sábado, 22 de noviembre de 2025

17 años

Volver a los 17

después de vivir un siglo

es como descifrar signos

sin ser sabio competente.

Volver a ser de repente

tan frágil como un segundo.

 

Violeta Parra

 

La primera vez que vi a un joven halconeando en un camino, me pareció un escándalo. Después se hizo frecuente verlos en diversos puntos. En una ocasión habíamos salido a ver el atardecer después de una tormenta en Nayarit, donde vivo, cuando ahí, en el puente desde donde se tiene la vista a la autopista a Guadalajara, dos jóvenes estaban al tanto de los vehículos que transitaban tanto por la autopista como por la carretera libre.

 

Eran halcones, halconcitos, reclutados por los grupos de la zona para que dieran aviso del paso de vehículos. Años antes, estos mismos muchachitos eran contratados por los campesinos para quitar maleza y hacer otras labores del campo, en los horarios que les dejaba libre la escuela.

 

¿Cómo llegamos a este país donde los jóvenes se reclutan para halconear, para asesinar? Un joven de 17 años disparó al presidente municipal de Uruapan y, a su vez, le dispararon.

 

17 años es la edad de estar en la escuela, descubrir las posibilidades de la ciencia, de la literatura, del arte, para optar por un camino para la vida adulta. Si la escuela secundaria es la escuela de la adolescencia, la escuela preparatoria debiera ser la escuela de la primera juventud.

 

No así para una gran cantidad de jóvenes en México que con 17 años su único destino es ser sicarios.  Estos jóvenes ya habían sido abandonados por el Estado mexicano, por la iglesia, por los partidos políticos. Son los jóvenes a los que las promesas de ascenso social no les hacen sentido porque no los abarcan, no son para ellos. La escuela es un camino demasiado largo para permanecer en ella. La pobreza de las familias no les permite seguir estudiando durante tanto tiempo ya que se considera tiempo improductivo.  

 

Son largas las horas del estudio cuando lo que se requiere es traer dinero a la mesa.

 

Por eso, son la generación desechable, jóvenes que ponen su cuerpo para las balas. Para dispararlas y, a su vez, para que les disparen.

 

Por otra parte, están los otros jóvenes de 17 años, los que llamaron a la marcha, jóvenes urbanos en su mayoría, escolarizados, digitalizados, con diversas indignaciones. Ellos salieron a la calle por malestares que, en conjunto, se encaminan hacia el gobierno.

 

Se trata de jóvenes en dos lugares muy diferentes. El primero, un lugar de la ignominia cuyo destino, es claramente, el desenlace fatal, la muerte; trampas sin salida, reclutados para morir. El segundo, un lugar de la indignación, de la movilización en formatos muy novedosas, dentro del espacio digital, con todas las sombras de manipuladores de todo tipo.

 

Desde esos diversos lugares, son los jóvenes de 17 años los que están moviendo al país. Como todos los movimientos juveniles, no sabemos en qué terminará. Lo único que sí sabemos es que son capaces de mover estructuras, aunque al principio parezca un movimiento de demandas genéricas; sin banderas políticas, ni ideología a las que estamos acostumbrados: o de izquierda o de derecha.

 

Ellos no lo son; somos desde fuera que los ubicamos en uno o en otro bando, como si la demanda por no cobrar impuestos a los videojuegos fuese de derecha o de izquierda.

 

Su propio ser amorfo se convierte en su fortaleza, pero también, en su debilidad. Sin cabezas visibles, todos son el movimiento y por ello mismo, el movimiento puede desaparecer de la misma forma en que inició.

 

De cualquier manera, duelen estos jóvenes. Duele su desamparo ante el sicariato, sus maneras de agenciarse su futuro en el subsuelo de la sociedad. Duele su rabia ante el Estado. Unos y otros están en la resistencia, en el desamparo.

 

Gritan para sobrevivir.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de noviembre de 2025.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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