Una se vuelve feminista
por su propia historia
Pancarta en el 8M25
Con la facilidad de contarnos nuestras historias, en el transcurso de un viaje, las compañeras de asiento empezamos a hablar de nuestras hijas e hijos, de las infancias, de los amores, de las comidas; en síntesis, de los mundos de las mujeres. Cuando hicimos la pregunta de cuántas hijas e hijos tenemos cada una, la señora del asiento de al lado dijo: `Yo tenía tres, ahora solo tengo dos; a una de mis hijas la mató su novio´.
Supimos, entonces, del dolor de esta madre por la hija asesinada, del dolor del padre por la hija asesinada, del dolor de la hermana por la hermana asesinada, del dolor de la sobrina, por la tía asesinada, del dolor de la hija por la madre asesinada. El dolor se fue apropiando de todos los integrantes de la familia, de todos los rincones que ella pobló, de todos los tiempos donde estuvo. Supimos el desquiciamiento de la familia ante el horror del asesinato.
Dolor que se prolonga hacia el pasado en búsqueda de huellas que permitieran adivinar el desenlace funesto. Dolor que persiste en el futuro puesto que se marca la ausencia de lo que ya no será.
En la plaza pública, el 8 de marzo, muchachas jóvenes protestan por los feminicidios. Madres que han sido privadas de sus hijos a través de violencia vicaria, protestan por haber sido despojadas de su hijas e hijos. Madres de hijas e hijos secuestrados reclaman el regreso de quienes se llevaron vivos. Mujeres indígenas, gritan las ignominias de que son objeto en nombre del progreso o de la costumbre.
Mujeres jóvenes, niñas o viejas gritan, deliran ante una sociedad de la sinrazón.
El 8 de marzo deberíamos celebrar el avance de las mujeres después de 50 años de la Primera Conferencia Mundial de la Mujer celebrada en México en 1975, pero no podemos, el dolor se apropia de las calles para mostrar las ausencias de las asesinadas.
En Tepic reclamamos, a golpe de tambor, los asesinatos feminicidas de 125 mujeres. Cada una fue coreada en su nombre y apellido. Coreamos también a 15 mujeres sin nombre que fueron encontradas muertas; a dos niñas sin nombre encontradas muertas.
Sentimos que el dolor se apropia de la plaza, de las vallas de catedral donde fueron colgadas las consignas. El dolor es un espacio ancho que inunda la ciudad; llega a los cielos; tiñe las nubes y alcanza a la vendedora de dulces y a sus nietas; a la mujer que atraviesa el río; a la estudiante que se dirige a la escuela, a la funcionaria que sube escaleras.
No hay mundo capaz de albergar las historias que sangran.
En la concentración en la plaza, una joven me dijo “siento el pecho oprimido”. No era ella quien denunciaba feminicidios ni despojos; era una alguien que se solidarizaba con el dolor de otras. Porque en este espejeo las mujeres estamos juntas. Hoy son ellas, mañana tal vez seamos nosotras.
Las activistas están delante porque ellas han roto las barreras de la conformidad. Nos enseñan a ser transgresoras, a denunciar los pactos patriarcales, a marchar por las calles como si nos pertenecieran. Nos han enseñado a no tener miedo. Nos han devuelto la dignidad de protestar por lo que nos toca. Anuncian la esperanza de una vida sin miedos.
Aquí están tocando los tambores, gritando las consignas, haciendo comunidad.
Porque en la marcha feminista hacemos comunidad. Somos las mujeres encontrándonos con otras; con todas las que quisieron venir y las que pudieron llegar. A todas las mujeres desde sus edades de más de setenta años o doce o catorce; las que vinieron en sillas de ruedas, las muchas que se pueden sentar en el piso; las que ofrecen agua a las más sedientas, las que dan palabras de alivio.
¿Que pintan los edificios? ¿que destruyen los cristales? ¿que no son formas de protestar? ¿Y cuáles son las formas? ¿Las denuncias que no se atienden? ¿Las protestas que se minimizan? ¿utilizar el derecho patriarcal para seguir en la misma desigualdad? ¿el olvido a las cuales se envían las inconformidades?
Todavía nos queda la esperanza de cambiar en multitud. De transformar siendo colectivas. Porque solamente rehaciendo la comunalidad donde importamos, tendremos derecho a lo social.
Cuelgan las demandas en las barreras destinadas a proteger la catedral; los dioses no alcanzan a mirarnos desde sus ojos de piedra.
Alguna prende una veladora delante de la fotografía de quien fue asesinada; otra deja una flor como ofrenda; otra más realiza curaciones con plantas y sahumerios.
Mientras, las muchachas toman el micrófono para nombrar a las ausentes, para gritarlas, para poblar el aire de enojo, de ira. Gritan poemas para que regresen, para verlas de nuevo entre nosotras. Entonces, el alma se reconforta en las palabras de la multitud; en el coro que nos devuelve las invocaciones.
Son las diosas terrenas las que nos escuchan, las que nos acarician el alma con las batucadas, las que aplican bálsamos de protesta en las heridas.
Yo escribo:
Hay un dolor que se mete a mi corazón cuando escucho a la mujer de al lado hablarme de su hija asesinada;
hay muchos dolores que se enredan en mis ojos cuando hablan las mujeres en la plaza;
dolores que me rompen desde dentro, que me fracturan desde las fotografías de las ausentes.
Es este dolor de las mujeres
de cuando matan a quien amas y se pierde el rumbo,
olvidas el color del mar,
el número doce lo dices equivocado.
No sabes regresar a casa
No sabes decir las palabras de la intimidad
Las letras de los libros saltan; las voces de los juicios se amontonan,
se vuelven polvo.
Lo vertical se vuelve horizontal; lo amarillo, gris.
Mendigo el sol, imploro el sueño.
Aquí tengo un corazón obsceno que sigue latiendo
cuando he sido agrietada por el dolor de las mujeres madres, de las mujeres todas.
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 15 de marzo de 2025.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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