martes, 17 de septiembre de 2019

El país que celebra el grito

 Nadie es patria. Todos lo somos”
Jorge Luis Borges

Cuando viví en Alemania mis colegas de la Universidad Humboldt no comprendían que en México celebráramos “El Grito”. La expresión era inusitada porque no se celebraba algo en especial, sino que lo que quedaba en el imaginario de la tierra de Mozart, Kant, Brecht, era un país que celebraba un grito y por lo tanto, gritaba.

¿Por qué nos emociona el Grito? Porque la política hace uso del sentimentalismo para arraigar a la ciudadanía a algo intangible que se llama Patria. La emoción del grito es una articulación entre la comunidad nacional y la identidad individual. Por obra y gracia del grito desaparecen las clases sociales y la estructura de desigualdad. Todos estamos a la misma hora sintonizados en lo que ocurre en Palacio Nacional.

La política de la emocionalidad hace uso de las emociones básicas, señaladas por Baruch Spinoza: el miedo, la esperanza, la ira, la felicidad, para que sirvan de elementos cohesionadores en el ámbito de la política. El Grito se convierte en el instante simbólico donde las diversas concepciones del mundo se interconectan para construir un significado compartido: lo mismo los empresarios del aeropuerto de Santa Lucía que los jornaleros migrantes de los albergues de caña; el profesorado universitario que los tianguistas. En la noche del 15 de septiembre, todos estamos ahí, para celebrar el Grito que funda la Nación sentimental.

En El Grito se realizan transacciones emocionales, como dice Berlan (“El corazón de la nación”, FCE), ya que el discurso sentimental de pertenencia a la misma Patria hace compartir y coincidir en ese ente abstracto, para poner a salvo las diferencias territoriales, patrimoniales, epocales. Ente, por el que todos y todas habitamos lo elementalmente humano y sin lo cual ninguna de las actividades tendría sentido, ni la vida cotidiana, ni los actos privados, ni la presencia de lo público.

El Grito es un rito del sentimiento que impregna la escena pública de religiosidad laica y que, por lo tanto, evoca para pasar a la contrición, la aflicción y la sanación.  Si el periodo de AMLO no ha podido revertir la desigualdad social y mucho menos, acabar con la corrupción, la noche del 15 de septiembre se convierte en el rito de paso, el lugar de la iniciación, donde a la luz de las antorchas vuelve a encenderse la esperanza del futuro. Es la noche en que se rehace la comunidad, se comulga con los héroes, se siente la Patria.

El Grito se convierte en la cúspide de la promesa de la sociedad adulta gobernante a la juventud: ahí están los adultos orlando en los jóvenes el cumplimiento del cumplimiento en las becas del primer empleo, en la fantasmización heroica de los jóvenes de Ayotzinapan, en los viejitos vueltos becarios de la senectud. Se trata de soluciones a personas individuales ante la incapacidad de realizar cambios estructurales. Es mejor que cada quien se refugie en su propia mini comodidad, mini solución para que desde el fondo de su corazón, grite con fuerza, con autenticidad, con brío: “¡Viva México! mientras se tiene la tarjeta donde se realiza el depósito. Ahí palpita la Patria.

La Patria emocional de AMLO tiene cabida en el Grito mientras los salarios destrozados de quienes trabajamos nos devuelve a la realidad al día siguiente, mientras la miseria de las fosas clandestinas nos abarca con su cauda de espanto.  Esperaremos las proezas viriles de los deportistas, las efímeras victorias de algún equipo deportivo para volver a resignificar el ¡Viva México!, en tanto llega el siguiente 15 de septiembre y entonces los Vivas, ese verbo vuelto sustantivo, de nuevo se arroje como fuegos artificiales, como golpes en el corazón, a cada quien.

Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina el 17 de septiembre de 2019.


1 comentario:

  1. Excelente escrito como siempre doctora Pacheco. Es verdad, año con año esperamos la fecha como un pretexto para reunirnos con los que amamos y, aprovechamos para juntos manifestar ese amor a la patria que nos fue inculcado desde niños, desde la escuela. Aprovechamos para cantar canciones mexicanas, vestirnos de colores como nuestra bandera como si con esos momentos nos reivindicaramos con ella.

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