. Este es un relato de Clarice Lispector contenido en el libro Aprendiendo a vivir publicado por Siruela. 

 

Clarice, la escritora brasileira nacida en Chechelnik, una aldea ucraniana de Rusia, escribió cerca de 22 libros disfrutables. Puede ser que no se encuentre entre las autoras del boom latinoamericano de finales del siglo XX, porque ya sabemos que los cánones de la escritura están sesgadas a favor de la escritura masculina. Tampoco están Elena Garro con su espléndida novela Los Recuerdos del Porvenir, Rosario Castellanos con Balún Canán ni Elena Poniatowska con Hasta no verte, Jesús Mío. Tres de las novelas que nadie debería dejar de leer, no porque ahí se encuentren las claves de las invisibles, sino porque simplemente, es una delicia leerlas. 

 

La obra de Clarice Lispector abarca el periodismo, novelas, cuentos infantiles y obras de teatro. Se puede decir que su lectura no es fácil puesto que lejos de ajustarse a criterios de una tendencia, escribe en diversos planos, en los que sobresale la conciencia de quien escribe ante el vacío de lo que significa la vida. Más que narrar, encontramos en su escritura, un conjunto de sensaciones atravesadas por un lenguaje de afectos de los protagonistas. Sus cuentos infantiles están dedicados a sus hijos, a quienes consideró los mejores destinatarios de sus obras.

 

Qué gusto encontrar en la escritura de Clarice la libertad para expresar los diversos mundos que atisba, que narra, que sugiere, que ancla. Porque, podemos estar leyendo una historia casi lineal cuando se encuentra una expresión como la siguiente“decir que es noche plena y que estoy plena de la noche densa que se desliza con perfume de almendras dulces. Y pensar que el mundo está todo denso de tanto olor de almendras” (Aprendizaje o el libro de los placeres). Entonces, dejas de leer la historia lineal para entrar en un lugar donde la autora narra sensaciones, pensamientos, ideas. Es cuando te abre al abismo/vacío que significa la vida.

 

Quizá por eso su escritura se considera imposible de enmarcar en cualquier canon literario o perteneciente a alguna corriente. Su escritura es original, vinculada a procesos emocionales íntimos que, sin embargo, son compartidos por quien lee. Más que invitar a la reflexión, nos saca de la comodidad de una lectura más o menos fácil para arrojarnos a leer desde la conciencia. Nos perturba por el movimiento de sensaciones que crea.

 

Para la celebración de los 100 años de Clarice Lispector, el 10 de diciembre, se preveían diversos festejos en Brasil, particularmente en Río de Janeiro donde vivió gran parte de su vida. Se pospusieron para el 2021 por el covid, pero la lectura de su obra es una balsa para pasar este tiempo. Murió a la edad de 56 años, en 1977. 

 

Hoy la recordamos como una mujer que ha sido comparada con Virginia Woolf por la profundidad y la trascendencia, pero también como una escritora que te desacomoda del mero confort de ser consumidora de literatura; te arroja al vasto mundo de la pasión por vivir, por nombrar, por narrar; te sujeta las manos al libro como una necesidad de habitar; te rehace la memoria a través de esto que llamamos vivir. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 15 de diciembre de 2020.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

martes, 8 de diciembre de 2020

La vacuna para ricos o el síndrome del Titanic


Si el dinero va por delante
todos los caminos se abren.
 

William Shakespeare. Las alegres comadres de Windsor.

 

En el naufragio del Titanic los ricos tuvieron un acceso privilegiado a las pocas balsas que garantizaban la vida. En la actualidad, la vacuna Pfizer aprobada en Gran Bretaña para su utilización contra el covid 19, se generará para los ricos de los países ricos, en un golpe de Estado de la riqueza contra la pobreza de todo el mundo.

 

Las primeras dosis ya están compradas por los países ricos, -eufemísticamente llamados desarrollados- de acuerdo a la información dada por los propios laboratorios. Como en la antigüedad, quien primero se salva es la reina, como si los 300 años de Revolución Social no significaran nada. La democracia y toda su carga de teoría ha sido evaporada simple y llanamente por el poder del dinero. Las élites sobrevivientes de las antiguas noblezas junto con las nuevas que otorga el dinero, se salvan primero. ¡La vacuna salve a la reina!

 

Los países pobres, (léase: en vías de desarrollo) tendrán que destinar parte de su presupuesto a la obtención de la vacuna, después de hacer fila para que los anoten en la lista de peticionarios. Seguramente, se endeudarán, porque ante la disyuntiva de quedarse sin vacunas o endeudarse, escogerán esto último. 

