La sexualidad es al feminismo
lo que al trabajo al marxismo:
lo más propio de cada uno,
pero también, lo más robado
Catharine A. MacKinnon
¿Quién no ha dicho sí en una relación amorosa en la cúspide del enamoramiento, con el cuerpo pleno de deseo? Las mujeres hemos sido socializadas para decir sí, para expresar consentimiento de que el otro realice su deseo sobre nuestro cuerpo y nosotras, a su vez, lo leemos como reciprocidad del nuestro.
¿Cómo se construye este consentimiento? ¿Hasta dónde abarca, cuáles son sus límites? El consentimiento, es cierto, es una apertura al otro, pero no puede ser un cheque en blanco para que el otro realice sobre mí todo lo que se le ocurra realizar y de esa manera, aniquile la presencia de la pareja. Aquí estoy yo, que soy un cuerpo, una presencia, una persona.
El sí dado en el registro civil, en la iglesia o en las relaciones íntimas nos introduce en una nueva dimensión del conocimiento de mí misma y de mi cuerpo. Quiero distinguir el sí de las mujeres a partir de la década de los setenta cuando inicia la liberación sexual, respecto de las restricciones de la sexualidad de las mujeres de las épocas anteriores. Ese movimiento creativo y generador de nuevas sociedades, que si bien, destruyó atavismos también abrió el camino para el goce sin tener en cuenta que las mujeres son personas; sin partir de los deseos de la pareja. Como si la liberación sexual se instalara en la ética de Sade: el goce a toda costa y del imperativo categórico de Kant aplicada al deseo: el deber de gozar, como lo explica Clotilde Leguil, en Ceder no es consentir (2023).
Leemos, por ejemplo, los testimonios de mujeres estudiantes de universidades que dijeron sí a sus novios. Ellas sienten que ese consentimiento fue traicionado porque las fotos íntimas fueron socializadas, porque fueron buleadas en las redes, ridiculizadas en espacios de amistad, etc. Se genera una relación ambigua sobre el asunto porque reconocen que tales relaciones amorosas estuvieron atravesadas por el consentimiento. Un consentimiento que, sobre todo, implicaba confianza y, por lo tanto, un lugar seguro para realizar el deseo de ambos, para dejarse llevar por el goce.
El lugar seguro no lo fue. Es cierto, iniciaron la relación sexual desde el consentimiento a una relación amorosa y sexual, la cual se transformó en un forzamiento para otras cosas. Las mujeres se sienten mal por las consecuencias de su consentimiento; van generando un malestar, pero no sienten que fueron obligadas porque en un principio dieron su consentimiento (a diferencia de las relaciones sexuales entre personas adultas con infantes, donde lo que ocurre son violaciones).
Entonces, ¿cómo explicar que dije sí a lo que me perturbó, me produjo malestar?
Para desenredar este asunto de que dije sí, pero las consecuencias de ese sí no las había previsto, se tiene que partir de que el consentimiento en las relaciones amorosas, está lejos de ser dado desde la racionalidad -esa dimensión del cálculo y la deducción que nos dicen, es la cima de lo humano-. Por el contrario, se trata de experiencias de la emoción donde participa el cuerpo con sus deseos, sus fluidos, sus angustias, sus anhelos.
Cuando dije sí, lo dije a una expectativa de relación, a un imaginario, pero no sabía a dónde me llevaría ese consentimiento, porque no sabemos de antemano a dónde nos conduce la relación amorosa-sexual. Por eso encontramos a mujeres extraviadas en sus relaciones donde el deseo de sí ha sido anulado por el cumplimiento del deseo del otro. Pasamos, entonces, de la experiencia del consenso a la experiencia del forzamiento dentro del mismo marco de haber dicho sí.
Debe tomarse en cuenta que las mujeres no han sido educadas para reconocer y expresar su deseo. Es el deseo del varón el que prima sobre el de las mujeres. Además, desde la Ilustración, nos han enseñado que el consentimiento es la base de la relación legítimas entre iguales, pero ¿realmente estamos en la misma posición los hombres que las mujeres respecto a la realización del deseo? Porque las mujeres estamos en una situación de dominación patriarcal y desigualdad estructural, lo que vuelve imposible que el consentimiento de las mujeres sea semejante al del varón.
Casi se puede decir que el consentimiento de las mujeres es el consentimiento de las esclavas, de las subordinadas. Por ello, “hágase en mí según su voluntad”, sería la vocalización de las mujeres, que cuando dicen sí; dicen sí al deseo total del otro, al aniquilamiento de su propio deseo.
Muchas mujeres no se atreven a recorrer el camino de la aclaración, habitan en la ambigüedad de que otorgaron el consentimiento y por ello, deben asumir las consecuencias. Es como si un yo más grande que sus emociones les dictara esta nueva actitud. Entonces, ellas mismas justifican las agresiones que sufren en la intimidad porque piensan que de esa manera están haciendo lo correcto. Como si el patriarcado que llevamos dentro tomara las riendas de nosotras mismas.
Han vencido las relaciones abusivas; ha vencido la violencia sexual. La estrategia consistió en la ilusión de la libertad de las mujeres para decir sí. Por ello, como dicen las teóricas del feminismo radical, Kate Miller, (Política sexual, 1970) y Catalina MacKinnon, (Hacia una teoría feminista del Estado, 1989): no hay libertad posible sin igualdad.
Hay en los ojos lágrimas, hay en el cuerpo, desazón.
La vergüenza se vuelve vómito de sangre
y el dolor y la culpa, existen.
¿Cómo llegué aquí?
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 12 de noviembre de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx