martes, 12 de noviembre de 2019

No te rindas a la catástrofe

El amor tiene un triunfo y la muerte tiene otro,
el tiempo y el tiempo de después.
Nosotros no tenemos ninguno.

A nuestro alrededor sólo hundirse de astros.
Destellos y silencio.
Más la canción por encima del polvo después
va a superarnos.

Ingeborn Bachmann (2001)

Estoy aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. El tiempo se termina cuando a nuestro alrededor asistimos a la catástrofe de todos los días donde el horror de un día da lugar al horror del día siguiente. Asistimos al final de la modernidad en tanto la posmodernidad es un concepto gelatinoso que no termina de penetrar en las sociedades donde las mujeres son asesinadas en sus propios hogares.

El tiempo de la insostenibilidad no es solo el regreso a formas primitivas de vida, sino al agotamiento de la civilización basada en el progreso sin límite. Hoy terminan las narrativas con que se pensó el progreso para siempre, la historia lineal, pero también se termina el agua, el aire limpio, se extinguen las especies animales, se termina el amor en el primer divorcio. Hemos clausurado, incluso, el futuro.

Somos pequeñas ante las consecuencias de las acciones humanas que hemos realizado. Sin control de las tecnologías, sin manera de hacer inevitable Auschwicht, el poder desmesurado desatado en el progreso sin límite, también nos ha hecho precarias. Después de la modernidad no viene la posmodernidad sino el final del túnel donde la única luz que se ve es el de las luces artificiales que clausuran el futuro.

La producción de la muerte, esa excepción de los Estados de bienestar, hoy ha pasado a ser la normalidad. Los asesinatos colectivos de migrantes, las balaceras de Sinaloa, los feminicidios, las desapariciones masivas, las pobrezas, muestran el rostro de la política. De la concepción del Estado como gestión de la vida hemos pasado al Estado como creación de la muerte.

Quizá por eso lo que vemos en la política sea solamente política del rescate. Rescate de los más pobres, de los más desolados, para que simplemente conserven la vida aunque la vida no contenga la posibilidad de expandirse, de convertirse en vida vivible. Es rescatar una vida sin futuro renunciando al proyecto colectivo del cambio social, ese que se anunciaba como progreso que en algún momento alcanzaría para todos y todas.

Hoy la palabra más pronunciada es la de cuidado. Desde el mesero que al salir del restaurant dice “cuídese, señora”, a modo de despedida, hasta los avisos de cuidado que están en las empresas y en las instituciones, pasando por las recomendaciones de las abuelitas. Las llamadas de teléfono de amigas y familiares terminan casi siempre, en “cuídate”. La nueva máxima ya no es “conócete a ti mismo”, sino “cuídate a ti misma”, porque vivimos en una época donde todo acecha.

Hemos aceptado el relato del fin del mundo, de que todo se acaba, de una manera acrítica, no porque dude de las evidencias científica de los límites del planeta y sus recursos, sino porque se ha inscrito en el imaginario colectivo la imposibilidad de hacer otra cosa que rendirse ante el pensamiento de todo se acaba. Hoy la muerte no cesa, está instalada en las víctimas del pasado y en quienes no podrán tener un futuro. La muerte se convierte en una luz cegadora hacia la eternidad. ¿Qué podemos sentir cuando nos enteramos de personas quemadas dentro de un camión? ¿de la antropóloga asesinada en su casa? ¿de la niña de la vecina desaparecida mientras iba a la escuela? El tiempo se detiene, quedan los muros, la política se queda en un mero parloteo y vemos los paisajes de la catástrofe. Ahí muere el sujeto y su historia. Por eso me pregunto si esto es el futuro. Si ya llegamos al lugar sin retorno.

Estoy aquí a la orilla de una montaña donde empieza el mar. Más allá, las nubes rosas hacen su aparición con las tonalidades del otoño. Dudar del pensamiento de la catástrofe puede ser el primer paso para recuperar la vida porque dudar de las autoridades y sus saberes ha permitido abrir otro tiempo en medio de la desolación. Nos dicen que todo termina, que el tiempo se clausura. No dejemos que esos saberes de la muerte autoritaria marquen nuestras acciones, ni nuestra vida en común ni nuestra posibilidad de esperanza. No nos rindamos ante el pensamiento de la catástrofe. Allá, al otro lado de la montaña eterna se extienden las playas y más acá, las plazas.


Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit: lpacheco_1@yahoo.com

Publicado en Nayarit Opina, noviembre 12 de 2019.

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