 

El acceso a la vacuna por los ricos de los países ricos muestra la cara severa de la injusticia mundial. El humanismo se esfuma en los aires con su propuesta de que todos los seres tenemos el mismo valor o más bien dicho, se estrella contra el muro del dinero. El dinero abre puertas, garantiza jerarquía, asegura el poder y ahora, proporciona acceso a las balsas para retirarse del Covid-Titanic y su carga de muerte.  

 

¿Podemos romper el poder del dinero? Ninguna doctrina humanista, ninguna ética religiosa, ninguna ética laica, ningunos principios democráticos, ni la más alta poesía o la novena sinfonía de Beethoven han sido capaces de hacerlo. Ante la catástrofe de salud, los dueños del dinero se apropian de los mejores productos de la civilización para su beneficio como grupo. A esto se reducen los siglos de filosofía, de principios, de valores; los libros sagrados quedan hechos añicos ante el imperio de la moneda. Los ricos ganan la carrera de la competencia por la sobrevivencia de la especie no porque sean los mejores y merezcan sobrevivir, sino porque pueden pagar el conocimiento acumulado. 

 

El reinado del dinero adquiere rostro en el covid-19 en la selección perversa, exhibicionista y hedonista volcada en la hiperindividualidad de los dueños del dinero que adquirirán la vacuna sin asomo de culpa ni de solidaridad, para seguir en los modos de vida narcisistas, de derroche, lujo y placer ilimitados que los caracteriza. 

 

Los demás somos desechables. Quienes están en la punta de la pirámide se salvan primero en tanto que, quienes estamos en las bases tendremos que esperar que la vacuna se disemine socialmente. El barco naufraga. No escucharemos las voces de ¡las mujeres y los niños primero! Lo que ahora presenciamos es el arrebato de las fórmulas científicas para salvar a los ricos, como en las historias del robo de la pócima mágica para controlar el mundo.

 

El discurso del amo vuelve a retumbar en el encuentro con la ciencia, esa sirviente del dinero. La ciencia obedece al mandato único de producir incesantemente bienes y servicios que cumplan la función de ser útiles; de dar placer y ahora, de asegurar la vida de quien la compra. El amo es completamente ajeno al saber científico, solo se lo apropia como se apropia el mundo: como objeto de goce. 

 

El dinero no tiene entrañas, ya lo sabíamos; se rodea de aureolas para su propia gloria: de él emergen los propietarios del dinero que compran el salvoconducto para seguir existiendo con su rostro de propietario de las vidas del mundo. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 8 de diciembre de 2020.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

martes, 1 de diciembre de 2020

Buñuelos


Languidecer es como la semilla 

que pugna en el suelo, 

creyendo que si intercede, 

será encontrada por fin.

 

Emily Dickinson 

 

Sacábamos una mesa en medio del patio de la casa para elaborar esos pedazos de sabor que se llaman buñuelos. Mi madre preparaba la masa mientras las hijas veíamos, desde la orilla, el proceso por el cual harina, agua y sal, se confundían en una pasta suave y blanda. Cuando estaba débil al tacto, empezaba a extender los montículos con un rodillo. Después, venía la parte de la inquietud: cuando madre te daba el buñuelo, apenas un poco abierto, para que lo convirtieras en lo que debía ser.

 

Extendíamos sobre el aire.  En ese movimiento de las manos se conservaba la risa de las niñas que éramos, se urdía la infancia. A alguna se le rompía, lo cual ocasionaba volver a empezar desde la bola de masa. Pero las madres tienen la paciencia para entender que el tiempo joven o el tiempo viejo es el mismo que crea las causas para despertar la vida; reparaba el buñuelo como si nada y desde esa curación, volvíamos a intentarlo. 

 

Otra más lo terminaba parejo y rápido como si en esa maestría se rehiciera el rostro, se inventara el mañana. Si ese día no hubiera existido, todos los demás serían aniquilados por supérfluos, pero ese día existió para darnos el vuelo, vencer el insomnio, abrir la puerta. Yo ponía mucha atención a las instrucciones; todavía no sabía que esa madre vivía para mí, para mis hermanas, para nosotras. 

