Él era débil y yo era fuerte
después él dejó que yo le hiciera pasar
entonces yo era débil y él era fuerte,
dejé que él me guiara a casa.
No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.
Emily Dickinson
Mi nieto está aprendiendo a leer. Llega a casa y deletrea los títulos de los periódicos. “Mujer asesinada por su marido dentro de su domicilio”. ¿Qué está aprendiendo cuando lee? Esa vida que se perdió tenía un valor, pero el niño aprende que hay vidas sin valor. Se la ha borrado de la existencia humana y las letras, esa tecnología del saber, lo dicen.
Cada vez que una mujer es asesinada el tiempo queda abolido y la conciencia se agota ante el muro. La petrificación universal inicia en la muchacha que no vuelve a casa, los recuerdos se anulan en ese instante absurdo.
La violencia contra las mujeres va más allá de quienes ejercen violencia contra las mujeres. No se trata solamente de Tomás que apuñaló a Eréndira delante de sus hijos, sino que se trata de un proceso social y político que va triturando tejidos sociales en un proceso de aniquilación del sentido de la vida cotidiana para establecer, en su lugar, nuevas formas de relaciones sociales con la violencia cercándonos. Las formas que se han ido arraigando en la sociedad a partir de la violencia contra las mujeres tienen que ver con despojar a las mujeres de humanidad, como primer paso para deshumanizar la vida.
Son las guerras las que despojan a los enemigos de su humanidad, pero en México no ha sido necesaria una guerra para convertir a las mujeres en desechos humanos ¿o sí? ¿es una guerra contra las mujeres? Las guerras convierten a los otros en enemigos y desde ese punto de vista, son liquidables, el objetivo militar es desaparecerlos. Pero en las democracias se reconoce a las demás como personas con proyectos propios, sueños, ilusiones; sin embargo, con cada mujer asesinada, se emite el mensaje de convertir a las mujeres en no humanas.
Las no humanas no tienen derecho al reconocimiento, a las exequias fúnebres, a las ceremonias familiares del duelo y del entierro. Lo que hacen los feminicidios es romper fronteras de humanidad porque los humanos reconocen a las personas tanto en la vida como en la muerte. Las ceremonias del nacimiento y de la muerte otorgan los rostros de lo humano. Al despojar a las mujeres de humanidad se envían señales no solamente a familiares de las víctimas directas sino a toda la población que ve la liquidación de las mujeres como algo posible.
Los feminicidios han sido el aprendizaje para despojar a otros de humanidad. La delincuencia que desaparece a jóvenes en fosas clandestinas, a migrantes en incendios de autobuses, a indígenas en matanzas colectivas, ha sido el resultado del aprendizaje de asesinar a las mujeres. Se ha feminizado a los migrantes, a los pobres, a los jóvenes, a todos aquellos que son desaparecidos sin dejar rastro. Se los ha vuelto inferiores, se les ha considerado sin valor alguno y entonces, se les puede liquidar. Ese proceso fue aprendido a partir de despreciar la vida de las mujeres, de convivir con el horror de la trata de personas; de habitar con la prostitución. Los feminicidios fueron la escuela cotidiana que permitió llegar a los procesos de deshumanización.
La diferencia de la guerra y la democracia es que en estas últimas se reconoce a los otros como personas. No basta, entonces, pensarnos como ciudadanas con derechos, sino que la pregunta es ¿cómo hacemos para humanizar a quienes están despojadas de humanidad? ya no peleamos sólo por derechos, sino para entrar en la categoría de humanas, que no nos maten.
¿Se resuelve la violencia contra las mujeres desde el poder? El Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad de sus habitantes, pero también, cada quien tenemos posibilidades de intervenir diariamente para deshacer la violencia a fin de aportar a la convivencia pacífica. Las mujeres tenemos que pensar en los desafíos que nos plantea vivir en convivencia, no solamente para establecer mejores relaciones desde nosotras, sino ser capaces de intervenir contra los autoritarismos domésticos, las formas cotidianas de aprendizaje de la anulación de los otros.
Sabemos que esta tarea no puede recaer de nuevo en las mujeres, ni es una cuestión meramente voluntarista porque la violencia social rompe las regulaciones de la vida cotidiana. Sin embargo, los seres humanos, lo somos porque tenemos capacidad de reflexión y de ser agentes en el mundo, de acuerdo con Hanna Arendt.
¿Qué leemos del mundo?
Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 29 de noviembre de 2025.
Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx
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