miércoles, 24 de junio de 2020

Verano en Finlandia

Para mi amiga Eeva Liisa, 
que, con todo y FaceBook 
no he localizado

Llegamos a la UNAM a estudiar el doctorado, Eeva Liisa llegó de Finlandia y yo, de Nayarit. La amistad perduró más allá de los estudios de tal manera que cuando estuve en Berlín terminando el doctorado, me invitó a pasar el verano en su país. Era 1982. Junto con Rebeca, una mexicana que estudiaba en Leipzig, emprendí el viaje a Helsinki.

Viajamos a Dinamarca donde tomamos un barco para atravesar el mar del Norte. El mar tan azul, la costa de Europa alejándose, solo se asemejan a las partidas alegres de cuando se tienen veintitantos años. Llegamos a Suecia, donde a bordo de un ferry atravesamos los campos suecos verdes, llenos de margaritas. En Estocolmo nos hospedamos con una familia chilena. El gusto que le dio a la señora cuando pudo hablar español con nosotras se veía en cada gesto. Nos llenó de empanadas y bailamos valsecitos hasta muy tarde.

Al día siguiente, tomamos un ferry marítimo en el cual atravesamos el mar Báltico que nos desembarcó en Helsinki. Eeva Liisa nos esperaba al bajar, puesto que sabía que no hablábamos finlandés. Rebeca hablaba alemán y francés y yo, alemán y un inglés de nivel playero. 

Helsinki me pareció sencillamente radiante: las altas casas preparadas para la nieve, las personas tan blancas casi como papel transparente. Las plazas amplias donde el sol mostraba la estatua de Alejandro II de Rusia; al fondo, la catedral luterana dedicada a San Nicolás. A un costado, el Palacio de Gobierno y el edificio principal de la Universidad con escalinatas donde las turistas nos sentamos a ver a los artistas urbanos. Ordenado, limpio, libre. Eeva Liisa había estudiando español en Madrid antes de irse a la UNAM, pero recordaba frases mexicanas como ¡órale!, lo cual decía en lugar de decirnos sí. Claro, ella traducía todo, con todos.

Antes del 21 de junio nos llevó a la casa de sus padres que vivían en la campiña. Si todo Kelsinki parecía una ciudad-jardín, llegar al campo nos introdujo en esa sensación de bosque que debió tener la Caperucita Roja. Cerca de la casa de sus padres estaba la cabaña de sauna, ritual obligado para visitantes y locales. El sol tenía una claridad diferente a la que yo conocía.

El 21 de junio, por la tarde, los amigos y amigas de Eeva Liisa nos reunimos fuera del pueblo para irnos a pasar el solsticio de verano al aire libre. Llegamos a un paisaje de tarjeta postal, con lago y bosque alrededor; el campo se extendía por todos lados. Cada quien llevaba una botella de vino tinto o blanco en cada mano, había comida, carne, salchichas, pastelitos, fruta, salmón; había cerezas engarzadas como collares. Reíamos, cantaban, nos tomaban fotos. Éramos la atracción, Eva Liisa nos dijo que pensaban que éramos gitanas. Yo me sentía en lo más alto del mundo porque Finlandia está a la misma altura de Alaska y eso, para mí, era el fin del mundo.

De pronto el sol empezó a bajar. Era el atardecer. La claridad perdía fuerza ante ese sol descendente hacia la tierra. Lentamente, cuando parecía a punto de desaparecer, sin tocar siquiera el horizonte, volvió a emprender el ascenso. Todo fue algarabía; las botellas se descorcharon, todas y todos nos abrazábamos, bailamos en ruedas, en pequeños y grandes círculos al son de música rítmica. Entendí por qué Eeva Liisa nos dijo que lleváramos ropa en una mochila. El festín se asocia a bañarnos en vino, a aventarse al lago, a una instantánea de euforia, de alegría, de desborde.

El ritual del sol de medianoche llena a los finlandeses de regocijo. Se conoce como Día de San Juan, en el marcador religioso. Recordé las fiestas de mi tierra, otras celebraciones de San Juan entre los nayerij, pero entonces me pareció imaginario este paralelismo entre unos indios pobres compartiendo imágenes de Santos sobre el Río San Pedro y estos muchachos finlandeses viviendo su propio río, en la cima del mundo. Total, el sol nos une, ese sol de medianoche que nos acompañó durante el tiempo que estuvimos en Finlandia. Y el agua.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, junio 22 de 2020.

1 comentario:

  1. Historias y experiencias muy bonitas e interesantes Dra. Lourdes, qué bonita es la vida. 🤗🙂

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