 

Un foco hacía brillar nuestros rostros mientras el atardecer nos sorprendía, como en las pinturas de Rembrandt. Así lo pienso ahora cuando las pequeñas masas caían en las manos como minúsculas agonías y madre y padre estaban ahí. Su vida, sus afanes, sus melodías iban dirigidas a nuestro destino.  Nuestras faldas amarillas, nuestras blusas blancas todavía están bajo el árbol de limones. Al atardecer llegaría mi padre y se sentaría en su lugar; también él estaba ahí, en ese sillón para nosotras; era el tiempo de las florecillas olorosas, el tiempo de las rosas. 

 

Me parecía que el buñuelo era eterno. Cuando estimaba que  había sido extendido en toda su magnitud, escuchaba la voz dulce que decía: “falta la orilla”. Entonces, la casa que conocía en todos sus costados empezaba a esfumarse hasta quedarme a solas ampliando la textura, mientras profundos precipicios se abrían. En tanto, yo seguía encima del tejado extendiendo y extendiendo pretendiendo cubrir la tarde, el cerro de San Juan, las nubes, la fe. No conocíamos, todavía, el juego del corazón, no conocíamos Amor empieza por desasosiego, de Sor Juana. La infancia nos dejaba extáticas en nuestros moños, en la alegre cápsula de los juegos, porque al final de cuentas, extender la masa era un juego donde vivíamos las hermanas.

 

Nos ruborizaba el halago de la madre; la sonrisa, si alcanzábamos ese bien tangible que se convertía en alimento. Quizá ninguna lo lograba, pero éramos propietarias del milagro cuando por la noche, se celebraba con el almíbar. La desesperación no cabía en esa cena ni las habitaciones abandonadas ni las paredes sin espejos. Estábamos vestidas para la súbita fiesta que significaban los buñuelos; eran el conjuro para todos los dolores, el amuleto para todas las adversidades. 

 

Felices, éramos pensadas en los sueños de padre y madre y nosotras, comíamos las estrellas. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, diciembre 2 de 2020.

 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Ni trenzas ni piernas. La mirada lasciva hacia las estudiantes universitarias

 Teníamos dos opciones: 

estar calladas y morir

 o hablar y morir. 

Decidimos hablar. 

 

Malala Yousafzai 

 

Después de una conferencia que impartí sobre violencia en la educación superior, un profesor señaló que la violencia contra las estudiantes dependía de la sensibilidad de las jóvenes, “si la estudiante es de un ámbito rural y le digo `qué bonitas trenzas´, la muchacha va a ir con su papá, el cual va a regresar ofendido y voy a tener problemas. En cambio, si llega una estudiante de la Colonia Del Valle y le digo `qué bonitas piernas´, me va a contestar `gracias´; así que todo es cuestión de la `cultura´de la estudiante.

 

¿Por qué ese profesor y, seguramente otros, se sitúan en la posición de valorar a las estudiantes por las trenzas o por las piernas? Porque se trata de maestros depredadores para quienes las estudiantes son cuerpos y no personas que ejercen su derecho a la educación. Las mujeres somos valoradas por el cuerpo y no por el talento, de ahí que el profesor en cuestión lo que enfatiza de cada una es una porción del cuerpo que, al mencionarlo, al traerla al primer plano, le recuerda a la estudiante que es eso: un trozo de cuerpo a partir del cual desea apropiarse del todo.

 

El profesor expresa su deseo erótico porque vive en una sociedad que define al hombre como el deseante permanente y el deseo como configurador de la identidad masculina, continuo y permanente. El profesor lo manifiesta en la universidad porque ha convertido a la institución en un lugar de caza, donde las alumnas no son vistas como tales sino como mujeres: cuerpos apropiables.

 

Las instituciones de educación superior son lugares de visibilización del deseo sexual masculino traducido en violencia sexual contra las alumnas, aún cuando su misión y visión se elabore alrededor de la cultura y pretenda crear seres humanos integrales. Sus propósitos educativos no la eximen de que a su interior se desarrollen prácticas misóginas y machistas. La mirada lasciva que integrantes del profesorado pueden ejercer sobre las estudiantes es un ejemplo de considerarlas `presas´ utilizando la metáfora de la cacería.

 

Desde luego, no solamente el profesorado expresa violencia sexual contra las estudiantes, también lo hacen contra las propias colegas profesoras puesto que el lugar de supremacía masculina desde donde se ubican los hombres se extiende como conducta generizada sobre las mujeres. Estas son consideradas hembras de la especie y no colegas de trabajo. Las maestras han relatado situaciones donde los maestros se intercambian material pornográfico en las computadoras, que por “accidente” llega a los escritorios virtuales de ellas; utilizar doble sentido sexista cuando ellas están presentes; referirse a las profesoras en términos sexual-peyorativos; excluirlas de beneficios por no ceder a presiones sexuales; incorporar imágenes de mujeres desnudas en presentaciones académicas; entre otras. 

