¿"Quién nos conformó así-
que hagamos lo que hagamos,
tenemos siempre la actitud de quien se va?
Como el que sobre la última colina,
desde donde se divisa todo el valle,
una vez más, se vuelve, se detiene y rezaga,
Así vivimos-
despidiéndonos siempre”.
Rainer María Rilke. Octava Elegía
¿Qué máscara sirve para morir? Todo el afán del conocimiento humano, de las especulaciones filosóficas, de la melodía poética, de la fe religiosa tienen como finalidad desentrañar la muerte.
Vamos hacia ella con los ojos abiertos, enceguecidos por el aquí y el ahora, por las luces de neón del presente que pasa. Entretenidas en el encaje del vestido, los caballos de raza, las galaxias remotas, las monedas de cuño y la casa.
Una minúscula criatura, la hormiga roja, tiene ante sí el paisaje sin muerte. Tal vez tampoco vea el paisaje, sólo el pequeño espacio en que camina nerviosa. La hormiga, el pájaro, el colibrí ven siempre el presente a salvo de dioses, de ángeles y melancolía.
Pero los seres humanos vemos como peces sonámbulos desde el lugar de adentro donde se fragua la muerte. Caminamos hacia ella sin que nadie se detenga, sin que nada nos lo impida. Irreversible en su mandato, todas las razones se encuentran de su lado y todos los miedos y todos los instintos y las rabias.
Las máscaras que hemos construido para vivir no sirven para morir. Debemos entrar con el rostro profundo de lo que somos, sin nombre ni bandera. Ni padres ni madres. Ni hijas ni amantes. Ni voz ni aullido.
La muerte es lo desconocido sin falsos atractivos. Todas las palabras del después, toda la imaginación y el deseo inagotable de la promesa, toda la fantasía de reinos luminosos, de infiernos de hierro, de jardines majestuosos, de estrellas y de abismos, detienen la salida, oxidan la cordura.
La muerte, incendia los instintos. Los rebela en su límite de soplo, de viento que pasa, petrificada cabellera del espanto.
Nos habita el silencio y el vacío. Cesa el canto y el beso; cesa la danza y el llanto. Cesa mi semejante.
Termino con este poema de mi autoría en un libro que se llama No hay puertas para la huída:
Una no se levanta todos los días con el corazón obscuro
buscando palabras para mover los árboles, la hierba trepadora del infortunio.
Una no avizora el alimento de los buitres hasta que duerme el rayo
se quiebran las ramas del cielo, la risa en los jardines.
¿Tiene el mundo alguna ley de lo que hemos sido?
Al nacer no traemos ningún vestido, ningún adorno o anuncio
La más pequeña criatura alada de las obscuridades
sobreviviente en las altas montañas o en los campos abiertos
llama a los cielos de arriba y a la tierra.
Y ese canto vale más que el llanto de nosotras, las hijas de la tierra
Porque esa pequeña criatura sobrevive en la siguiente y ella en la siguiente
y así hasta el fin de los tiempos cuando el tiempo se cierre.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 29 de octubre de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx