Vine a Comala
porque me dijeron
que aquí vivía mi padre,
un tal Pedro Páramo.
Juan Rulfo. Pedro Páramo
A mi generación le tocó crecer con la frase “le diré a tu padre cuando regrese”, porque teníamos un padre que regresaba del trabajo por la tarde-noche. La frase actuaba más como un conjuro contra las travesuras de esa edad porque, ciertamente, cuando el padre llegaba, el enojo de la madre había pasado y transcurría la cena en ese sedimento de la infancia donde el tiempo nos iluminaba.
Un buen número de las madres de la siguiente generación no contamos con esa figura paterna que regresaba por las noches. Fuimos las madres divorciadas, de maternidades asumidas individualmente, de dobles hogares, viudas y de parejas migrantes. Por ello, esa ausencia debió resolverse ante nuestras hijas a partir de las frases “decidí tenerte sola”; “me divorcié por salud mental”; hasta “fue a comprar cigarros y nunca regresó”.
Muy pronto se acorta el tiempo y como en Pedro Páramo, la paternidad ausente hiere en el vértice hasta el punto de constituir un grito que no se dice, un ahogo que disuelve la línea y entonces, abrimos las puertas para ahuyentar los secretos de la piel. Nos reinventamos ante nuestras hijas adolescentes y adultas sin detenernos en los umbrales para que ellas abran sus propias atmósferas.
En México, de acuerdo con el censo de población y vivienda del INEGI del 2020, 33 de cada 100 hogares son jefaturados por mujeres, lo cual significa 11 y medio millones de mujeres líderes de familia. ¿Dónde están los padres de los hijos e hijas de esos millones de mujeres? Tal vez en Comala con los fantasmas del anochecer; en alta mar como marineros de Ulises; en el desierto con los creyentes de Moisés. O revuelan en otros hogares.
Padres presentes o ausentes, los hombres muy poco saben de la crianza humana como colectivo. Esas actividades de crear cachorros humanos se realizan junto al aroma de la cocina, la aguja y el hilo, los arrullos de la tarde, las tareas. No importa si trabajas fuera de casa o no. Sobre todo, se realiza en la infinita paciencia de adivinar los balbuceos de las criaturas, entender las emociones que expresan los berrinches, esperar a que despierten en el regazo de los juegos.
Los padres saben de autoridad, de poder, de privilegio, de supremacía: saben ejercer la dominación y transmitirla. Por eso, en su partida, dejan al hijo mayor para que ejerza la autoridad sobre esposa y hermanas: ¡el niño es el hombre de la casa! el que vigila en nombre del padre, el pequeño padrecito.
A veces me pregunto por qué se afirma que existe un instinto maternal (deseo de tener hijos y cuidarlos) y no un instinto paternal. La relación padre-hijo/hija no es por instinto, sino que es una relación social realizada voluntariamente. Las paternidades son escogidas por el padre, fundan genealogías a través de descendencias seleccionadas.
Aunque en ello participan los lazos de sangre, no se circunscriben a ellas. El padre tiene que reconocer a quién le otorga el estatus de descendiente.
No es usual que las hijas o hijos busquen al padre. En Pedro Páramo, el protagonista, Juan Preciado, va en busca de “Pedro Páramo, el marido de mi madre”. Como se ve, no existe rastro de filiación del hijo al padre porque éste no lo reconoció ni socializó con él, aunque era el hijo legítimo. En cambio, Pedro Páramo sí reconoció a otro hijo, Miguel Páramo, el hijo fuera de matrimonio, pero seleccionado por el cacique para convertirse en el descendiente.
Después, Juan Silvestre, lo llama Padre: “que aquí vivía mi padre. Mi madre me lo dijo…” en una alusión a paternidad biológica, a quien engendró.
Los padres biológicos quedan en el registro de la memoria como quienes tuvieron una relación con la madre, pero no con los hijos e hijas. Atravesaron las vidas de las madres, pero cerraron tras de sí las puertas de la filiación paterna. Quizá fue un huracán de quien solo queda el recuerdo del estruendo; estruendo convertido en niebla, en dato. Tal vez fue un refugio amoroso de las madres; una manera de conseguir un donador de genes. En ocasiones, es un apellido sin filiación.
En esas múltiples formas de fertilización la vida se sigue desdoblando en el secreto de pervivir como revelan los pájaros.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de junio de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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