 

Los profesores que depredan en las aulas se interesan por las estudiantes únicamente por el deseo, por su propio deseo. Lejos están de tener intereses educativos, transmitir los saberes de una generación a otra y todos aquellos principios en que se asienta el propósito educativo. 

 

Las estudiantes, en los tendederos del acoso realizados alrededor del 8 de marzo de 2020 en universidades públicas, privadas, institutos tecnológicos y centros de investigación en todo el país, señalaron diversas situaciones de la mirada lasciva: “Asqueroso”, es uno de los calificativos que se repite de universidad en universidad: “El maestro N reprueba a sus alumnas y te invita a salir y así puedes pasar su materia”; El maestro N en clases nos dijo cómo drogar a una chava, porque si no es por las buenas, que sea por las malas”; El profe N nos dijo en clase que si una mujer la violan es porque quiso, que todas se pueden defender”; ‘’Si tienes sexo conmigo, te estarías ganando el trofeo de derecho, así me dijo el profesor N que se cree muy guapo. Da asco”; El profesor N me dijo que me aprobaría en una materia si le hacía un masaje en un lugar privado” y otras.

 

Los principios educativos pierden vigencia cuando dejamos de considerar que quienes participan en la educación son personas que trasladan a las universidades las relaciones de violencia asimétrica entre mujeres y hombres. Se supone que la educación permitirá a las mujeres lograr mejores lugares sociales, capacitarlas para el trabajo y proveerles herramientas para la vida. Todo ello se convierte en nugatorio cuando las instituciones educativas son permisivas de estas conductas de algunos profesores. Es cierto, no se puede generalizar, pero tampoco es la excepción. No es un problema del presente, sino que se trata de prácticas reiteradas que integrantes de diversas generaciones han testimoniado. Lo que sí sabemos es que el hostigamiento sexual del profesorado hacia estudiantes ha sido una de las conductas que ha quedado impune, en general, en las universidades.

 

Se debe desestructurar la violencia sexual en la educación superior y ello pasa por no permitir la impunidad de los depredadores, no ser cómplices de las agresiones desde la jerarquía, pero en ocasiones no se les puede tocar a los honorables maestros ni con el pétalo de un tendedero. Los reglamentos, los contratos de trabajo, los sindicatos se convierten en fortalezas para la impunidad masculina. 

 

Las jóvenes llegan a la universidad en el ejercicio del derecho a la educación, pero en la mirada lasciva del profesorado son transformadas en cuerpos deseados: en trenzas, en piernas. Sin embargo, ingresar a las universidades debiera significar entrar a un espacio de igualdad. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, noviembre 24 de 2020.

 

Nos metimos a la revolución. Mujeres nayaritas y la revolución mexicana


Nacha Ceniceros domaba potros 

y montaba a caballo mejor que muchos hombres…

Se fue a la revolución porque los esbirros 

de don Porfirio le habían asesinado a su padre... 

Ahora digo, y lo digo con la voz 

del que ha podido destejer una mentira:

 “Viva Nacha Ceniceros, coronela de la revolución

 

Nellie Campobello. Cartucho

 

“Yo ayudaba a tu abuelo a cargar los rifles cuando se le acababan los cartuchos. Una vez él tuvo que escapar por la azotea, pero yo seguí disparando para que creyeran que era él”. Nos contaba mi abuela cuando alguna tarde se acordaba. 

 

En Nayarit se libraron diversas batallas, revoluciones locales con causas propias derivadas de la revuelta general, sin que formen parte de las narraciones de la historia nacional porque como sabemos, aquí no libró ninguna batalla heroica Pancho Villa, ni llegaron los ejércitos de Emiliano Zapata. Sin embargo, la revolución provocó diversas revueltas en las haciendas, en el cambio del poder que introdujo un tiempo nuevo para las mujeres y los hombres.

 

¿Participaron las mujeres nayaritas en la revolución mexicana? Desde luego, las revoluciones nunca se hacen sin las mujeres. Las mujeres participan porque son parte de la sociedad, participan desde su misma condición de mujeres sólo que en este caso, las actividades que se realizaban al interior del hogar, se tuvieron que realizar fuera del hogar. Lo privado se trasladó a lo público. 

