Once mujeres asesinadas
en México cada día.
De acuerdo a datos oficiales de la Secretaría Nacional de Seguridad Pública, los feminicidios en México aumentaron a 11 por día en 2025, una más que el año anterior. Eso significa que en 2024 se denunciaba un feminicidio cada siete días, pero en 2025 el tiempo se acortó a 5 días.
Noviembre se convierte en el mes del dolor de las mujeres porque recordamos a las mujeres muertas por la violencia patriarcal, por el machismo, por la misoginia. Cansadas de denunciar, de proponer, de dialogar, de esperar justicia, las mujeres marchamos por las calles de México para hacer visible el enojo, la capacidad de agruparnos.
El dolor es de una y es de todas. El dolor nos hace decir: “solo queremos una vida en paz”.
Las muchachas siguen en la noche larga mientras las ballenas grises regresan a la revelación primordial del apareamiento.
Ni todas las flores moradas justifican los rostros del llanto, en tanto la paloma vuela lo universal del cielo.
Aunque el despertar de la música celebra el largo movimiento de los párpados siguiendo la historia de los girasoles de Van Gogh, las muchachas siguen en la noche larga.
La luz desciende suave, apaciguada, sobre abejas de valles olvidados, donde todo volverá a ser como antes de nosotras.
Una señora me contó que a los catorce años trabajó haciendo quehacer en una casa y ahí, la encerraron en una recámara para violarla.
No la alcanzó el amor, sino la tragedia en forma de abuso.
Arriba, seguían todos los soles del mundo; los dólares gastados antes de obtenerse; los vestidos estrenados al medio día; las promesas de amantes que se separan.
A una niña de una comunidad rural, el padre la golpeó contra la pared por desobedecerlo e ir a la escuela. La velamos mientras el padre huía al paraíso de la impunidad.
Nuestros rezos no la alcanzaron. Ninguna ley humana estuvo ahí para vestirla con derechos; ninguna ley divina le devolvió la vida. Solo ese odio que mata.
Los jueces no abren la puerta a los llantos de las muchachas, al cielo raso del otoño, a las madres que caminan. A las súplicas.
Los jueces no cuentan a las muertas.
Mis hijas tenían 17 años, cuando una chica de esa misma edad, fue violada y tirada en un cañaveral. Las cañas se volvieron amargas. El azúcar destilaba pesadumbre.
Suplicamos, exigimos, golpeamos.
Los indiferentes no prometen nada.
Los cínicos hablan de leyes.
Los insolentes se arropan en dioses.
Mientras, las muchachas siguen en la noche muda.
Yo estaba cantando una canción dulce, una melodía que entibia el silencio antes de dormir.
Sobre el limonero volaba un colibrí. Jamás se demora sobre la flor que lo contempla en su viaje.
Yo estaba entonando la canción para mis hijas; inflada como globo surqué los aires y empecé a golpear todos los muros.
Ninguna ventana se abrió, ningún postigo. Ningún juez abandonó sus lingotes.
Me devolví sin ningún cielo, como si mi oficio fuese la piedra.
Nada sabemos de la sombra intacta del olvido.
Las niñas pueden contar las melodías traídas por los arroyos, las semillas arrojadas a los surcos, las luciérnagas que tintinean; los saltos de la gata tras los relámpagos del mediodía.
Las muchachas, tiradas en basureros, siguen en la noche inmóvil.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 6 de diciembre de 2025.