martes, 9 de febrero de 2021

Vivimos en una sala de velación

El corazón es centro porque es lo

 único de nuestro ser que da sonido

 

María Zambrano

 Nos instalamos en una sala permanente de velación; tanto en la cercanía como en la lejanía lo que aparece, es el dolor. Las amigas hablamos de quien ha muerto a nuestro alrededor; en la familia hablamos del primo que falleció, la doctora, la vecina, la hermana del cuñado. Basta abrir las redes sociales para encontrar esquelas de quienes conocíamos y, de quienes no conocíamos, para sentirnos tocadas por esta muerte cercana y que nos cerca.

 

La pandemia no solo ha cambiado la vida, también ha cambiado la muerte. Si pensábamos que todos los seres vivos estábamos a un paso de la muerte, hoy la probabilidad de morir ha cambiado de una incertidumbre sin fecha, a una posibilidad próxima. El covid-19, un pedazo de nada que no alcanza a tener vida por sí solo, ha convertido el mundo en un inmenso velorio. 

 

Sabíamos que la muerte llegará tarde o temprano a integrantes de nuestra familia y a nosotras mismas, pero esta muerte repentina y solitaria a que nos arroja el covid es otro tipo de muerte. Es la muerte del desarraigo repentino, del dolor intenso, del dolor en aislamiento. Sí, es cierto, la pandemia es un evento dramático que amplifica los sentimientos de dolor, de culpa, de tristeza. ¿Podemos ser compasivas con nosotras mismas mientras al lado, vemos el sufrimiento por la pérdida? Ha cambiado nuestra manera de despedir a quienes mueren de covid y a quienes mueren de muerte natural. La dimensión social de las despedidas se ha convertido en mensajes de texto, en abrazos virtuales, en saludo con una carita triste. 

 

El apoyo emocional que necesitamos recibir ante la pérdida, no existe. No están aquí las personas que pueden sostenerme emocionalmente, ni las hermanas, sobrinas, familia extensa, amigas. Los abrazos nos conducen al orden simbólico para los acontecimientos vitales y nos llevan a sentir el significado del acompañamiento; a reconstruirnos en la pérdida.

 

La normalización del duelo que posibilita un dolor compartido hoy se dificulta, por lo que el proceso de duelo ocurre de maneras ocultas, personales, íntimas. ¿A dónde va el sobrante de dolor? ¿Qué hacemos como grupo humano con este exceso de sufrimiento?

 

Arreglamos nuestros papeles para que las hijas sepan dónde está tal documento y tal otro; adelantamos los gastos funerarios porque nos sentimos en esta ruleta de la muerte. La fragilidad en la que vivimos nos muestra el desamparo.

 

¿Alguien tiene que pagar por esto? ¿Por qué recurrimos a este pensamiento de la deuda y de la paga? ¿del castigo y de la penitencia? Quizá, porque estamos atrapadas en el pensamiento judeo-cristiano para el que los actos humanos requieren de penitencia. En el pensamiento laico, el Estado tendría que ser responsable, pues a él se le confío la seguridad de los habitantes, pero ¿qué Estado? Tal vez no salgamos a la calle a protestar contra el Estado negligente, pero en algún lugar de la conciencia ciudadana tendremos este saldo pendiente ante una democracia incapaz de resolver los problemas humanos, deslumbrado por sus propios procesos de renovación para volver a ser ineficientes.

 

No necesitamos más dolor en nuestro corazón. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 9 de febrero de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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