 

A ellas les tocaba preparar la comida para los soldados de cualquier bando de la revolución porque todas las facciones: zapatistas, villistas, carrancistas necesitaban mujeres que los mantuviera listos para la contienda. Por eso, llegaban a los pueblos a robarlas, a forzarlas a irse con ellos.  Las querían para que echaran tortillas y les sirvieran de mujeres. Pero los contextos donde se realizaban los roles tradicionales se modificaron y con ello, los propios roles. 

 

La revolución, para las mujeres, significó el fin del enclaustramiento del hogar para ser lanzadas en tropel, en masa, a lo público, ya sea que se hubieran incorporado dentro de la soldadesca o no, porque aún permanecer en la casa, buscando la forma de esconderse de los revolucionarios, significó una nueva visibilización femenina. 

 

Las mujeres significaban cuerpos disponibles y comida para los bandos contendientes; por todos podían ser violentadas y llevadas a la fuerza. En medio de esa violencia, tenían que inventar estrategias para asegurar la comida para la familia. En entrevistas realizadas a mujeres que habían vivido la época de la revolución mexicana, nos dejaron sus testimonios. Florentina Lomelí nos dijo: “Torteábamos la masa entre las rodillas para evitar que palmearlas nos delatara o en las piedras del arroyo molíamos los elotes para hacer unas gordas todas pallanadas”. María Montes explicó: “…torteábamos despacito, despachurrando la harina podridita, ya con gusanos, y dizque torteábamos apachurradito para no hacer ruido”[1].

 

Los grupos armados robaban el fuego de las mujeres como una estrategia para desbaratar las posibilidades de resistencia de los grupos contendientes. En realidad, se trataba de la destrucción de una de las herramientas de trabajo de las mujeres, a través de la cual se organizaba la sobrevivencia familiar. Por ello, las mujeres recuerdan la destrucción de las propias condiciones para sobrevivir Braulia Cortéz recuerda: “…se fueron en la noche, se llevaron el tizón de mi lumbre porque si se me apagaba tenía que sacar lumbre tallando de un ilabón en una piedra que tenía que estar soplando hasta que hiciera ruido”. El fuego significaba la posibilidad de cocinar, de ahí que las mujeres del campo nunca apagaban el fuego ya que significaba la pérdida de un capital familiar.

 

El sobresalto que significaba un bando o el otro, era vivido por las mujeres de manera igual. Guadalupe Ramírez dijo:

 

“Cuando la revolución, yo tenía seis años. Me acuerdo que me metían debajo de la cama porque caían las balas encima de las tejas que por poquito y me caía un pedazo en la cabeza. Me tenían arriba primero y ya vio mi mamá eso y me metió debajo de la cama, ahí dice; si no lo mata una bala la va ha matar una teja. Me metió debajo de la cama, duró 24 horas el tiroteo, ahí en lo que es La Loma, lo que es la arboleda esa que ahí está. Entonces era puro llano, llanos con zacatito bajito y a la pura mitad había un kiosco, alrededor del kiosco hicieron un cotín y luego arriba en el piso pusieron costales llenos de arena que cupiera un hombre para checar y por allí metían los cañones para estar contestando al fuego. Duró mucho ese tiroteo, pues empezó a las cuatro de la mañana, duro todo el día y toda la nochi hasta como a la misma hora que empezó ya fue calmando”. 

 

Si los hombres significaron tropa de a pie, carne de cañón, para los distintos bandos, las mujeres se convirtieron en botín, en víctimas del desabasto. 

 

Las mujeres hicieron posible la revolución porque sin ellas no hubiera sido posible el mantenimiento de los combatientes ni la conservación de las mínimas posibilidades para continuar la vida, pero, al terminar la revolución, las devolvieron al hogar sin derechos. Tuvieron que librar otras batallas para conseguirlos. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, noviembre 17 de 2020.

 



[1] Algunas de las entrevistas fueron tomadas del libro Cien Revoluciones (Lourdes Pacheco y Enedina Heredia, coordinadoras), editado por la Universidad Autónoma de Nayarit, 2005

martes, 10 de noviembre de 2020

¿Administración masculina de la paridad?

Cuando las mujeres ocupan puestos de liderazgo,

 crean sociedades más igualitarias, 

más representativas, más justas, 

más diversas y más transformadoras.

 

ONU-Mujeres

 

La aprobación del Instituto Nacional Electoral (INE) de los lineamientos de paridad en las elecciones de las gubernaturas que estarán en contienda en 2021 ha ocasionado malestares al interior de los partidos políticos, por decir lo menos. El INE resolvió que, atendiendo al principio de gradualidad, los partidos políticos deberán postular a siete mujeres de las 15 gubernaturas que estarán en juego.

