lunes, 15 de enero de 2024

El espejo de Penélope

Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí

buscando en mi extensión su verdadero ser…

En mi, ella ahogó a una muchacha y en mí, una vieja

se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible

 

Sylvia Plath. Espejo (fragmento)

 

Durante los veranos nos enviaban a la casa de los abuelos en la ciudad de México. En la recámara principal había un tocador-espejo ante el cual se sentaba la tía mayor a ponerse rulos antes de dormir, aromatizar su cuerpo con agua de rosas, y, sobre todo, dedicar un tiempo al cuidado de la cara a través de las cremas de la época. Los cosméticos se compraban en la Farmacia París, en lo que hoy se denomina Centro Histórico, por la calle República de Salvador, entre 5 de Febrero e Isabel la Católica.

 

Para mí, niña que era, ese ritual me hablaba del mundo de las adultas, similar a las historias en que se envolvían los días de esas tías que morían de amor o que fabulaban en torno al amante perdido.

 

Junto con el rito de estar sentada frente al espejo, las historias se sucedían, por lo que las tardes-noches eran esperadas para saber las narraciones de otras tías abuelas que no habíamos conocido, pero que sus historias nos hablaban de heroicidades, de amores transgresores, de secretos dichos a medias o de obediencias que terminaban por enmudecerlas.

 

Otras mujeres de la casa asomaban también al tocador: primas de paso por la ciudad, parientas que llegaban a estudiar o simplemente, las que iban a visitar la Villa de Guadalupe, Xochimilco, Bellas Artes.

 

El espejo abarcaba toda la parte central del tocador. El diseño estaba elaborado para que las mujeres se sentaran frente a él en un banco cómodo y pasaran ahí una buena parte de sus días. Abajo, a los costados, unos pequeños cajones guardaban los cosméticos que se utilizaban.

 

¿Por qué el espejo es tan importante para las mujeres? Telémaco, el hijo de Odiseo y Penélope ordena a su madre subir al piso de las mujeres a arreglarse ante la contienda final entre los pretendientes. Odiseo está ahí, disfrazado de vagabundo.

 

“Conque, báñate, viste tu cuerpo con ropa limpia, sube al piso de arriba con tus esclavas y promete a todos los dioses realizar hecatombes perfectas, por si Zeus quiere llevar a cabo obras de represalia”.

 

Penélope, habitante del piso superior del palacio, acata la orden. Ante el espejo de metal bruñido, se compuso el cabello ayudado por sus esclavas, formó los rizos lustrosos, untó su cuerpo con aceite de ambrosía y rosas y su fragancia habrá alcanzado el palacio hasta despertar la lujuria de los pretendientes.

 

El espejo, es el símbolo de Afrodita, diosa del amor, quien es representada sosteniendo un espejo en una de sus manos; es, por lo tanto, un utensilio femenino que muestra la belleza de las mujeres.

 

Las mujeres encuentran su belleza en el espejo, en tanto que los hombres encuentran su belleza en la lucha y en el uso de las palabras.

 

Para Aristóteles, si las mujeres se ven al espejo durante la menstruación, verán una nube sangrienta; como se ve, se trata de una mirada masculina sobre lo que son las mujeres y lo que deben y no deben hacer. Por cierto, para este filósofo, una de las pruebas de la “inferioridad” de las mujeres era que ¡no podían contemplar su propio sexo!

 

Durante la Edad Media se prohibió el uso de los espejos porque propiciaba que las mujeres, al usar maquillaje, “alteraran” el rostro de Dios. Recordemos, que, de acuerdo a la Biblia, los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que los maquillajes alteraban el rostro divino que las mujeres portaban. ¡Una batalla inútil contra los espejos!

 

En cuanto al tocador-espejo de la casa e México, fue trasladado a Tepic cuando la familia decidió reunirse en la ciudad donde vivo. El tocador fue abandonado en un cuarto de azotea porque en las casas modernas el lugar lo ocupaban las cómodas-tocador donde las mujeres tienen que arreglarse de pie, sin esa ceremonia de la conversación. En su lugar, la televisión ocupa el espacio de las palabras que nos traían las narraciones de otras generaciones. La tía conservaba el tocador-espejo más como un recuerdo que como un mueble que fuese a utilizar, símbolo material de otra época.

 

Por eso, cuando diseñé mi propia casa, me traje el tocador. Durante años yo también me sentaba en ese banco, mientras mis hijas balbuceaban a mi alrededor. Un día tuve que deshacerme de él porque, aunque el espejo estaba formado por una delgada capa de plata, poco a poco, las sombras lo empezaron a cubrir, como si el proceso de envejecimiento borrara, en cada mancha, los rostros de las mujeres que se habían mirado en él; de sus amores, de sus historias, sus tono, sus palabras.

 

Como en el espejo de Penélope donde agonizó su espera de mujer fiel.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 16 de enero de 2024.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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