Para Dalinda, Cuquita,
Greyse, Sonia,Karla,
Gabriela, Azucena y otras
iluminadas por
el sol obscuro del cáncer
En la adolescencia tenemos conciencia de nuestros pechos. Surgen de pronto empujando las blusas de las niñas que todavía somos para dejar la envoltura de larvas infantiles y empezar a surgir la adulta en que me convierto. ¿Fue ayer o hace años? Tras el descubrimiento, vienen los sentimientos ceremoniosos de la mano de las amigas, de las maestras, de las madres. Vienen también las miradas de los amigos, de los primos, de los maestros. Miradas que nos sacan de lo que somos, pues ven algo que nosotras no alcanzamos a percibir.
Este cuerpo que es el mío es un territorio desconocido. Lo vivimos como internarnos en una ciudad desconocida de la que solo vemos las luces de las calles por donde transitamos. Poco a poco nos damos cuenta que entramos en una selva de senderos obscuros, sonidos a lo lejos, horizontes que no se alcanzan a divisar.
Después amamos nuestro cuerpo transformado. Amamos este territorio que poco a poco va adquiriendo las características de lo que será en la vida posterior, con sus relieves, sus pasadizos y sus penumbras.
La segunda transformación de los pechos ocurre por la leche. Los pechos se expanden para albergar el líquido conque alimento a mis hijas. La pequeña boquita se aferra al pezón para adquirir el único alimento con que vivirá de recién nacida. La leche la robustecerá en su ser humano. Ahí volvemos a sentir el pecho que envuelve el alimento privilegiado para que la vida continúe y continúe. Ahí somos parte de todas las especies que alimentan a sus crías a través de leche. Ese acto de lactancia nos une a las jirafas, a las ballenas, a las elefantas, a las ratas. Tenemos conciencia del caudal de vida por donde transcurre la sobrevivencia animal. Somos una especie con todas las especies.
¿Qué significan los pechos? La maravilla se sostener la vida: la vida láctea.
Entonces, llegan las señales. Pequeñas punzadas al interior de los pechos como piquetes de traviesos mosquitos. Un hormigueo por la noche se expande a través del interior, haciéndonos sentir zonas de nuestros pechos que no sospechábamos, de los que no teníamos conciencia porque el cuerpo sano, no pica por dentro. Ahí es cuando el mundo se embrolla porque se empieza a tener la idea de que algo que no debe ser, se alojó ahí.
Empieza como una leve sensación, una incomodidad ante cierta ropa. Una desazón se apodera de nosotras y de nueva cuenta, son las amigas, las hermanas quienes nos guían en este descubrimiento de lo que ocurre en nuestro pecho. Aunque exista información oficial sobre los cánceres, llegamos a él a través de las manos que nos acompañan.
Miramos el puñado de cielo que nos toca para enfrentar esta hora de plomo. Primero frío, luego estupor, luego soltar mi cuerpo en manos de otras personas que harán de mi pecho lo que marquen los protocolos: extirpar el tumor, proclamar radiaciones, prescribir quimioterapias.
Dejan de ser pechos, se vuelven mamas y como mamas, una palabra de la biología, son tratadas.
En tanto, rebullidas sus partes interiores, los pechos se convierten en algo del pasado. Su ausencia marca el presente y el futuro. La ausencia la marcan los espejos, pero también el recuerdo de lo que estaba. Quien está junto a mí no sabe si tocar esa parte o tenerle un solemne respeto ¿qué hacemos con el pasado expuesto ante el alma?
Porque lo que ocurre en nuestra consciencia es bordar el abismo. Desde que nos acunan el nombre de cáncer nos sabemos distinguidas con esa luz obscura. Quedamos ateridas porque tal vez podamos sobrevivir, tal vez no. Vemos a nuestras amigas, a nuestras hermanas, a nuestras hijas hacer el duelo que nos puede tocar. Lo vemos en sus miradas de destilada quietud, en sus manos que se extienden hacia nosotras como alba.
A quienes transitaron el proceso del cáncer las volvemos a saludar para que nos irradien con esa luz de lo ligero que permanece. A quienes perecieron les dedicamos un pensamiento alguna tarde; cuando el sol está en retirada y de pronto, sus rostros vienen a nuestra memoria.
Este pecho, esta leche, este cáncer es el vínculo con la vida y es, también, el límite.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de octubre de 2024.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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