 

La paridad en todo se estableció en junio de 2019 en la Constitución General de la República para reconocer el derecho de las mujeres de participar en todos los ámbitos del poder. En los casos de nombramientos unipersonales como son las gubernaturas de los Estados, el INE tomó el criterio de paridad respecto de los partidos políticos a nivel federal; por ello, al ser partidos nacionales, los obliga a postular siete candidaturas de mujeres, la fracción más cercana a la mitad de 15, número impar. 

 

Desde que se establecieron las cuotas de género en la legislación electoral, la clase dirigente al interior de los partidos políticos ha utilizado diversas estrategias para convertirse en los administradores de las cuotas. Desde la designación de mujeres cercanas a los dirigentes políticos; el nombramiento de mujeres en distritos perdedores; la preferencia por mujeres “dóciles”; el nombramiento de mujeres “ad hoc”, para que una vez obtenida la elección, dejaran el lugar a hombres; hasta el surrealismo de declararse “mujeres” para entrar en la cuota perteneciente al género femenino. Ante estas, y otras argucias, las mujeres organizadas han actuado de tal manera de evitar la simulación en las candidaturas de mujeres. Ello se ha obtenido a través de judicializar los lineamientos de cuotas y ahora, de paridad, así como hacer avanzar la legislación y crear una cultura política de igualdad sustantiva.

 

¿Por qué los hombres de los partidos políticos se incomodan ante los lineamientos del INE? Porque la designación de las candidaturas al interior de los partidos políticos se realiza dentro de las negociaciones que los varones realizan para sí mismos. La larga historia de compartir el poder entre ellos, como su monopolio, les ha dado la expertir para negociar como cómplices a partir de reglas no escritas en base a pactos donde ganan como colectivo de varones. Más de uno ha “preparado” los territorios para que las encuestas les favorezcan: han repartido despensas, gestionado obras públicas desde su cargo de diputados o senadores, etc. Entonces, el hecho de que se postule a mujeres, se interpreta como un desplazamiento, tirar a la basura lo realizado ya que se alteran las reglas del juego. 

La paridad los agrede porque señala la impostura de usar el poder para su beneficio como colectivo de varones. El poder significa reconocimiento, disponer de recursos y personas, acumular prestigio, participar en la designación de proyectos, obras, etc. Eso es parte de lo que no están dispuestos a compartir. 

 

El modelo de decisiones al interior de los partidos asume las características de la toma de decisiones varoniles: 1) las decisiones las toman sólo los hombres; 2) las relaciones que privan entre ellos son de negociación que les permite obtener beneficios individuales tipo “amarre de compromisos”; y 3) el triunfo será para el colectivo de varones ante las mujeres, quienes son excluidas. Al interior de los partidos, legitiman la toma de decisiones entre ellos como la forma en que se deben tomar las decisiones en los diversos ámbitos.

 

Por ello, la inevitable presencia de las mujeres en la democracia y al interior de los partidos, irrumpe las formas de toma de acuerdos por parte de los hombres, ya que plantea nuevas articulaciones entre mujeres y hombres fuera de los pactos masculinos basados en los varones como los dueños de la política. Es más, rompen las decisiones tomadas desde la dominación y supremacía de los varones.

 

Los hombres no saben tomar decisiones políticas con las mujeres, puesto que la larga historia de la dominación impide considerarlas sujetos de igualdad. De ahí que las dirigencias de los partidos políticos pretendan administrar la paridad desde la dominación masculina. Es cierto que las disposiciones constitucionales, la legislación de igualdad y los lineamientos del INE están ahí como marcos de actuación, pero todo ello toma sentido, se acuerpa, en las tomas de decisiones que mujeres y hombres concretos deben tomar. 

 

Las mujeres hemos avanzado paso a paso para estar en el poder: defendemos lo que logramos y continuamos; con ello, abrimos la democracia a las mujeres en tanto sujetos excluidos y reconocemos la exclusión de otros sujetos. 

 

La paridad política rompe el monopolio de las decisiones de poder de los hombres sobre la política y sobre las mujeres. Tenemos que argumentar jurídica y socialmente la legitimidad de la paridad en las gubernaturas ante las resistencias de la clase política masculina que, atrincherada en la misoginia, intenta hacer nugatorios nuestros derechos.

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, noviembre 10 de 2020.

