lunes, 27 de septiembre de 2021

Articular la memoria colectiva de Nayarit a doscientos años

La memoria colectiva es, a su vez,

constituyente de lo que somos.

 

La memoria colectiva significa un proceso donde se articulan recuerdos y olvidos. La selección que se hace de ellos lleva a la construcción de acontecimientos que pueden ser objetos de memorización, de fechas de culto o de desprecio. Podemos distinguir tipos de memorias o más bien dicho, planos de la memorización.

 

En uno, el aparentemente más visible, tenemos la articulación de fechas y acontecimientos organizados desde el poder. En otro u otros, tenemos recuerdos aparentemente fragmentados de grupos sociales, de colectivos, de comunidades, que se convierten en memorias subordinadas a las dominantes pero que actúan como contrapeso de las ideas de dominación. Sin embargo, las relaciones entre las diversas memorias no permanecen estáticas, sino que van teniendo puntos de unión, de divergencia y de conflicto a lo largo del tiempo.

 

La memoria colectiva es un proceso social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado directamente por un grupo humano o referido como antepasado de ese grupo y, por lo tanto, transmitido de generación en generación. 

 

¿Por qué me refiero a la memoria y no a la historia? Porque la historia da cuenta de las transformaciones de la sociedad, en tanto que la memoria colectiva habla de los sentimientos, de las emociones, de lo que cada grupo social decide que debe ser conservado. Por ello, la memoria es comunicativa y experenciada. Los grupos sociales tienen necesidad de construir sus recuerdos; esto ocurre en las rememoraciones que, si bien se transmiten de manera individual, solo tienen sentido desde lo colectivo

 

En Nayarit, tenemos diversos casos de lo anterior. Uno al que me quiero referir es el relacionado con Manuel Lozada, un líder agrario que fue considerado bandolero por las fuerzas oficiales del siglo XIX, pero que su recuerdo estaba presente en una generación que, por el contrario, lo consideraba uno de los suyos, un defensor del pueblo. La marginación de Manuel Lozada la podemos palpar en el hecho de que ninguna calle importante, ningún complejo urbano, ninguna colonia lleva su nombre, pero en secreto, a hurtadillas, la sombra de Lozada como un líder casi indio se perfilaba a lo largo de varias generaciones que transmitían su nombre y sus hazañas a las siguientes generaciones. Con ello, se conservaba un símbolo relacionado con el recordar, el nombrar de manera inminente.

 

Sería un error si pensamos que la memoria colectiva se refiere solo al pasado. Por el contrario, la memoria es una acción discursiva del presente que trae a este plano los relatos del pasado porque recodar es especificar el modo en que se recuerda y cómo eso recordado le otorga sentido a lo que hacemos hoy.

 

La memoria disruptiva de la historia oficial se recoge, primero por estudiosos aislados que resaltaban la actuación de Manuel Lozada en un plano distinto al que oficialmente se le asignaba de traidor a la República de Juárez o aliado de Maximiliano. En ello, se estaba construyendo una nueva versión que colocaba en el centro la explicación de los acontecimientos que posibilitó la revalorización del personaje; otra manera de mirarlo. Quiero referir que todavía, en la década de los ochenta del siglo pasado, desde la Universidad Autónoma de Nayarit quisimos realizar un coloquio sobre Manuel Lozada, pero las autoridades culturales estatales de esa época, se opusieron con el argumento de que queríamos hablar de la iglesia y el conservadurismo. Desde luego, el coloquio académico se llevó a cabo sin la participación oficial. Hablamos, conversamos, recordamos desde ese lugar que nos da la autonomía para pensar.

 

Tuvieron que pasar 145 años de la muerte del caudillo para que el poder se apropiara del personaje desde la performatividad de la dominación que convierte lo transgresor en parte de lo institucional.  La reinvindicación política ocurre en forma de estatua, sin que se pregunte si las demandas por las cuales cabalgó dicho personaje, se han cumplido en el presente: la injusticia hacia los pueblos originarios y pobladores rurales. 

 

Se instala otra política del recuerdo. Es como si se expropiara la memoria colectiva para convertirla en memoria oficial. Es, también, un diálogo del presente con ese pasado del cual no se acaba de dar cuenta, no se acaban de reparar las injusticias. 

 

El monumento a Manuel Lozada apenas inicia el diálogo de los derrotados de ayer con los derrotados de hoy. 

 

En este 200 aniversario de la consumación de la independencia mexicana, nuevas voces surgen para articular la memoria olvidada de Nayarit. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de septiembre de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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