jueves, 23 de marzo de 2023

El cielo azul

Alguien que clama en vano contra el cielo:

la sorda inmensidad, la azul indiferencia,
el vacío imposible para el eco

 

Rosario Castellanos

 

El cielo azul nos apacigua porque, seres finitos que somos, nos cobijamos en esa visión horizontal sin límites.

 

¿Qué es el cielo azul? No es el cielo con sol; tampoco el cielo con nubes. Cada uno dice algo diferente a nosotras, las mortales. El cielo con sol es el transcurrir, el día; lo que avanza desde el amanecer hasta el ocaso. El cielo con nubes es la llovizna que se avecina, la tormenta del verano, el chubasco. El cielo plomizo nos traerá la niebla y el cielo, casi blanco, nos arrojará nieve.

 

Hay cielos de rojo intenso, de nubes rosas sobre montañas verdes. Esos cielos son el ocaso del día, el final de la jornada iluminada, el declive que anuncia la obscuridad.

 


El cielo azul es la quietud. Quizá por ello, el infinito lo imaginamos de ese color. La Creación, de Miguel Ángel, surge del cielo azul donde Dios inició lo existente y donde terminará. Ahí están, apaciblemente, las almas que son trasladadas al ámbito superior y también, las almas farragosas que caen a las bocas de los demonios. En el centro, el juez divide el arriba y el abajo.

 

Las bocas rojas/negras de los demonios.

 

En las ilustraciones de los paraísos de todas las religiones, el cielo azul es la promesa de todo lo que llevamos con nosotras, de los encuentros cálidos, las tardes del arrullo, las crías recién nacidas. Donde lo que late se detiene y se mira el espacio del alrededor sin problemas de siglos, ni de caos insolente.

 

Miramos el cielo azul desde los seres verticales que somos. Si no estuviésemos de pie, ¿podríamos verlo? ¿lo ven las arañas y los hipopótamos? ¿Se estiran los árboles para alcanzarlo? ¿Quedaron, a mitad de camino, las altas cumbres?

 

Hacemos reverencias a esos cielos con la voluntad de elegir. El arrobamiento despliega nuestros labios para tener descanso en las cascadas, sosiego en las tormentas, reposo en mares enfurecidos. Entornamos los ojos pensando en el tímido ensayo de permanecer en su cobijo.

 

Aunque queramos ignorar el cielo azul a la hora del sueño, vuelve a surgir recortado por las montañas de la lejanía; suspendido sobre el mar que lo confunde, más allá de la arena del desierto. Entonces, en esa real vestidura del mundo, volvemos a imaginar las hijas, los besos silenciosos, la tierna infancia, la vejez permitida.

 

Somos una humanidad fascinada por el azul del cielo, por su brillante posibilidad de luz de la luz.

 

El cielo azul no niega la obscuridad, la vuelve clara. Tranquiliza nuestras angustias y podemos llenar los ojos del amanecer, donde volvemos a llevar a cabo los desacatos y las transgresiones; vivir de nuevo en la renovada aniquilación de la mortalidad. El cielo protector aquieta los pulsos de las generaciones, nos devuelve al centro de nosotras mismas, a la casa terrenal que somos.

 

Porque el cielo azul transparenta la obscuridad; inicia el día. Amanece; somos nosotras en el vislumbre.

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 22 de marzo de 2023.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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