 

martes, 3 de noviembre de 2020

Día de (90 mil) muertos


Todo es mío, nada en propiedad, 

nada en propiedad para la memoria, 

y mío solo mientras miro. 

                                                                                                                                        Wislawa Szymborska

No fuimos al panteón a visitar las tumbas de nuestros muertos ni asistimos a la fiesta de los altares que año con año se lleva a cabo en universidades, oficinas, plazas públicas, auditorios. La conmemoración de los muertos la llevamos en silencio quizá porque los más de noventa mil muertos de este año están muy recientes para pensar en el jolgorio. O tal vez, porque las muchedumbres.

 

No puedo contar día a día quienes murieron este año, ni siquiera puedo retener el número de quienes están muriendo en este momento. En un instante, la vida vivida y al siguiente, la muerte acechando. Toda la muerte convertida en números. No es que no lo supiéramos antes, sino que el coronavirus se ha convertido en el abismo que bordeamos cada día.

 

Hemos visto crecer la cifra cada mañana como si la muerte fuese un precipicio que nos rodea: más ancianos que mujeres, más hombres que niños. Desde cualquier lugar, se puede dar el paso hacia ese lugar del no retorno, de la desesperanza. Saludas a alguien hoy, sin saber si mañana entrará, o entraremos, a las cifras.

 

¿Cómo nos hemos desacostumbrado a nosotras mismas, al orden que trae el día, al orden de la noche? No nos despedimos, no nos abrazamos. Los rituales de antes los hemos sustituido por gestos de lejos, sonreir con los ojos, llamadas por teléfono. Apenas adivinamos el guiño bajo la mascarilla y la careta. Vivimos en una realidad alterada donde la bienvenida y la despedida se convierten en miradas. Las niñas que nacen las conocemos en las pantallas y a quienes mueren les decimos adiós en el dispositivo electrónico.

 

No hay tranquilizantes para las noches de insomnio. Enciendes la luz, abres el libro, lees unas líneas, lo cierras; enciendes la televisión, buscas la serie, la apagas. Intentas de nuevo dormir. Evita hablar contigo misma, evítate lo más que puedas. Los sueños vagan de aquí para allá, los pensamientos se desvanecen uno tras otro cuando empiezas a meditar para recuperar ese pedazo de vuelo del sueño. Alguien pasa por la noche, un gato se pierde entre las azoteas.

 

Compramos pan de muerto, hicimos chocolate. El pequeño altar casero contiene fotos de muertos recientes y los muertos viejos. El papel picado lo hicieron las niñas y niños como rito de la tribu a la que pertenecen. Ofrecimos sal y agua. Aquí está el anillo, allá el alfiletero. La madre nombra a familiares que solo ella recuerda; nosotras, evocamos a las muertes cercanas. El cirio prendido, las flores de cempasúchitl.  La nieta sigue la ceremonia porque es parte de un ritual que la incorpora y que ella, a su vez, revive con su presencia. Ahí estamos las que fuimos convocadas y las que llegamos para recordar a quienes, desde las fotografías, esperan ser nombradas. 

 

Volvimos a recordar a la que sembró hierbabuena para hacer un jardín; al que viajó a la montaña para encontrar el mar; la que enseñó el alfabeto para escribir bibliotecas; la que dio cuerda al reloj para salir del pueblo; al que regresó de su propio despeñadero; a la que tejió el tapiz de hojas secas. Los vimos volver en cada palabra de quien recuerda.

 

A los muertos los trajimos a casa para exhorcisar el olvido, el lugar de la verdadera muerte. Trajimos a quienes aún brillan en la memoria para seguir trayendo flores a casa, alegrarnos con las estrellas que titilan, para aligerar las palabras patéticas, cantar hasta las cinco de la mañana, embriagarnos en la sal del mar sin remodimientos, para comer pipián; para vivir.

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, noviembre 3 de 2020.

 

martes, 27 de octubre de 2020

De profesora a youtubera

Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser.

W. Shakespeare. Hamlet

 

Se nos dio la indicación de que las personas mayores de 60 años no podíamos ingresar a la Universidad, por lo que todas las actividades las realizaríamos en el ámbito digital. Esa línea de demarcación me afectaba, así que a partir de ese momento, participar en el ambiente digital me alcanzó con sus dinámicas para ser parte de los cambios que necesitábamos. Como en las historias de naúfragos en islas desiertas, empecé a preguntarme con qué recursos contaba para ingresar al campo de internet para sobrevivir.

