martes, 19 de mayo de 2020

El virus que cayó del cielo

No conocía ningún remedio, 
no era una enfermedad, 
ninguna necesaria cirugía, 
de modo que, no era un dolor.
En un momento dado
 la temeridad se acercó 
¿y la enfermedad, para siempre
 por algunas cosas que vio?

Emily Dickinson.

Viajó cerca de tres meses en primera clase en la fracción de población mundial que hacía viajes de placer y negocios. Por primera vez, el virus fue portado por la clase adinerada como parte de su modo de vida.

No es el virus de la pobreza, la insalubridad o la pereza. Es un virus de la riqueza, las movilizaciones, el turismo, los aviones. El riesgo ya estaba instalado en el mundo debido a la interdependencia, al encadenamiento del todo globalizado. 

Cayó del cielo sobre la desigualdad que, como modelo económico se había asentado en el planeta: desigualdad de relaciones entre naciones, clases sociales; entre géneros, razas; nativos y migrantes. Mientras la primera clase mundial viajaba por los cielos, los pobres del mundo viajaban a ras de tierra: grandes grupos sociales migraban de países pobres a países ricos en busca de paz, de casa, de pan. 

Cayó también sobre sociedades donde la cancelación del Estado de Bienestar dejó desnudos los hospitales: sin agentes de salud, camas, medicamentos; sin ethos para atender. La salud se había asentado como botín de empresas, negocio de farmacéuticas y de aseguradoras. Forma moderna donde el Estado fue responsabilizando, a cada quien, de lo que le ocurría a su cuerpo: culpable de tu obesidad, tu diabetes, tus enfermedades pulmonares; de tu cáncer y tus rencores. 

Cayó del cielo a adultos mayores, quienes de un día para otro se convirtieron en población con acta de defunción anticipada; cayó sobre agentes de salud, desprovistos de los elementos para atender la cantidad y calidad de enfermos; cayó sobre empresarios pequeños, mediados, individuales para quienes el encierro significó la cancelación de ingresos de peluquerías, veterinarias, fondas, guarderías. Encerró a la población y con ello, con la mera ausencia de los cuerpos, la economía mostró su fragilidad: se necesitan personas sanas en las calles que compren, que miren; se vistan, caminen, se peinen; que ilusionen con vacaciones. 

El virus que cayó del cielo mostró el cansancio de las relaciones familiares al forzar la convivencia en espacios acotados por tiempos prolongados. El supuesto amor del familismo no alcanza para 24 horas por 60 días: el tiempo del afuera permite el experimento de lo diferente, el respiro de lo mismo ¿qué mérito tiene amarnos en la distancia si la cercanía nos agota? El amor necesita pausas, respiros, voltear al otro lado, extender los ojos a otros cuerpos.

Los trabajadores, que pensábamos nimios, se convirtieron en las únicas correas para que la sociedad siguiera funcionando: motocicleros en mandaditos, cajeras en supermercados y pequeñas tiendas; trabajadores de limpieza, de mantenimiento de infraestructura eléctrica, digital, cibernética. Las muchachas y muchachos jóvenes ponen su cuerpo, su vitalidad, su exceso de juventud para que los demás podamos sobrevivir. ¿La centralidad de su trabajo los revalorará o seguirán siendo considerados “jóvenes en aprendizaje” con salarios a destajo?  

El virus también cayó sobre la democracia. No basta con que los líderes sean electos en elecciones creíbles; ahora las y los líderes de los países son calificados por la oportunidad con que dictan medidas para amortiguar la pandemia, por su sensibilidad ante las víctimas, por su capacidad de solidaridad con familiares, por la empatía con la ciudadanía. Suben y bajan los ranking de popularidad de acuerdo a la obtención de respiradores o cubrebocas.

Cayó sobre la sociedad civil que había protagonizado movilizaciones mundiales sobre medio ambiente, derechos de las mujeres, excluidos. El aprendizaje rápido para interactuar en las redes, para no perder la vitalidad de las demandas, se ha transformado en foros de discusión, acciones simultáneas en la red, aplausos en los balcones, videos de pantallas fraccionada, canciones de resistencia; toneladas de mensajes de autoayuda, paz espiritual, memes. Hoy, las anécdotas que pueden ser compartidas sin palabras, dan la vuelta al mundo en el mero disfrute de ver a otros humanos en acciones caseras de vivir un día más. 

Sí, el virus cayó del cielo. Como todo lo que cae de cielo, es en la tierra donde se debe resolver o disolver. Hoy no podemos decir: “los dioses deben de estar locos”. 

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco_1@yahoo.com
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, mayo 19 de 2020.

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