miércoles, 22 de abril de 2020

La cuarentena o adelantarnos el castigo

La complejidad de las cosas, 
las cosas dentro de las cosas, 
parece sencillamente inagotable 

Alice Munro. 

Dios dijo a Jonás que fuera a Nínive para prevenir a sus pobladores que en 40 días arrasaría la ciudad. Jonás, intentando escapar a ese destino, subió a un barco con rumbo diferente, pero en el camino los marineros lo tiraron al mar por traer tormentas y mal tiempo. Náufrago, lo tragó una ballena, la cual, tres días después, lo arrojó en la playa de Nínive, arrepentido por querer desobedecer. 

Jonás predicó en la populosa ciudad la desgracia que se avecinaba, lo que, al llegar a oídos del rey, ordenó hacer penitencia como una manera de pedir clemencia y aminorar el castigo del Dios colérico. 

El pueblo de Nínive adelantó el castigo; se puede decir que se autoimpuso un dolor al dejar de hacer la vida rutinaria “ni hombre ni bestia ni oveja prueben cosa alguna; cúbranse de cilicio hombres y animales y clamen a Dios con fuerza, y vuélvase cada uno de su mal camino y de la violencia que hay en sus manos. ¿Quién sabe! Quizá Dios se vuelva, se arrepienta y aparte el ardor de su ira, y no perezcamos”.

Este hecho, adelantar el castigo para que quien deba castigar tenga clemencia, está en la base de la cuarentena y en general, de las peticiones de perdón. A diferencia de la voz divina, hoy es un virus quien amenaza con arrasarnos a los cuarenta días. Por eso, como el rey de Nínive, volvemos sobre nuestros pasos para quedar dentro de los hogares. Dejamos de comer y de beber lo cotidiano para entrar en otro pan, en otra sal. Los vestidos de cilicio se han convertido en vestidos para estar con nosotras mismas; no lucimos, solo vestimos los cuerpos. 

Si el rey hubiera desoído a Jonás, el pueblo hubiera sido arrasado, mas era un rey cauto. Cuando vino Dios con su furia y vio sus acciones “que se habían apartado de su mal camino; entonces se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo”.  Desde luego, Jonás se enojó con Dios porque lo había hecho salir de su ciudad para que no pasara nada; aunque esa, es otra historia.

El esquema de adelantar pequeños sacrificios para evitar un mal mayor está en la base de las políticas de salud basadas en la cuarentena. El dios que ahora vendrá es, como todos los dioses, invisible, su presencia se nota cuando se apodera de los cuerpos, su furia se mide en los estragos. No se ve, lo sienten los cuerpos de los poseídos. Nos escondemos de su ira detrás de las puertas que, higienizadas, pretendemos que nos resguarden con todo y nuestras narrativas.

¿Cuántos reyes cautos tenemos ante este anuncio del desastre? Trump no parece serlo porque claramente desoyó las voces que alertaron del virus para seguir la carrera de la ganancia, única divinidad que reconoce. Aún ahora, la espeluznante cifra de muertos en los Estados Unidos es incapaz de conmoverlo para introducir nuevas medidas que salven personas. Su obsesión por encontrar culpables, por castigar a quienes lo “engañaron”, se encuentra en la base de su hacer política. ¿Sabrá que la palabra desastre tiene su origen en contradecir a los astros, a lo inamovible? 

El Rey del poder-dinero ve desde la cúspide de sus torres de cemento y acero, incapaz de sentir a los seres humanos a ras del piso. Menos a los migrantes que, arrojados desde el fondo de la pobreza a las puertas de la nueva Nínive, se encuevan en casas de tela donde sobreviven.

En nuestro país, las políticas de salud tienen que estar estructuradas desde el conocimiento experto, pero también desde la sensibilidad hacia la población. No basta con la explicación racional de las curvas que se aplanan, de los picos que van desapareciendo, de las predicciones de escenarios alternos. Precisamos de políticos para quienes, los que mueren, no sean solo cuerpos, sino que sean pensados como el padre de alguien, la hermana de alguien, la esposa de alguien. De esta manera aceptaremos que vale la pena adelantar el castigo porque en el centro están las personas que valen vivas, las que nos hacen ser comunidad, con las cuales nos pensamos mundo. 

Adelantamos la penitencia para que el nuevo y diminuto dios no se ensañe. Quedamos en nuestras casas, cantamos para la vida, reflexionamos sobre lo incierto, alabamos a héroes de la salud, ayudamos a la comunidad, prometemos cambiar, celebramos los animales libres, añoramos el día que nos abracemos como multitud. 

Con ello nos inscribimos en la petición de salud como pedagogía de perdón. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 abril de 2020.

3 comentarios:

  1. Lic. Lourdes Pacheco. Saludos y bendiciones. Muy interesante y actual el tema. Estaré pendiente de los siguientes.

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  2. Muy conmovedor e inspirador entrelazar los mitos con la realidad. Siendo tan significativa la muerte, ahora la tratamos con frialdad, practicidad e indiferencia; casi igual a como veniamos tratando la vida...Gracias por compartir un abrazo.

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  3. Gracias por compartirnos tan sensible perspectiva de áreas de oportunidad en las políticas públicas, un análisis certero y sensible que me eriza la piel.. un abrazo fuerte y de oso Dra!

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