domingo, 26 de octubre de 2025

La pequeña flor del cáncer

Para mis amigas 

que han sido iluminadas

 con el cáncer de mama.

 

Yo no sabía del miedo de vencer a la muerte. No sabía del miedo, porque ese vencer a la muerte, es el miedo. Un punto, me dijeron, tienes un punto que debe ser analizado. Entonces, me reconocí humana, frágil, sin la suficiente entereza para que el cuerpo no se golpeara en cualquier piso. Derrumbada en la mente, en la imaginación, te preguntas qué es esto, cuándo ocurrió, cuándo ese punto se apropió de tus glándulas para expandirse como sed, como alboroto.

 

La vida de fuera es otra vida. Nada ni nadie es lo que era antes. Algún mundo se ha ido cuando pronuncian la palabra cáncer. Vienen las palabras de consuelo, las de valentía, las del coraje. Por un minuto ves las flores pequeñas que van abriéndose paso dentro de tu cuerpo; desconocen el feroz destino que trazan. Estrellas que surcan la noche en que navegará tu cuerpo.

 

Desfalleces, te derrumbas.

 

Dejas de seguir las horas de los días donde está el desayuno, la hora del trabajo, el baño de las niñas, la lectura antes de dormir. Como los toros que matan en la plaza, sientes la arena en la boca, la sangre y la saliva. O como las gallinas que no son responsables de su propia muerte; alguien llega y las mata; las convierte en trozos que después tienen vida propia. Los demás aplauden. Creen en tu valentía mientras tus huesos aspiran a ser pulverizados por el viento. Que esto acabe, que de una vez acabe.

 

Ahora quiero un rincón del mundo, una hora inocente para seguir en la paciencia de la cocina, en el deambular de los pasos guardados, en las cartas que debí escribir. La flor pequeña se abre al cansancio profundo, al desgaste espiritual; a ese desgaste donde solo quiero dormir y dormir. Un desgaste o tristeza, un desgaste o polvo en los ojos, un desgaste de lo que no se oye. Quiero amanecer en el silencio de las cosas, en el umbral de la ventana donde el pájaro sigue cantando con su palpitar misterioso.

 

La palabra que no digo, la palabra que no pronuncian después de decir cáncer, es la más estrujada. Los rostros voltean a otro lado para no despertar a la mujer de seda en que me han convertido.

 

Desde esta luz arrojada por la incertidumbre, se ve claramente el engaño de la prepotencia de lo fatuo, la ilusión de los merecimientos, la sinrazón de caminar todos los días en horarios establecidos. Quieres tomar tu costura para bordar hasta que los dedos se pulvericen; tejer hasta que se hilen todas las puntadas en el silencio de las miradas.

 

Ya no puedo más. Este dolor que me toca apuñala el centro de la carne. Quiero sumirme en la almohada sin rostro, sin recuerdos para no despertar. Las demás te ven, pero tú ya no tienes a dónde mirar. Un desierto azul se apodera de tu mente cuando alguien se acerca y dice telarañas de ti.

 

Tratas de abrir los ojos, de ajustarte los lentes que no tienes. Entonces surge el ángel harapiento con la cara desdoblada y la sombra de la aureola. Camino en un bosque de figuras moradas que caen detrás de mí, se deshacen antes de tocar la arena. Al fondo, una alberca de blancos mecidos se abre a mi deseo, pero la lluvia me ha borrado y no podré llegar. Más allá, la luz se vuelve intensa y hacia ella voy. Es una luz solar, atómica; el centro mismo del fuego. Tengo un vestido blanco largo, largo; vuelo sobre mí misma. Mi madre muerta me toma de la mano y me veo debajo de mí, recostada sobre baldosas. Volamos las dos como si fuéramos una sola. Ella me contiene igual que antes de que ninguna de las dos naciera. Y la madre de la madre, todas contenidas hasta perderse en la lluvia que nos sigue. Volamos dulce y largamente, como quien dice adiós en alabanza.

 

De alguna distancia viene la esperanza. Es apenas un color pequeñísimo, un aroma olvidado por alguien que sueña en un ir y venir. ¿Quién detuvo el camino a la luz? ¿quién me devolvió a este muro? Por un momento has estado en el otro lado; caminando los pasos de luces puras. Recoges tus fragmentos para no saberte trozo de silencio. Devuelves el vestido blanco a la brisa que se adelanta. La madre, la madre abuela desaparecieron.

 

Abro los ojos. Las cosas se delatan en su disfraz de cosas. Es la vida, me dicen, sobreviviste al cáncer. Amanece. Reconozco las caras de mis hijas, de mis hermanas; escucho al perro en su ladrido al cielo. Sonámbula, estoy de nuevo a la intemperie.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 25 de octubre de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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