martes, 18 de mayo de 2021

De las manos de las maestras

Enseñar siempre:

 en el patio y en la calle

 como en la sala de clases. 

Gabriela Mistral 

Las maestras nos muestran horizontes para que alcancemos otras alturas. Con motivo del 15 de mayo, quiero recordar a las maestras de mi vida escolar. Del Jardín de Niños Luz María Serradel (1958-1960), a Felicitas Ulloa, a la señorita Berenice y a la maestra de piano: Julia Cisneros. De la Escuela Primaria Amado Nervo (1960 a 1966), -escuela de niñas-, a Guadalupe Zavalza en primer año; Camerina Becerra, en segundo; Angelina Escudero, en tercero y cuarto; Noemí Valle, en quinto y Catalina Romano, en sexto. 

 

Después, en la Escuela Secundaria Justo Sierra, recuerdo a la maestra de cocina, cuyo nombre he olvidadola clase empezaba yendo al mercado donde nos enseñaba a escoger verduras, frutas, pollo y pescado antes de preparar los alimentos, en una época donde los pollos se vendían vivos en los mercados de Tepic. Después, en la Escuela Secundaria Moisés Sáenz de Huichapan Hidalgo donde cursé segundo y tercer año (1967-1969), a la maestra de química Margarita Delgado; la maestra Basilisa, de Biología y Consuelo Guevara de Literatura. 

 

En la Preparatoria de Tepic, sólo la maestra Blanca Cervantes, nos dio clase (1969-1971). En la licenciatura en Derecho (1971-1976) no tuve ninguna maestra. En la Maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (1976-1978), solo me dio clases la Doctora Carmen Miró, experta en Demografía; mientras que, en el Doctorado de la UNAM (1978-1980), solo asistí a un seminario con la Dra. Rosa Cuminsky: el seminario de Estado y Economía. 

 

Son los gestos, las inflexiones de voz, el entusiasmo, lo que va quedando como recuerdo de las maestras; el taconeo con que entraban al aula, el perfume que esparcían. La satisfacción porque aprendíamos las fracciones, memorizábamos la poesía del homenaje del lunes o porque, por fin, el tejido, nos salía parejito. Eran maestras de la memoria, de la reflexión, pero también de las labores de las niñas, como la costura, la cocina o la mecanografía. Cuando nos repartieron los libros de texto gratuitos, en el primer año, fue inusitado, una verdadera fiesta puesto que, para muchas alumnas, fueron los primeros libros que se tuvieron en casa. Amamos esos libros que forrábamos con periódico; las maestras insistían en el valor de lo escrito. Los abrazaban como tesoros y claro, lecciones enteras las memorizamos.

 

Ahí estaba Mi mamá me mimaLola asea la sala, que hoy podemos leer como estereotipos femeninos, pero también, 

 

Cultivo una rosa blanca

en junio como en enero,

para el amigo sincero

que me da su mano franca

 

Y para el cruel que me arranca

el corazón con que vivo

cardo ni ortiga cultivo,

cultivo una rosa blanca, de José Martí: un canto a la hermandad.

 

Las maestras nos hablaron de ellas mismas porque era imposible que no lo hicieran. Nos enseñaban no solo los contenidos de los libros, sino también, cómo entender los libros; la importancia de la formación al inicio del día; el prestigio individual del uniforme alisado; la relevancia de saludar de pie cuando llegaba la directora; la generosidad de hacer acciones para los demás al formar parte de las comisiones para adornar el salón o asear el aula; el orgullo de desfilar con el nombre de la escuela; la alegría de los juegos entre las niñas. 

 

Ahí estaban las maestras-madre como una de las primeras generaciones que salía de casa a trabajar. El horario era de 9 a 13 horas y de 15 a 17. Nos dejaban tarea de la mañana para la tarde, aunque generalmente, la tarde era para las clases de música y las costuras; actividades armonizadas en el mismo espacio. 

 

Cómo no agradecer a la que alabó la buena lectura, la que nos subió al teatro escolar para declamar, la que nos hizo dar un paso al frente para distinguirnos con una pregunta, la que comentó la caligrafía. También, a las que devolvieron la tarea, deshicieron la costura, nos sacaron del equipo. A todas, porque sus acciones, sus palabras, sus actitudes, nos llevaron a ser lo que ahora somos. 

 

Pienso que somos esa curiosidad que las maestras sembraron en nuestro cerebro ¿cuántas partes tiene la amiba? ¿por qué caen en diferente tiempo una pluma que una piedra? ¿si reparto 120 manzanas entre 8 marineros durante cinco días, cuanto debo dar a cada uno, cada día? ¿cómo te gustaría contribuir con la Patria? Esas preguntas siguen teniendo sentido en la edad adulta porque, prácticamente, seguimos tratando de analizar, de repartir, de participar. También somos lo que dejaron en nuestros corazones como trazos de gis sobre pizarrones que continuamente se borran y se llenan. 

 

Basta con recordar la línea recta debajo de la fecha para volver a entrar en la voz de las maestras donde la educación marca el tiempo. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 20 de mayo de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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