viernes, 19 de junio de 2020

Entierros salvajes

No sé si la causa era la pobreza 
o porque así se usaba,
 pero el entierro de mi madre fue muy pobre. 
La envolvieron en un petate y 
vi que la tiraban así nomás
 y que le echaban tierra encima…
me aventé al pozo y con mi vestido 
le tapé la cabeza a mi mamá
 para que no le cayera tierra en la cara.

Elena Poniatowska. Hasta no verte, Jesús mío.

La tía Carmen, tía abuela o bisabuela, no recuerdo bien en qué estructura de parentesco estaba, nos contaba los entierros durante las revueltas de la revolución o derivados de alguna enfermedad que, a estas alturas, no podría identificar; tal vez se refería a la fiebre amarilla o algún otro mal de principios del siglo XX. “Nomás se enfermaban y se los llevaban al panteón, no esperaban que se murieran para evitar el contagio”; “Sabíamos que a media noche los enterraban para que no nos diéramos cuenta”. Decían que fulano se había ido a Veracruz que, para ese entonces, se pensaba muy lejano. La verdad, decía la tía, lo habían enterrado a escondidas para que no se supiera que había “agarrado” la enfermedad.

Hoy, quienes mueren de COVID-19, son protagonistas de nuevas historias de entierros salvajes. Despojados de todo protocolo de duelo humano, los procesos de sepultura se agilizan para deshacerse, lo más pronto posible, del cuerpo. Quienes enferman, son despedidos por sus familiares a través de pantallas desde fuera del hospital. 

Hemos visto fosas comunes abiertas a todo lo largo del planeta: desde las de Nueva York a las de Brasil, Acapulco o Ciudad de México; la quema de cuerpos en Ecuador fuera de las casas o su abandono en contenedores de basura. Si hay tiempo, los cuerpos pueden ser cremados para entregar las cenizas a familiares. También se implementan entierros en mitad de la noche fuera de los contactos de familiares y amigos, ya que son las autoridades quienes realizan la exhumación. 

Se han velado ataúdes vacíos ante la imposibilidad de tener el cuerpo presente. 

¿Qué impacto tendrán estos dolores en el corazón de la humanidad? Las muertes pueden ocurrir a personas individuales, signadas por parentescos determinados, pero en la mente colectiva se trata de muertes de todos. Semejante a los periodos después de las guerras y de las hambrunas mundiales, la sociedad de la tecnología de la nanociencia se deshace hasta convertirse en un mero dolor que atraviesa pueblos, comunidades, metrópolis, ante un virus que nos posee mientras hablamos. Es una realidad que le toca a mucha gente arbitrariamente o no, pero que ha cambiado el sentido de lo que llamábamos lunes, lo que llamábamos sábado. El impacto emocional va más allá de que conozcas al dentista contagiado, a la abuela de Pablo. El dolor está entre las obligaciones porque solamente quien es capaz de sentirlo, podrá transmitir la recuperación. 

Somos una comunidad emocional unida por días sombríos. Aunque la pandemia tenga un lenguaje técnico o semáforos para activar o parar la movilidad, la generación actual está atravesada por las crónicas de los contagios, las fosas abiertas, las cajas mortuorias vacías. Para quienes seguimos vivos las casas sanitizadas son una paradoja: puede ser que esos espacios puedan mantener las cotidianidades encerradas, pero fuera, ha ganado el desconcierto, los decesos masivos, la incertidumbre. 

La sombra se cierne sobre todos. No basta con que pase una vez frente a nuestra casa. Hoy le tocó al muchacho de la tienda. La sombra puede pasar una y otra vez para instalarse como el principal relato. Ninguna conciencia equilibrada puede asimilar todas las narraciones. El recuerdo del dolor que no se quiere volver a sufrir mantiene alerta la memoria.

Quizá por ello, tenemos que aplaudir todos, cantar todos, bailar todos. Quizá por ello, tenemos que apostar por la vida, abrazar a quienes amamos, cuidar a los gatitos recién nacidos, sembrar una planta de cilantro, amasar el pan. Tenemos que hablarnos frente a frente, construir los relatos del sentido del sinsentido, rescatar los encuentros grupales, volver a compartir lo vivido para rehacer la pertenencia al imaginario colectivo y construir en conjunto, la narrativa del tiempo del dolor. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, junio 19 de 2020.

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