 

Desde luego, ahí estaba el correo electrónico, el whastapp y el facebook. El primero, rápidamente dio muestras de ser un medio prácticamente obsoleto puesto que las actividades académicas requieren comunicación casi inmediata. Por ello, el uso de plataformas se convirtió en el recurso principal entre quienes realizamos docencia de diversos niveles. Aparecieron entonces zoom, meet, bluejeans, cisco webex y otras. Al inicio, se convirtió en un reto, pero poco a poco, con la ayuda de colegas y tutoriales, entramos a las plataformas con más o menos destreza que nos permite dar clases, celebrar reuniones, llevar a cabo tutorías, organizar congresos académicos y otras actividades que realizábamos presencialmente.

 

Nos vimos obligadas a acelerar la transformación de la docencia, un paso retrasado por el peso de la inercia, sin darnos cuenta que la tecnología que ya estaba ahí, podía ser utilizada para mejorar. Desde luego, estoy hablando de la educación superior universitaria en profesiones que no requieren laboratorios ni trabajo de campo. También me estoy refiriendo a una franja de población que cuenta con dispositivos tecnológicos con alcance digital, además de conexiones seguras y veloces a internet. Toda la población que no cuenta con estas condiciones, automáticamente se encuentra marginada de la educación en línea. 

 

Las profesoras nos convertimos en buscadoras de información digitalizada con la finalidad de aprovechar el medio no solo para agregarle un plus a las clases, sino para modificar el propio sentido de la docencia; nos convertimos en blogueras, en youtubers. Incursionamos en tareas tipo videojuegos, en entrevistas de google, en pensadoras twitteras, en facebukeras. Todo ello, para hacer agradables, atractivas, las sesiones docentes con estudiantes, pero sobre todo porque entendemos que el traslado de las clases al ambiente digital no es simplemente repetir lo viejo en dispositivos nuevos, sino en transformar lo que se entiende por enseñar y aprender en este cambio educativo mundial que ha acelerado la pandemia. 

 

Ha cambiado la forma de entender el proceso de enseñar. El medio digital nos permite incorporar videos, podcast, link en las clases. También hacemos uso de diversas formas de comunicarnos por lo que podemos decir que la comunicación se realiza permanentemente ya que utilizamos grupos de chat, reuniones de video y hasta el correo electrónico para intercambiar documentos. Sabemos que con alguno de estos medios tenemos la posibilidad de alcanzar a las y los estudiantes, siempre y cuando tengan alguna forma de conectividad. 

 

¿Qué perdemos y qué ganamos con las clases en línea? Abordarlo como pérdida y ganancia es parte de una mentalidad de saldo final donde los acontecimientos se ven en blanco y negro. Lo más probable es que surja un nuevo movimiento híbrido de educación puesto que el entusiasmo que acarrea la utilización de los medios digitales se enfrenta a las realidades de nuestras conectividades y de las condiciones en que se encuentra el estudiantado. 

 

Si lo enfocamos como una lucha de sobrevivencia de la juventud en edad escolar, ello se está dando en cuanto el acceso a la tecnología. No todo el estudiantado tiene acceso a un dispositivo de uso exclusivo para el trabjo de clase, por lo que contar con una computadora o un celular, un espacio propio y una conexión a internet son condiciones para continuar en la educación superior. 

 

¿Se aprende más en línea que de manera presencial? es muy pronto para valorar los efectos de la educación en línea; sin embargo, el aprendizaje digital introduce una variedad de acciones para utilizar una gama de herramientas y métodos de participación, lo que puede involucrarlos de manera integral a fin de que aprender sea atractivo. Al final de cuentas, se trata de un cambio que impactará el sistema educativo en su conjunto. 

 

Es cierto, la generación anterior todavía educa a la generación siguiente, pero sin duda, son las y los estudiantes quienes realizan esa magia que consiste en entender, en incorporar el aprendizaje a su subjetividad. Porque al final de cuentas, lo que pretendemos las profesoras es que mediante el aprendizaje tomemos conciencia de lo que podemos ser y no solo de lo que somos, como le dijo Ofelia a Claudio en Hamlet.

 

Encerradas en nuestra edad, descubrimos que la isla está poblada de dispositivos tecnológicos, pantallas, imágenes, e-libros, bibliotecas infinitas, videoconferencias, donde las participaciones no se las lleva el viento, sino que quedan en el canal de youtube del profesorado, en el facebook, en el bloog, donde seguirán siendo reproducidas o dormirán para siempre en esa trama infinita del mundo digital. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, octubre 27 de 2020.