miércoles, 13 de septiembre de 2023

Chile en el corazón

Yo pisaré las calles nuevamente

de lo que fue Santiago ensangrentada.

Y en una hermosa plaza liberada

me pondré a llorar por los ausentes.

 

Pablo Milanés

 

Cuando el 11 de septiembre de 2001, vi en la televisión el ataque a las torres gemelas de Nueva York, estaba segura que se trataba de un atentado de chilenos de izquierda. Desde luego que no fue así, sino que el origen tenía lugar en otro sitio. ¿Por qué asocié el 11S a Chile? Para muchas personas de mi generación, el 11 de septiembre de 1973 es recordado como el día del golpe militar chileno.

 

Efectivamente, Salvador Allende, líder de la izquierda unida de Chile, había obtenido la presidencia de ese país, vía las elecciones. Recordemos que, durante los años sesenta, la vía para el socialismo había sido la guerrilla, a partir de Cuba, movimiento que se había extendido como la única posibilidad de derrocar las dictaduras de Guatemala, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Paraguay y, tal vez, la larga hegemonía priísta en México.

 

Salvador Allende era el rostro de la democracia; era la posibilidad de transitar al socialismo de manera pacífica en una versión latinoamericana de lo que, en ese tiempo, se llamaba el eurosocialismo: la posibilidad de que se pusieran límites al capitalismo y que poco a poco se ampliaran los derechos sociales. Se trataba de cambiar el régimen gradualmente, muy lejos ya del asalto al poder vía las armas.

 

El 11 de septiembre de 1973 terminó la posibilidad de que América Latina transformara sus estructuras sociales vía la legitimación electoral y la participación de masas. El golpe de estado instaurado por el General Augusto Pinochet con el apoyo de los Estados Unidos, mostró la fragilidad de las democracias latinoamericanas ante los todopoderosos Estados Unidos que no estaban dispuestos a tolerar el mínimo asomo de socialismo en un continente que creen suyo. Si el socialismo iniciaba en Chile, su propagación sería imparable. Por eso lo detuvieron de un solo tajo.

 

Un día después, el 12 de septiembre de 1973 celebramos el cumpleaños de mi padre con el pozole y el agua de Jamaica de la tradición cumpleañera familiar. Fueron mis amigas a festejar y una de ellas, lloraba. Mi padre preguntó por qué; yo le expliqué que por el asesinato de Salvador Allende. Una de mis hermanas pequeñas preguntó si era su familiar. Apagamos el tocadisco, porque no podíamos tener música si Bertha, que así se llamaba mi amiga de Guadalajara, tenía ese dolor.

 

La fiesta terminó silenciosa en una pequeña ciudad llamada Tepic. A mi hermana le dije que sí, que de alguna manera era el padre también de nosotras.

 

Años después viví en Berlín como parte de los estudios de doctorado. Ahí conocí a chilenas y chilenos desterrados por el mundo. Tuve una amiga, Aidé, una joven que a los 17 años le había explotado una bomba muy cerca, de tal manera que había perdido el brazo izquierdo. Su exesposo quería quitarle al hijo con el pretexto de que no podía atenderlo.

 

Conocí líderes de la resistencia chilena refugiados en diversos lugares de Europa. Hoy esa diáspora se nota en la propia conformación de las sociedades. Es cierto, el 11 de septiembre se recuerda en el mundo por el 11S de Nueva York, pero para América Latina, el 11 de septiembre de 1973, marcó el fin de los sueños socialistas.

 

Es nuestro 11 de septiembre profundo, latinoamericano.

 

Huérfanos de utopías, construimos la vida ahora, aquí, para todas, para todos.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 13 septiembre de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

 

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