miércoles, 25 de noviembre de 2020

Nos metimos a la revolución. Mujeres nayaritas y la revolución mexicana


Nacha Ceniceros domaba potros 

y montaba a caballo mejor que muchos hombres…

Se fue a la revolución porque los esbirros 

de don Porfirio le habían asesinado a su padre... 

Ahora digo, y lo digo con la voz 

del que ha podido destejer una mentira:

 “Viva Nacha Ceniceros, coronela de la revolución

 

Nellie Campobello. Cartucho

 

“Yo ayudaba a tu abuelo a cargar los rifles cuando se le acababan los cartuchos. Una vez él tuvo que escapar por la azotea, pero yo seguí disparando para que creyeran que era él”. Nos contaba mi abuela cuando alguna tarde se acordaba. 

 

En Nayarit se libraron diversas batallas, revoluciones locales con causas propias derivadas de la revuelta general, sin que formen parte de las narraciones de la historia nacional porque como sabemos, aquí no libró ninguna batalla heroica Pancho Villa, ni llegaron los ejércitos de Emiliano Zapata. Sin embargo, la revolución provocó diversas revueltas en las haciendas, en el cambio del poder que introdujo un tiempo nuevo para las mujeres y los hombres.

 

¿Participaron las mujeres nayaritas en la revolución mexicana? Desde luego, las revoluciones nunca se hacen sin las mujeres. Las mujeres participan porque son parte de la sociedad, participan desde su misma condición de mujeres sólo que en este caso, las actividades que se realizaban al interior del hogar, se tuvieron que realizar fuera del hogar. Lo privado se trasladó a lo público. 

 

A ellas les tocaba preparar la comida para los soldados de cualquier bando de la revolución porque todas las facciones: zapatistas, villistas, carrancistas necesitaban mujeres que los mantuviera listos para la contienda. Por eso, llegaban a los pueblos a robarlas, a forzarlas a irse con ellos.  Las querían para que echaran tortillas y les sirvieran de mujeres. Pero los contextos donde se realizaban los roles tradicionales se modificaron y con ello, los propios roles. 

 

La revolución, para las mujeres, significó el fin del enclaustramiento del hogar para ser lanzadas en tropel, en masa, a lo público, ya sea que se hubieran incorporado dentro de la soldadesca o no, porque aún permanecer en la casa, buscando la forma de esconderse de los revolucionarios, significó una nueva visibilización femenina. 

 

Las mujeres significaban cuerpos disponibles y comida para los bandos contendientes; por todos podían ser violentadas y llevadas a la fuerza. En medio de esa violencia, tenían que inventar estrategias para asegurar la comida para la familia. En entrevistas realizadas a mujeres que habían vivido la época de la revolución mexicana, nos dejaron sus testimonios. Florentina Lomelí nos dijo: “Torteábamos la masa entre las rodillas para evitar que palmearlas nos delatara o en las piedras del arroyo molíamos los elotes para hacer unas gordas todas pallanadas”. María Montes explicó: “…torteábamos despacito, despachurrando la harina podridita, ya con gusanos, y dizque torteábamos apachurradito para no hacer ruido”[1].

 

Los grupos armados robaban el fuego de las mujeres como una estrategia para desbaratar las posibilidades de resistencia de los grupos contendientes. En realidad, se trataba de la destrucción de una de las herramientas de trabajo de las mujeres, a través de la cual se organizaba la sobrevivencia familiar. Por ello, las mujeres recuerdan la destrucción de las propias condiciones para sobrevivir Braulia Cortéz recuerda: “…se fueron en la noche, se llevaron el tizón de mi lumbre porque si se me apagaba tenía que sacar lumbre tallando de un ilabón en una piedra que tenía que estar soplando hasta que hiciera ruido”. El fuego significaba la posibilidad de cocinar, de ahí que las mujeres del campo nunca apagaban el fuego ya que significaba la pérdida de un capital familiar.

 

El sobresalto que significaba un bando o el otro, era vivido por las mujeres de manera igual. Guadalupe Ramírez dijo:

 

“Cuando la revolución, yo tenía seis años. Me acuerdo que me metían debajo de la cama porque caían las balas encima de las tejas que por poquito y me caía un pedazo en la cabeza. Me tenían arriba primero y ya vio mi mamá eso y me metió debajo de la cama, ahí dice; si no lo mata una bala la va ha matar una teja. Me metió debajo de la cama, duró 24 horas el tiroteo, ahí en lo que es La Loma, lo que es la arboleda esa que ahí está. Entonces era puro llano, llanos con zacatito bajito y a la pura mitad había un kiosco, alrededor del kiosco hicieron un cotín y luego arriba en el piso pusieron costales llenos de arena que cupiera un hombre para checar y por allí metían los cañones para estar contestando al fuego. Duró mucho ese tiroteo, pues empezó a las cuatro de la mañana, duro todo el día y toda la nochi hasta como a la misma hora que empezó ya fue calmando”. 

 

Si los hombres significaron tropa de a pie, carne de cañón, para los distintos bandos, las mujeres se convirtieron en botín, en víctimas del desabasto. 

 

Las mujeres hicieron posible la revolución porque sin ellas no hubiera sido posible el mantenimiento de los combatientes ni la conservación de las mínimas posibilidades para continuar la vida, pero, al terminar la revolución, las devolvieron al hogar sin derechos. Tuvieron que librar otras batallas para conseguirlos. 

 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, noviembre 17 de 2020.

 



[1] Algunas de las entrevistas fueron tomadas del libro Cien Revoluciones (Lourdes Pacheco y Enedina Heredia, coordinadoras), editado por la Universidad Autónoma de Nayarit, 2005

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