lunes, 19 de julio de 2021

¿Por qué matamos a las cucarachas y no a los gatos?

La cucaracha, la cucaracha

 ya no puede caminar; 

porque le falta, porque le falta

 la patita principal.

 

Canción popular

 

Al final de una reunión familiar, pedí a mi nieto de cuatro años que se despidiera de quienes estaban presentes para regresar a casa. El niño besó a abuelas, tías, primos y también a los dos perros y a la gata de esa casa. Alguien corrió a detenerlo, pero ya tenía a la gata entre sus manos dándole el beso de despedida. En su percepción, los animales son dignos de besos porque forman parte de lo próximo con que convive. 

 

¿Cuándo hacemos la jerarquización entre lo humano y lo animal que nos permite matar cucarachas, pero no gatos? Es cierto, no matamos a los gatos; por el contrario, les adjudicamos un nombre, los acurrucamos, les construimos repisas para que trepen, los llevamos al veterinario para controlar su salud. En cambio, a las cucarachas las matamos sin misericordia, cuando podemos. Digo cuando podemos porque las cucarachas se mueven tan rápidamente que es, muy difícil, matarlas.

 

¿Alguna vez has visto volar una cucaracha que después aterriza en tu pelo o pecho? Es una sensación que no se la deseo a nadie porque produce una mezcla de miedo y asco. Asco porque las cucarachas huelen mal y son resbalosas, y miedo porque nos atemorizan. Recuerdo las oraciones de la infancia cuando la abuela nos hacía repetir algo así como: “San Jorge Bendito, amarra tus animalitos, por la cola y el hociquito, con tu cordón bendito”, antes de irnos a dormir. Yo imaginaba a las cucarachas, alacranes y choras hechas arquitos, colgadas de algún escapulario, durante toda la noche. Con la seguridad de ese conjuro dormíamos tranquilas mis hermanas y yo. 

 

Hoy sabemos que las cucarachas coexistieron con los dinosaurios y, gracias a la película Wall-E, pensamos que existirán en algún futuro que sobreviva a la radiación nuclear con que terminará el mundo, así que no tenemos manera de terminar con ellas. Sentimos asco porque las asociamos a la basura y, por ende, a lo inmundo; matarlas produce un sonido desagradable asociado a un olor repugnante. Verlas salir de su piel vieja cuando la mudan es aún, más desagradable: se ven blancas y pegajosas. Duran así muy pocas horas hasta que vuelven a tener el color cucaracho. 

 

Nos hemos dado permiso para matar a las cucarachas, a los mosquitos, a las tarántulas; casi, casi, es una obligación deshacernos de ellas. La justificación deriva de que nos agreden, nos causan daño, transmiten enfermedades. También justificamos matar a pollos, cerdos, vacas, conejos porque proporcionan alimento. En ambos casos, la vida humana está en el centro, en un pensamiento donde los homo sapiens son la cúspide de la cadena alimenticia. Cuando pensamos en los dos grupos de animales, los que nos agreden y los que proporcionan alimento, lo hacemos en plural, sin diferenciar a cada uno, salvo que convivamos con ellos, lo que nos permitirá reconocer a cada individuo de la especie. Los pensamos indiferenciados; cada vaca igual a la otra; cada cerdo siendo solo cerdo; las cucarachas equivalentes, entre sí, igual a las miles o millones que hay en el mundo.

 

Quizá, por ello, la expresión “mátalos como cucarachas” utilizada por dictaduras de diversos tiempos se ha referido a la eliminación de jóvenes, pobres, migrantes, chicanos, mujeres, indígenas, descontentos, rebeldes. La expresión alude a lo indiferenciado que agrede. 

 

La cucaracha más famosa de la literatura es Gregor Samsa, un viajante de negocios que una mañana despierta transformado en una cucaracha gigante en el relato La metamorfosis (1915) de Franz Kafka (1883-1924). Hoy existen diversos libros que la utilizan de metáfora como El efecto cucaracha. La guerra de drogas en Tampico (Diana Aquino y Lance Manley, 2004)libros desde la transgresión La revuelta del pueblo cucaracha (Oscar Zeta, 2013) que refiere a literatura chicana. Y cuentos infantiles que tratan de convertir a la cucaracha en personaje de aventuras, para lograr empatía con estos seres. 

 

En México, quizá lo más conocido, sea la canción La cucaracha ya no puede caminar, una tonada traída de España, al decir de José Joaquín Fernández de Lizardi (1819) pero que en México se adaptó para referirse, de manera despectiva, a las tropas francesas, durante la invasión y después a Victoriano Huerta porque era cojo y fumaba mariguana. Los estribillos han cambiado en diversas épocas. La versión más popular se la debemos a Óscar Chávez. 

 

A los gatos que crecen en nuestra compañía, los singularizamos. Les damos un nombre, lo que rápidamente conduce a asignarles una personalidad. Entran y salen de nuestra casa en horas que marcan rutinas de ellos y nuestras. Están ahí para romper soledades, ser juguete de niñas y niños pequeños, sustituir querencias, ser interlocutores de nuestros monólogos y testigos de la vida que pasa. Podemos desnudarnos en su presencia o sentir su tibieza cuando se meten a las cobijas. 

 

Quizá porque nos ven desde algún otro lugar de lo viviente, a los gatos los sentimos cercanos a la vida humana. No podríamos matar lo que nos ve; quien advierte nuestra presencia en la obscuridad; quien nos mira y nos ignora, sin juicio moral. 

 

La gata que vive en mi casa puede estar en cualquier rincón desde el que me acecha. Si percibe mi presencia se lanza para atraparme como presa, pero otras veces, simplemente da un largo bostezo para volver a dormir. 

 

Para mi nieto, los gatos y los perros son tan vidas como la de su hermana o su madre; están en ese nivel de lo viviente próximo. ¿Cuándo se pierde ese horizonte? Nunca he podido decirle a mi nieto que mate una cucaracha aún cuando esté a su alcance, porque, si todavía no hace una distinción entre lo vivo que debe preservarse y lo vivo que debe matarse ¿por qué desde la abuelez se debe establecer? Es cierto, ya no le diré la oración de San Jorge Bendito si tiene miedo por las noches; en cambio, tendré un discurso animalista. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 19 de julio de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

2 comentarios:

  1. Con esto que escribes me llevaste a recordar mi niñez allá en Sierra dónde la gente moría de piquetes de alacrán y otros animales ponsoñosos que por el miedo antes de dormir decíamos una oración a San Jorge que decía: "San Jorge bendito con tu cordón bendito amarra a todos tus animalitos para que no me piquen a mi ni a mis hermanitos ni a mi papá ni a mi mamá. Acá después en la ciudad los rezos cambiaron. Saludos Lourdes. Gracias por compartir lo que escribes.

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    1. Sí, creo que la oración va cambiando y se adapta a las diversas circunstancias. Gracias por el comentario

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